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Opinión

18 de Enero de 2010

Se aburrieron de nosotros

Por

Por Alvaro Díaz

El viernes pasado, en el cumpleaños de un amigo a la hora de almuerzo, le preguntamos a la joven que nos atendía por quién votaría: “Por Piñera”, nos respondió sin dudas. Nada de “el voto es secreto” o “me da lo mismo”. Los que ahí estábamos, todos aparentemente concertacionistas, quisimos saber si ese era un voto perdido, así que le consultamos por quién había votado en la elección anterior: “No voté porque era muy chica, pero de haber podido, habría votado por Piñera”, respondió. Fue en ese momento que supe que la elección estaba perdida. Veníamos de una semana donde, más por autoconvencimiento que por datos reales, le habíamos puesto un par de fichas a Frei, creyendo que el peso de la noche sería suficiente para torcerle la mano al destino. Patrañas: el 51,61% de los ciudadanos chilenos no quiere seguir con la misma vida que lleva hasta ahora, y le carga todas sus frustraciones, derrotas, carencias y malos ratos a quienes llevan 20 años gobernando. Razonamiento sencillo capitalizado por cualquiera que prometa un cambio, aunque sea de caras y con dirección a una hoguera. Los que patean la perra todo el día y ven en el estado un monstruo que interfiere más que ayuda sólo quieren que se reparta de nuevo el naipe, a ver si en una de esas sale al menos un par de ases que permita pagar las tarjetas o la cuota del taxi para volver a cifrar las esperanzas en otra deuda y luego culpar al empedrado de la propia incontinencia. Si la lógica del esfuerzo y el trabajo duro no ha funcionado, que nos salve la ilógica del azar, y no a todos sino a mí.
“Se aburrieron de nosotros”, pienso. De los que florecimos al amparo de 20 años de gobierno, de los que nos paseábamos por las reparticiones públicas en hawaianas y polera, y nos jactábamos de fumar un pito mientras cosechábamos éxitos laborales y personales, sudando suficiencia moral. Somos la otra aristocracia, la con buen trato y curiosidad por el barro, la que regala helados al que nos pide una moneda, la que estudia afuera y pasa pellejerías europeas, la que construye casas de madera en las poblaciones -cosa que no hago hace 20 años- y tiene un Volkswagen Escarabajo para no aparentar. La que se indigna con Pato Navia apelando a una conciencia que nos es tema más allá de salones que ciégamente confundimos con plazas de pueblo. La que, pese a lo anterior, también sabe de apellidos y prende velas a sus antepasados más brutales. Jorge González, antes de la Concertación y cuando también era pobre, plasmó a los nuestros en “¿Por qué los ricos?” una de sus canciones más lúcidas: “…A veces unos tienen ganas de igualar, forman entidades, juegan a luchar, discursos y recursos, vida intelectual, y todo sigue tan igual ¡tan igual!…”
La joven decididamente piñerista del restorán se llevó una buena propina, mezcla de justicia y culpa. Podríamos triplicar el valor de esa propina y seguiría siendo propina. El pecado original permanece ahí, inmaculado, resumible en un hecho tan real como que nosotros podemos tomarnos un viernes en la tarde para celebrar a un amigo y ella ni pensarlo, porque tiene que trabajar.

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