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23 de Agosto de 2009

El juego verdadero

Por

Por MARCO ENRÍQUEZ-OMINAMI / Candidato Presidencial

Al jugar se adopta la posición de la aventura, hay elementos que se conocen antes de comenzar una partida y hay muchos otros que quedan en suspenso a la espera del desarrollo, desenlace y resultado final. No importa cuál sea el juego que juguemos, siempre tendremos reglas que seguir, la posibilidad de torcerlas y la contingencia propia de la contienda: se puede ganar o perder. Así es la vida.

Por cierto que al aceptar las reglas y los resultados se está ante un “juego limpio”, mientras que al obviarlas, cambiarlas arbitrariamente ó torcerlas mañosamente, la partida deviene en un “juego sucio”. Así pasa también en la política.

En la política del juego limpio se compite, se gana y se pierde. Se arman equipos y se distribuyen tareas y objetivos para ser alcanzados en el tiempo. Se lucha, se debate, se pacta y se acuerda. En la política sana se discrepa, incluso airadamente; se pelea, se suma y también se resta; se acierta y se yerra… A veces ganan los nuestros y a veces ganan los otros. En la política sana, la aceptación de estas posibilidades es parte de las reglas y se juega con ellas como cancha.

Pero la política cotidiana es mucho más prosa que poesía, es más cuneta que salón y es más apariencia que sustancia. Por lo mismo es que en política, como en cualquier pichanga de barrio, existe también el juego sucio, que se manifiesta en distintos niveles y cuyas prácticas más comunes pueden denominarse también bajo un lenguaje de juego.

Existe, por ejemplo, la “cachetada del payaso” que como su nombre lo indica suena más de lo que daña. En política esta práctica se incrementa en períodos electorales y consiste en pelear con estrépito para dar la sensación de discordia, distancia ó diferencia. Tras “cachetearse” dos rivales pueden salir juntos a tomarse un trago o visitar a sus parientes comunes sin mayor escándalo.

Ligado con lo anterior, están las “jugadas para la galería”, que comúnmente adoptan la forma de leyes o debates regulatorios que son impulsados para el lucimiento de uno u otro equipo, sin que en ellos se invierta mucho más raciocinio que el cálculo de “efecto” y “rating”. Existen los “arratonados”, que se dedican a defender su cancha con dientes y muelas, propendiendo entonces al empate o a las derrotas dignas; están los “chanchos” que patean todo lo que se mueve y los “comilones” que una vez que tienen la pelota no la sueltan ni a palos.

Ante tan variopinta fauna politiquera nosotros hemos propuesto abrir el juego, mostrar las cartas y tirarnos a la piscina. Competiremos con brío y con convicción, pero aceptaremos las reglas del juego. A los chanchos, comilones, arratonados y teatreros les decimos: podemos ganar y podemos perder, pero lo haremos dejando todo en la cancha. Nuestra hinchada y nuestro equipo entienden que, en el partido que comienza, jugando al empate perdemos todos, estamos convencidos que, como dijo Hitchkock “es mejor un final de terror que un terror sin final”.

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