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Opinión

22 de Enero de 2010

Weblo en armas: Que la Concertación no se queje

Weblo en Armas
Weblo en Armas
Por

Por Kasuro
Ilustración: Ajab
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Weblo en armas es una selección de comentarios posteados por lectores. Se publican conservando la hortographia orijinar, para respetar el estilo, por ser…

Venía en la micro, sacando cuentas mentales, pensando en mis vacaciones, en cómo iba a llegar a fin de mes sin sacrificar ni diversión ni relajo. Un poco asustado pero conservando la calma. Acostumbrado, quizás. Siempre hay gente peor que uno, siempre, y es el consuelo que te ahoga la desesperación a veces. En la radio los aplausos al recién electo presidente, las colas entre las piernas de los derrotados, las reminisencias al dictador que parecía resucitar de entre sus cenizas. Y la otra resurrección, el sector que gran parte del país niega pero que, extrañamente, elige. Y aplaude. Y se hiperventila con saliva goteando de sus bocas. Plata, la necesidad de todos. Plata, la carta de presentación que pareciera engrandecer la inteligencia del hombre. De este hombre. De la sonrisa pegada, maqueteada, diseñada, photoshopeada. Plata, en la generación Farkas, donde el billete asomado en los bolsillos pareciera ser más importante que la forma de conseguirlo. O el para qué conseguirlo. Porque de lo interno ni hablar. ¡A quién le importa el corazón, la verdad, la honestidad! Somos la vida rápida. Somos la necesidad. Las otras mamonerías de espíritu y humanidad, para los hippies. Y los pobres ni para eso tenemos tiempo.

Cuentas. Si saco diez y pongo veinte, y lo del préstamo. No, después cómo pago. Vivamos la realidad. Es mejor que saque el cable, que el internet le sirve a mi hijo, y que mi cabro, tan inteligente él, no va a vivir las pellejerías que yo. Conchetumadre, se viene su cumpleaños. Tal vez si me ofrezco a trabajar los domingos. En el fondo igual se puede… Me deja por aquí por favor, sí, en el banco. Y me bajo de la micro cuando el sol pega más fuerte, por la cresta. Y así se da vuelta la tortilla, y aunque nunca me sentí identificado con los veinte años de concertación, estuve de su lado, sentado cerca de su parlante. A su sombra si se quiere. Poniendo atención a sus promesas, a sus compromisos con la gente. Alegando, protestando, pateando la perra. Y hoy, préstamo… Y ahora dónde. Y ahora cuándo. Voté con el corazón, como decía la campaña , y la verdad ya no sé si tenga mucho que ver lo diestro o lo surdo a estas alturas. Al final es todo igual para la gente como yo. A veces pienso que se dejaron perder, y esa huevada me dá rabia. De entre todas las opciones eligieron como representante al personaje más débil. Al record mundial del no carisma. Al que menos hizo en su tiempo. Y ni ellos se lo creyeron. Y ni yo, que voté por él. Mientras, los analistas políticos, economistas amanerados, los hiperventilados termocéfalos… todos. Reunidos en comidas, con la seguridad que hablan, y los ríos de tinta, y las portadas de diarios, y las risas. Y los pobres reptiles que se asoman de sus cuevas, los que la hicieron “corteira” para mendigar puestos en el eventual ministerio. Todos, presumiendo el futuro que nos trae tatán, con un whisky añejo en la mano, brindando por sus verborréas de mierda que en nada se preocupan de la vieja que me acaba de ofrecer unos parches curita en la esquina. O del huevón que acaban de despedir ayer.

Qué fácil. Qué fácil es hablar desde afuera. Muy buenas tardes, señorita, vengo a pedir un préstamo. Sí, mi carnet, en seguida, muy amable. Así, tal cual, ya incluso perdí la verguenza. Ya incluso mi jefe perdió la sensibilidad para decir que la cosa está mala y que de aumento ni hablar. Pero el huevón no deja de sonreír, como tatán. Es un robot programado. Y la señorita del banco que mira la pantalla y pareciera que el mundo se me va por un instante. Se desvanece. Clicks, pantalla, clicks, suspiro. Y al final de cuentas lo de las elecciones me importa un pico ahora, o me obligo a que así sea. Y que mi familia sigue siendo protagonista, de eso ni duda que tengo. Y la pelea, la diaria, la lucha desde el centro de mis venas, el aguante de siempre. Qué… ¿cómo dice, rechazado? La señorita sonríe al decirlo, sonríe como tatán, como mi jefe. Yo no sé qué cara pongo, y sinceramente no quiero saberlo. Las cuentas mentales vuelven a iniciar los engranajes de mi propio aguante. Los parlantes derechos comienzan a prometer, los brazos arriba, los sobacos mojados. Y yo no quiero sentarme a ese lado, amigo mío, no quiero. Y me convenzo cruzando la calle al banco de al frente. Un rebote de pelota. El ping-pong. Y como dice un amigo del alma, la wea es simple “nos cambian los payasos, pero el circo sigue”.

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