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Cultura

30 de Mayo de 2010

Catulo a la chilena

Por

POR VICENTE UNDURRAGA
Justo para esta semana tenía preparado, para la sección “Volvamos a los clásicos” de este pasquín, un lote de poemas de Catulo -Cayo Valerio Catulo (84 a.C. – 54 a.C.), escritor latino que, además de recados a una enigmática mujer, Lesbia, a quien amaba y odiaba, escribió virulentos versos destinados a denigrar y amenazar a enemigos y rivales amorosos-, poeta con quien inauguré tal sección en abril de 2007 y con quien ahora, por primera vez, me permitiría repetir el plato, básicamente por haber dado hace poco con una traducción harto más viva que las que hasta entonces conocía. Me refiero a las versiones de Juan Manuel Rodríguez Tobal (publicadas por la editorial española Hiperión), quien en su prólogo dice: “harto familiares nos son los textos clásicos que nos hablan en un lenguaje extraño y anticuado. Esta práctica en Catulo se convierte poco menos que en atentado. El carácter ocasional y aparentemente espontáneo de gran parte de sus poemas y el vigor que en ellos imprime a sus pasiones pierden en nuestra lengua toda su fuerza si la traducción consiste en la pura y simple transmisión de un contenido, revestido, las más de las veces, de una mojigatería absolutamente extraña al original”. Y por ello Rodríguez Tobal dice haberse tomado libertades y divertido en vez de haberse aburrido y dejado esclavizar por “un respeto absoluto a la literalidad”.

Ya estaba diagramada la página de “Volvamos a los clásicos”, pues, cuando me llegó un sobre, de parte de Adán Méndez, poeta y director de Ediciones Tácitas, con un ejemplar de “Leseras”, versiones de todos los poemas breves de Catulo realizadas por Leonardo Sanhueza, poeta y columnista de Las Últimas Noticias. Así es que cancelé la página para, en su lugar, reseñar este libro y reproducir una lesera.

Las versiones de Sanhueza continúan, o extreman, la senda de Rodríguez Tobal y Ernesto Cardenal, esa línea de atrevimiento, libertad y antimojigatería a la hora de traducir que es también la que siguió radicalmente Nicanor Parra con su “Lear Rey & Mendigo”.

Sanhueza da una versión bien chilena de los poemas de Catulo, que originalmente fueron bien latinos, entendido esto como harto feroces, plagados de expresiones de grueso calibre, muy locales en sus giros. Por ello es que aparecen en esta traducción expresiones tales como “fleto blandengue”, “la puta que te parió”, “ayayay”, “minita” y “enorme pichula”. E incluso hay versionado como zamacueca un poema de Catulo que termina así: “si te parece poco / córtate un coco”. No por todo lo anterior se trata de versiones ininteligibles para, por ejemplo, un venezolano, un guatemalteco o un español; al contrario, la frescura y la fluidez de los versos hacen que ésta sea una traducción que acerca a un autor que -no hay que olvidarlo- hizo lo suyo hace ya más de veinte siglos.

Es insoslayable el echar mano a localismos para traducir a un autor que usó los que -en su momento, lugar y lengua- tenía a la mano. Y, por último, me parece digno de celebración que tales localismos sean chilenos, acostumbrados como estamos a los ingratos españolismos. Resultante de esto es que, por ejemplo, donde alguna vez hubo que leer “Os daré a probar y os impondré mi virilidad / Aurelio bardaje y Furio marica”, ahora se lea: “Los sentaré en la picana y les pondré el chupete, / Aurelio maricón del hoyo y Furio chupapicos”.

En cuanto al título, “Leseras”, cuenta Sanhueza que lo tomó de uno de las escasos lugares -el poema I- donde Catulo se refiere a sus propios textos, y lo hace tildándolos de “nugae”, expresión latina que Rodríguez Tobal tradujo por “tonterías” y Ernesto Cardenal por “sonseras”. Como sea, no todo en Catulo es diatriba ni chacota, no todo es lesera; que se haya referido así a sus poemas no es más que el uso del tópico de la falsa modestia. En Catulo, en “Leseras”, también hay espacio para la seriedad, pero no para la beatería; lo hay para la muerte, pero no para mortificaciones circunspectas.

“UNA HORRENDA MARACA ME HA SUBIDO AL COLUMPIO”

Atención, todos mis endecasílabos,
vengan de donde estén y cuántos haya:
una horrenda maraca me ha subido
al columpio y se niega a devolverme
-súfranlo- nuestra libreta de apuntes.
Todos tras ella, pidamos lo nuestro.

¿Cuál es? Esa de ahí, la que camina
horrible, siempre con una risa teatral
e indigesta en su hocicamen de perro.
A rodearla ya, pidamos lo nuestro:
“Maraca hedionda, pasa la libreta,
pasa la libreta, hedionda maraca”.

¿Qué? ¿Te da igual? ¡Pantano, lupanar
o lo que pueda haber más putrefacto!
Pero no hay que conformarse con esto,
y al menos estrujémosle un rubor
a su inmutable caracho perruno
y gritemos de nuevo, con más fuerza:
“Maraca hedionda, pasa la libreta,
pasa la libreta, hedionda maraca”.

Nada sacamos. Nada. Ni se mueve.
Debemos cambiar los procedimientos
a ver si algo podemos conseguir:
“Dama ejemplar, ¿nos pasa la libreta?”.

(poema XLII)

LESERAS
Catulo
Ediciones Tácitas, 2010, 119 páginas.

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