El embrujo de Fidel

POR HERMAN CHÁVEZ

Es vivaracho Fidel. El viejo se las sabe por libro. Podrán decirle de todo, pero ningún bípedo osaría tontearlo. Apareció justo cuando se acordó la excarcelación de cincuenta y tantos presos políticos, y los primeros liberados partían a España. Los liberados, como si fuera de lo más natural que así suceda, deberán hacer abandono de la isla. Se les cambia la pena de prisión por la de exilio, y en lugar de reclamar todos, nos allanamos a considerar de lo más auspiciosa la medida, sin considerar que al hacerlo, el régimen debilita los gérmenes de la oposición interna. Fidel aparece para recordarle a Cuba y al mundo que sigue ahí, en el mando, y que ni la vejez lo ha derrotado. Los que pensaron ser víctimas de Raúl, debieran ir convenciéndose de que también lo fueron de Fidel. Cuba está viviendo una crisis económica espantosa, un hombre que llevaba ciento treinta y cinco días sin probar comida ni agua acaba de beber sus primeros sorbos, las Damas de Blanco y el cardenal han estado al centro de la noticia, el canciller de España, en representación de todo un continente, acaba de negociar junto a la iglesia la liberación de unos presos de conciencia, pero él, Fidel, reaparece al cabo de meses de ausencia para dar una charla sobre los peligros de una guerra nuclear en el Medio Oriente, y se roba, como Maradona, todas las cámaras. Para los cubanos debe parecer una pesadilla, la imagen del control que vuelve una y otra vez a recordarles que esto no es chacota, que se vayan con cuidadito. A cualquiera que le pregunten hoy, por las calles de La Habana, qué opina de la aparición de Fidel, contestará que se siente muy feliz, que le alegra ver a su líder querido y admirado tan bien de salú, mientras por dentro corre el frío y la resignación. A los cubanos les gusta discutir, pero viven desde hace tiempo como si una maldición bruja les hubiera caído encima.