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Opinión

6 de Agosto de 2022

Escuchar con los ojos

Es interesante leer (y responder) la columna de Rafael Gumucio “Defensa de lo gris” a la luz de esta carta anónima: pensar en cómo se combinan, en un espacio político como el nuestro, colores, que supuestamente se dan a la vista, y voces que, al surgir del desplazamiento en la propia historia, nos relacionan necesariamente con algo nuevo, algo inaudito.

Aïcha Liviana Messina
Aïcha Liviana Messina
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En las últimas semanas, ha pasado algo interesante en el escenario de la opinión pública. Entre las cartas y columnas de siempre, que reiteran posiciones esperables, han aparecido opiniones como esta anónima, dirigida a unos padres queridos y estimados, a quienes explica no sólo la decisión de votar “apruebo” el 4 de septiembre, sino cómo se dio esta decisión. El texto da cuenta de un cambio en la construcción subjetiva y en la comprensión de un panorama político, y de un ligero desplazamiento en el modo de ubicarse en una historia familiar y tejer lazos. Da cuenta, antes de todo, de una relación nueva con el lenguaje, como si hablar y escribir nos destinara a nacer de nuevo, no necesariamente con menos incertidumbres que las que ya tenemos, pero con algo más: la certidumbre que la pregunta de “quiénes somos” no está resuelta.

Es interesante leer (y responder) la columna de Rafael Gumucio “Defensa de lo gris” a la luz de esta carta anónima: pensar en cómo se combinan, en un espacio político como el nuestro, colores, que supuestamente se dan a la vista, y voces que, al surgir del desplazamiento en la propia historia, nos relacionan necesariamente con algo nuevo, algo inaudito.

En su columna, Gumucio afirma que la democracia “debe ser gris y no multicolor como está de moda hacerlo”. Con esto, el autor parece decir que vestirse con hábitos tradicionales de la cultura mapuche, que destacan por sus colores, no es democrático. Pues, agrega, el gris es el color de la mayoría, y no sólo eso: es la mezcla de todos los colores. El gris nos representa; los colores, en cambio –y de ahí su peligro–, son una reivindicación antidemocrática, separatista, identitaria. Así, para Gumucio, el gris pone aceite a toda la cadena del argumento: puesto que el gris representa a la mayoría y es el resultado de una mezcla, y dado que la democracia es el poder de la mayoría y la Constitución pretende ser democrática, entonces el color de las y los constituyentes debe ser el gris.

Es interesante leer (y responder) la columna de Rafael Gumucio “Defensa de lo gris” a la luz de esta carta anónima: pensar en cómo se combinan, en un espacio político como el nuestro, colores, que supuestamente se dan a la vista, y voces que, al surgir del desplazamiento en la propia historia, nos relacionan necesariamente con algo nuevo, algo inaudito.

Este argumento incluso alude a evidencia empírica: basta con salir al Paseo Ahumada para ver que es todo gris. Gris, por ende, es el color de la democracia. Claro que, si estuviéramos en los años ‘30 en Italia, veríamos todo negro, que también puede considerarse la mezcla de todos los colores. El problema de este empirismo no es sólo que determina un concepto a partir de un hecho contingente, sino que da por un hecho algo que es una construcción o proyección y que tiene una historia (como lo tiene la mirada). ¿Es todo gris en el Paseo Ahumada?  Es más: ¿es todo gris o es que sólo ese color alcanza nuestros ojos? 

Exhibir un color en un escenario político es un signo. Su lectura es relativa a la matriz discursiva en la cual se inserta, o que cuestiona. Un color puede ser una forma de expresar que una historia ha sido olvidada o ignorada. Un color puede ser la señal de que no sabemos como verlo o de que ha sido borrado, es decir, puede ser una pregunta antes que una respuesta. Uno sólo ve lo que está acostumbrado a ver. Ver nunca es inocente: vemos dentro de ciertos marcos epistémicos que hacen que algunas cosas nos hagan sentido, y por ende se nos aparecen; otras simplemente no entran dentro de nuestro horizonte. Vivimos con anteojos. Esta es una condición humana, pues lo que alcanza la visión es determinado por el modo en que el lenguaje hace sentido, por cómo circula la palabra, por los rumores y los eslóganes, por el modo en el que algunos dichos son guiños.

El argumento de Rafael Gumucio es circular. Veo todo gris, por ende, la democracia es gris. También da por sentado que la democracia es un asunto meramente numérico. Pero ¿se reduce la democracia a ser el poder de la mayoría? ¿Basta contar en democracia, o no hay también que pensar modo de representar e incluso de construirse como sujeto político (y no identitario)?  ¿Cómo cuenta una “minoría” y qué voz tiene si resulta ser denigrada, maltratada o ignorada? ¿No es también la democracia un espacio de cuestionamiento de los sujetos, de cuestionamiento de sus fronteras, de reaperturas de sus historias? Es más: ¿es un proceso constituyente el mismo tipo de proceso que una elección presidencial? Por cierto, en la segunda los candidatos buscan representar al pueblo (lo que de por sí es problemático). En una asamblea constituyente, es todo el campo de la representación política, sus constitutivos anteojos, sus limitaciones, las que están en jaque. ¡Por definición, lo constituyente cuestiona lo constituido! En este marco, el uso de un hábito tradicional no se reduce a su función de símbolo representativo: es la pregunta por cómo nos hemos constituido en un determinado ámbito óptico que es también un ámbito epistémico – y lo es, en un momento constituyente,es decir, en un momento en que quiénes somos cada uno/a busca redefinirse, como una pregunta nueva, no como una respuesta definitiva.

En Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche dice: “¿Tengo que gritarles en las orejas para que aprendan a escuchar con los ojos?” En Nietzsche, el estilo de escritura revoluciona los sentidos en su conjunto. No se trata de ver más, sino de articular de otra forma las historias. En esto, la forma que ha tomado la militancia de Elisa Loncon con relación a la enseñanza y a la escucha del mapudungun es sumamente interesante. Al hablar mapudungun en público, Loncon abre la escucha a un idioma que se nos escapa a todas y todos. Abre luchas múltiples a un punto de escucha común. Da a ver un color no como un mero símbolo identificatorio, sino también como una matriz abierta de interpretación. Hace de un color un “lugar común” que miramos necesariamente desde ópticas distintas. Esto permite a un conjunto y no solo a un pueblo reubicarse en una historia. Permite tener otras palabras, otro mundo de sentido u otro silencio para contarla. Por cierto, como con todo convencional, podemos tener desacuerdos importantes con sus propuestas e ideas. Denigrarla por completo o convertirla en un ídolo son dos caras de una misma medalla. En ambos casos nos concentramos en su figura, cuando la política se juega en cada una de nosotras y nosotros.

Exhibir un color en un escenario político es un signo. Su lectura es relativa a la matriz discursiva en la cual se inserta, o que cuestiona. Un color puede ser una forma de expresar que una historia ha sido olvidada o ignorada. Un color puede ser la señal de que no sabemos como verlo o de que ha sido borrado, es decir, puede ser una pregunta antes que una respuesta.

*Aïcha Liviana Messina es la Directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales

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