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23 de Mayo de 2009

Cuando revienta la línea de crédito

Por

POR TAL PINTO

Rafael Gumucio (1970), quizás debido a su carácter, o tal vez impulsado por un programa caótico de vocación desconocida, se ha desempeñado como cronista, humorista, guionista, periodista, actor, poeta y hasta aforista. Ha estado ligado con igual ímpetu a la televisión y a la prensa escrita, a los libros y a la radio, a la comedia y a la tragedia. Se ha reído de Chile no siempre con fina ironía pero si empleando las diversas modulaciones de la crueldad; y si se ha burlado es porque de alguna manera ha querido (y detestado) a este país.
Esa vertiente de comentarista social se manifiesta con fuerza en “La deuda”. En Chile es difícil leer esta novela, más allá de sus otras posibles interpretaciones, como algo más que una investigación aplicada de ciertas ideas universales –la culpa, el amor, el poder– en el concreto suelo nacional. La historia de Fernando Girón, el protagonista de la novela, aspira a convertirse en el relato de una generación de chilenos que vivió su adolescencia en la dictadura y maduró, o intentó crecer, en la democrática década del 90. Pero si hay algo que Girón representa es justamente infantilismo. Narciso, y en consecuencia incapaz de atemperar su yo, Girón juega al papel de artista juvenil (universitario) a los cuarenta años. Su vida es su propia obra de arte; una obra näif en la que indistintamente es dueño de una productora y jefe buena onda, muy amigo de sus amigos, genial en su imaginación y marido de Fernanda (una ironía gruesa, una simetría innecesaria), compañera de universidad, hija de un político famoso, clase alta, de rasgos suaves y aristocráticos, obviamente algo histérica, virgen (que no célibe) hasta el matrimonio. Fernanda es el gran logro de Fernando. Y todo eso, ese castillo de cartas, se derrumba cuando Fernando descubre que Juan Carlos, su contador, le ha robado.

Juan Carlos es el reverso perfecto de Fernando. Aun si ambos provienen del mismo estrato social, y ambos a su vez han escalado, a Juan Carlos este ascenso, para emplear una mala metáfora, lo ha dejado sin aire, mientras a Fernando lo ha insuflado. Fernando se siente parte con poca distancia de su nueva realidad, es dueño de sí mismo; Juan Carlos sigue siendo un empleado. Este armazón simétrico no es casual: “La deuda” se sostiene sobre antinomias, en especial sobre la clásica, al menos académicamente clásica, arriba y abajo. Realista, “La deuda” presume que su descripción se ajusta a la de su universo de referencia: Chile. Si esta novela es un reflejo de Chile, si se pudiera creer que algo tan vasto e indeterminado como un país se puede reflejar, entonces este es un país de contradicciones. No es usual que una novela chilena tenga una estructura filosófica o sociológica tan evidente, además, las novelas-ensayo en Chile han sido por lo general un desastre, o bien, escritas hace cien años.

Lo cierto es que, y a pesar de una estructura que la hace predecible, “La deuda” se sostiene por la velocidad, y algo inusual en Gumucio (más cómodo, parecía, en el discurso avasallador de la primera persona), la precisión de su prosa, junto con una historia secundaria que gana intensidad en la medida que la de Fernando la va perdiendo (todo en esta novela está relacionado).

Hacia el final, Fernando, ya repuesto y ahora padre de familia, visita a Juan Carlos, solo y padre de una estudiante modelo y un hijo muerto (otra simetría), a la cárcel. Ese encuentro, apenas el segundo entre los dos polos del relato, condensa la propuesta, la meta, de esta novela: que después de la tragedia, rebatiendo el ideal clásico, hay futuro, o sencillamente que no hubo tragedia, o tal vez incluso que, parafraseando a un escritor de cierta fama, todo lo que empieza como comedia termina en tragedia, o todo lo que empieza en tragedia termina en comedia, o que hay algo entremedio, viscoso e inmanejable, llamado vida.

LA DEUDA
Rafael Gumucio
Mondadori, 2009, 352 páginas

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