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8 de Febrero de 2009

Para qué ser libres

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Las ciencias sociales reconocen al menos tres grandes maestros modernos de la sospecha: Marx, Freud y Foucault, aunque no habría problema en añadir a esa lista a Adorno, Bourdieu y Pareto. De cierta manera, para escribir como escribió Marx, para quien la realidad es un modo elaborado en que la ideología dominante impone o demuestra su poder, había que estar un poco paranoico. Pues bien, todo relato de ciencia ficción se construye sobre la sospecha. Esto no quiere decir que las novelas de ciencia ficción sean marxistas, foucaultianas o psicoanalíticas, pero sí, contra las definiciones superficiales que la asocian casi exclusivamente a la ciencia, que son discursos sobre las sombras que el poder echa sobre el mundo.

“Libertad”, la quinta novela del escritor español Pablo Gonz (1968), avecindado desde hace un tiempo en Valdivia, es uno más de los abundantes ejercicios distópicos que desde “1984”, o tal vez antes, quizá desde que Tomás Moro fundará la utopía como idea y estilo narrativo por allá por el siglo XVI, se han repetido en el tiempo. Parece casi una constante de la sociedad de masas generar productos culturales que conjeturan los designios de quienes, parapetados por la impunidad que confiere el poder, ejercen el gobierno de los demás desde la altura del anonimato. Los norteamericanos son los expertos naturales en este tipo de ficción. Un género que se ha consolidado además fuera de la literatura, inundando el cine y la televisión. “Lost”, “Fringe” y los “X-files” son ejemplos concretos de una mentalidad deliberadamente borderline, para la cual la realidad no es otra cosa que la imagen imperfecta de hacedores invisibles.

En “Libertad” el mundo, tras varios rifirrafes que no vale la pena anotar, ha sido dividido entre personas “inferiores” o mortales, y “superiores” o inmortales. Anto, funcionario del Ministerio de Exterminio y protagonista de esta novela, es un superior que producto de distintas experiencias y relaciones (entre ellas su amigo P., escritor en ciernes, humorístico alter ego de Gonz) comienza a dudar sobre la legitimidad del gobierno de los superiores. Ésta es una premisa totalmente convencional, de “bildungsroman” alemana: el joven Werther también duda del mundo y en esa aporía se cifra su tragedia; en “1984”, el descubrimiento de que el Gran Hermano es una ficción del poder hace tambalear el orden; y en “Un mundo feliz”, otro clásico del género, la tecnología reproductiva va en camino de la destrucción absoluta de la identidad. El apocalipsis entrelaza estos ejemplos.

“Libertad” avanza a paso firme por las ruinas del género, sirviéndose con total libertad (sic) de los caminos trazados por Orwell y compañía. No hay en esta novela una reflexión acabada sobre su tema, la libertad, y la pregunta que debía hacerse, para qué ser libres, apenas se sugiere en la relación maestro-discípulo que Anto, exiliado y escondido, mantiene con Miguelito. Faltó un discurso. O varios. En un mundo donde la libertad se supone lo más deseado, poco, además de los lugares comunes de siempre, se discute sobre la necesidad de ser libres.

No puede negársele a Gonz su sentido del humor, lo menos olvidable de su novela. Varios pasajes son aligerados por bromas, algunas malas, pero bromas al fin. Ahí cuando el humor se aprecia, rápidamente es boicoteado por un gesto que sólo puede entenderse como un capricho del género: un nuevo orden requiere un nuevo lenguaje. Gonz lo provee sin ninguna originalidad. En vez de semanas hay “novenas”; Stalin ahora es Estalin; Karl Marx “Karlmars”; punk “sunk”; y así más. Al final es irritante, y no se acerca ni medio metro al lenguaje que, por ejemplo, Burgess fundará para “La naranja mecánica”.

En último término “Libertad” es una distopía light, escrita como un bestseller, con un ánimo crítico que no funciona del todo.

Libertad
Pablo Gonz
Uqbar editores, chile, 2008
$11.000.

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