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POR JUAN PABLO ABALO
En 1964 el compositor californiano Terry Riley escribió “In C” (en Do), una obra fundamental para el desarrollo de un tipo de minimalismo norteamericano del cual innumerables músicos se servirían. En ella, sobre un pulso determinado, los intérpretes eligen tocar cuantas veces quieran módulos de notas escritos previamente por Riley, que se repiten, por lo general suben y a veces bajan. Pocos años después, Steve Reich, con seguridad el más notable representante de dicha estética musical -el minimalismo-, desarrolló trabajos en esta línea (“Drumming” y “Música para 18 músicos” son solo algunos de ellos), llevando así a su máxima potencialidad ideas tales como el desfase de las frases, la repetición insistente de giros que varían muy de a poco y casi imperceptiblemente, métricas implícitas (agrupaciones distintas dentro de otras métricas), todo en una suerte de gran arpegio constante que conduce a un estado de pura contemplación, algo así como un mecanismo que nos lleva a un trance auditivo, que dicho sea de paso no era sino la respuesta de EE.UU. al estructuralismo de la música europea.
El impacto de estas obras, de esta música. ha sido tal que ineludiblemente ha infectado -para bien- a exponentes de géneros aparentemente distantes de los cultivados por Riley y Reich. Es decir, que los gestos de estos compositores se colaron en músicas de vanguardia, grupos de rock, otros de eso llamado post rock, etc. Así lo escuchamos en King Crimson, posiblemente en casi toda la obra de Philip Glass (con bastante menos gracia que los compositores en cuestión), decididamente en el trabajo de la cantante y pianista Meredith Monk y en gran parte de la música del instrumental y noventero grupo Tortoise, aquellos del notable disco “TNT” (1998).
Oriundos de Chicago, los integrantes de Tortoise con gran musicalidad han sabido combinar estilos musicales tan diferentes como diferentes son las formaciones musicales de los integrantes. A través de vibráfonos, marimbas electrónicas, la ritmicidad del baterista y el buen juicio para la utilización del aparataje electrónico junto al acústico, han compuesto una música con personalidad propia. En Tortoise, el fondo de todo aquello no ha cambiado, pero el sonido resultante sí lo ha hecho desde el último álbum del grupo (“It`s All Around You”, 2004), hasta este, su más reciente trabajo: “Beacons of Ancestorship”, salido reciencito este 2009.
Este nuevo disco aglutina once canciones de variada naturaleza que conservan o más bien exacerban el eclecticismo nada caprichoso que caracteriza al grupo. La apuesta esta vez, si es que de apuesta se tratara, deambula entre la ruidosidad y el sandungueo. Tortoise pasa de la saturación del sonido a la conformación de buenas y atinadas melodías (“The Fall of Seven Diamonds Plus One”), junto con ritmos casi chacaloneros (“Northern Something”) que hacen mover las caderas con la precisión con que lo hacía el General y su “Funkete”.
Las fracturas de “Penumbra” nos abren otro terreno, pues el ritmo entrecortado de esta canción muestra renovados y frescos modos del trabajo electrónico. Así también sucede con “Charteroak Fondation”, canción con que cierran el CD.
“Beacons of Ancestorship”, en suma, es un disco fresco, vital, bien ejecutado, en el que Tortoise ha reciclado su propia historia. Cuatro hurras y un manteo para Tortoise.