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Opinión

9 de Julio de 2010

Editorial: Kramer v/s Kramer

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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POR PATRICIO FERNÁNDEZ
Sebastián Piñera es así: quiere participar de todos los juegos y ganarlos siempre. Quienes han vacacionado con él, confiesan haber vuelto cansados. Tenis, helicóptero, lancha, parapente, carreras de nado, remo, trote. Energía no le falta. Como los niños hiperkinéticos, no se puede quedar tranquilo. Sus tics son los excedentes de la corriente que chisporrotea por sus venas. Si llega a una compañía de bomberos, querrá jugar a los bomberos, ponerse el casco, la chaqueta, subirse al carro y sacarse una foto, exactamente como hizo este verano mi hijo menor, cuando se los encontró pidiendo plata en tenida de incendio, durante una fiesta costumbrista, cerca de Chonchi. Su manera de vincularse es compitiendo. La vida es una seguidilla de pruebas a superar. Si le dicen que en X pozo de agua helada sólo tres hombres se han sumergido completos, apuesto que se sumerge. Durante los últimos días se ha vestido de cuánto personaje se le ha cruzado. Si Kramer imita a Piñera, Piñera imita las mil caras de Kramer. Imagino que le hubiera encantado ponerse la camiseta de la selección chilena, jugarles una pichanga, y gritarle tallas a Bielsa desde adentro de la cancha: “¡Loco, yo que tú cambio la estrategia!”, con la esperanza de que el entrenador se muera de risa y le conteste algo así como “no perdás la posición, presi, que aquí gobierno yo”. Piñera le hubiera hecho OK con el pulgar. Entre sus primeros planes para conquistar a la selección, sin ir más lejos, se filtró que estaba disparar penales con ellos en Pinto Durán. Quizás llevaría preparada la talla de que se le saliera un zapato al chutear, pero la talla, de seguro, le saldría tiesa, y en una de ésas el mocasín hubiera terminado sacándole sangre de narices a un futbolista. El Presidente es de los que quieren ser simpáticos, de los que quieren que los quieran, y les cuesta conseguirlo. Quizás sea que, al no detenerse nunca, no le da el tiempo al interlocutor para generar contacto. Debe costarle dejar tranquila su mirada sobre los ojos de otro. Demasiados acontecimientos a su alrededor lo distraen. Habla editado, es cierto, y por lo general repite frases idénticas ante preguntas parecidas, pero dudo que todas sus monadas respondan a un plan. Su personalidad, efectivamente, desdibuja la impronta presidencial. Un cortaviento rojo vino a reemplazar la chaqueta de corte adusto. Y esto, si a unos les causa risa, a la derecha no le gusta nada. Despoja de solemnidad el cargo y, por ende, el concepto de autoridad que tanto valoran. De ser así, piensan, no tiene nada de que quejarse si lo pistolean en los programas de televisión o Bielsa le quita el saludo. Tanto chacoteo tiene al mundo conservador hasta la tusa. Piensan en don Jorge Alessandri y se avergüenzan. Lo comparan con Lagos y les resulta ajeno. “La nueva forma de gobernar”, digámoslo, conlleva cierta informalidad demagógica. En una de ésas le ponen buzo a los guardias y funcionarios de La Moneda. Los atributos de la presidencia sufrieron un remezón tras el paso de Bachelet por el gobierno. Si con Lagos se pasó del rigor formal del padre a la dulzura de la madre, con Piñera tomó el mando el hijo listo, demandante y agotador. La prestancia republicana no parece ser hoy un valor de moda. Priman las cercanías y las afectuosidades. De seguir así las cosas, serán Lavín y la Michelle los que competirán en las próximas elecciones. Sinceramente, no me parece la alternativa más estimulante. La ex presidenta ha declarado que a ella tampoco. Querría decir que estamos jugando a la defensiva, tapando goles en lugar de salir a meterlos. Entre tanto saltimbanqueo, nos vendría bien un momento de calma. Olvidar un rato la lucha por la popularidad y pensar a dónde vamos, o hacia dónde queremos ir. Terminado el mundial, el gran partido continúa.

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