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27 de Enero de 2009

El hielo y el cobre de los pajarones

Por

Patricio Araya G., periodista

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava…”.

Éstas, las primeras líneas de “Cien años de soledad” (Gabriel García Márquez, Ed. Sudamericana, 1967), nos introducen de una sola plumada en el realismo mágico latinoamericano; todo lo que sucede a partir de entonces, se juega en la frontera de la realidad y la ficción, y sobre todo, de la mezcla de ambas, con la libertad imaginativa del gran “Gabo”.

Los chilenos somos como aquellos ingenuos habitantes de Macondo, que cada año eran sorprendidos por los gitanos que lideraba Melquíades, quienes les traían los nuevos inventos; poseemos esa misma asombrosa capacidad infantil de extasiarnos con lo “novedoso”; como aquella barra de hielo que el coronel Aureliano Buendía y sus macondianos nunca pudieron olvidar; a similitud de éstos, los chilenos también requerimos de la presencia anual de alguna lejana tribu encantadora que nos deslumbre con sus aportes; y aunque también tenemos nuestros propios “gitanos”, cada cierto tiempo nos vemos en la necesidad de importar alguna “novedad”.

Eso sí que nuestros encantadores son mucho más reales que los de Macondo; son de carne y hueso, aman el dinero y lo buscan con ahínco; son superdotados y muy afortunados, suelen adjudicarse todos los fondos concursables a los que postulan, y son, por encima de todo, iluminados, y desde esa superioridad, no sólo debemos escucharlos y verlos, sino que nos conminan a hacerlo, a la fuerza, si fuese necesario; son, qué duda cabe, invasivos. Cada verano, los chilenos en general, y los santiaguinos en particular, somos lanzamos en masa a la calle, y obligados a presenciar alguna nueva lesera o “engrupimiento”, incluso, aquellas catalogadas de artísticas, como todas esas representaciones callejeras, atizadas por el fuego de la cultura concertacionista, que nos invaden con su mediática presencia.

“Lola”, aquel engendro catalán hecho de cobre, que representa a una mujer gigante y voluptuosa, y que este domingo “despertó” en medio del atontamiento popular de la plaza de la Ciudadanía –con el pretexto de clausurar el XVI Festival de Teatro “Santiago a Mil”–, fue la encargada en esta ocasión de volver a dejarnos boquiabiertos, como imbéciles frente a las risotadas de los españoles de turno.

Durante su última presentación en el Festival de Viña del Mar, el humorista Coco Legrand, hizo la siguiente reflexión respecto a la estulticia de los chilenos: “Cómo se habrán cagado de la risa de nosotros esos españoles, cuando nos vendieron como joyitas sus trenes dados de baja, y que aquí llegaron como reacondicionados, y que nunca funcionaron…” Razón tenía el comediante, porque, en efecto, los mentados trenes desechados por RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles Españoles) jamás lograron cumplir con la promesa de transportar a los cientos de usuarios que se supone iban a beneficiar con su puesta en marcha. Lo demás es historia conocida.

Como si el ejemplo no fuera suficiente, resulta que una vez más caemos en la trampa de nuestros antiguos descubridores, conquistadores y colonizadores; esta vez quedamos extasiados, maravillados, igual que el coronel Aureliano Buendía con la barra de hielo, allá en Macondo. Claro, porque la compañía catalana de montajes callejeros, Fura dels Baus, dirigida por Pep Gatell, este domingo irrumpió frente al palacio de La Moneda para “sorprendernos” con su obra “Orbis Vitae” (“El círculo de la vida”), que trata de una muñeca gigante de cobre –de una tonelada de peso –, llamada “Lola”, quien nos habló del “círculo de la vida” ¿?… Cabe preguntarse si algún gobierno europeo avalaría tal parafernalia, y si sus autoridades culturales se rendirían con tanta facilidad ante un montón de chatarra destartalada.

Qué deschavetados somos los chilenos para tragarnos semejante estupidez, con la mera explicación de que aquello es una obra de arte, una instalación artística que nos hará más cultos. La propia página web de la productora Romero y Campbell (gestora del evento), confiesa que la mentada muñeca de cobre nació como imagen para una campaña publicitaria de Pepsi, y que después se convirtió en símbolo de una discoteca catalana, y que tras el cierre de ésta, fue abandonada a su suerte en una carretera a las afueras de Barcelona, desde donde la compañía Fura dels Baus la rescató y “enchuló”, para llevarla de gira por algunas ciudades europeas. Y, este año, dejarse caer con esa chatarra entre nosotros, nada menos que los principales productores mundiales de cobre, para que conociéramos ese maravilloso metal rojo.

Ah!!!!!!!, perdón, me falta explicar una cosa: los países en vías de desarrollo, como el nuestro, se diferencian de los desarrollados, entre otra cosas, por producir y exportar sólo comodities, o sea, materia prima sin valor agregado; en cambio, los países desarrollados, como España, les agregan tecnología a esa materia prima. Ahí está la madre del cordero: nosotros les vendemos cobre refinado a los europeos, y ellos, nos mandan esa muñeca con distemper. El próximo año, con toda seguridad, nos visitará una compañía japonesa, vestida con hojas de nalca, y les enseñará a los chilotes a hacer curanto en hoyo. Somos harto macondianos. ¿O amermelados?

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