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Nacional

18 de Septiembre de 2010

Ha sido nana durante toda su vida: Los 102 años de Leonor

Jorge Rojas
Jorge Rojas
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• FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Leonor ha cuidado de tres generaciones de la misma familia. Fue profesora durante un tiempo y por cosas del destino terminó viviendo puertas adentro en una casa y con una familia que no era la suya. Pero el cariño que dan los años ha hecho que ella sea parte importante del clan. Hoy, los mismos a quienes cuidaba le han devuelto la mano. Acá, el testimonio de una chilena del centenario, que se ha vivido in situ más de la mitad de los años que Chile cumple este 18 de septiembre.
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Leonor Pérez Jorquera dice que nació en el año siete, para ser precisos, el 30 de noviembre de 1907, veintidós días antes de que ocurriera la trágica “Matanza de la Escuela Santa María de Iquique”, donde 1.500 obreros fueron asesinados. En pocos meses, Leonor cumplirá 103 años de vida.

Pese a perder algunos sentidos, su lucidez impresiona. Dice que de las voces sólo escucha un sonido parejo y que por eso tienen que repetirle todo al oído. Tampoco puede ver con claridad más allá de un metro, pero distingue sombras, como las de los gatos que viven con ella, Josefo y Anita, que cada cierto rato se le suben al hombro.

Todos sus parientes son de Los Vilos y en estos 102 años, Leonor es la única sobreviviente de una familia casi extinta: ha tenido que enterrar a sus padres y cuatro hermanos y, salvo un sobrino, no le quedan familiares vivos.

A Leonor le cuesta recordar en detalle, pero tiene hitos escarificados en su cabeza, como que a los siete años debió emigrar a Viña del Mar porque su padre encontró trabajo en un cementerio.

-Mi padre vivía en hacienda y criaba animales y cultivaba frutas. Cuando nos vinimos a Viña, mi papá trabajó construyendo el cementerio Santa Inés. Allí nos dieron casa y viví hasta que el Servicio Nacional de Salud se hizo cargo de la administración -recuerda. Y agrega: “esos eran otros tiempos. Uno estaba en su casa no más. No como ahora, como está la juventud que es demasiada distinta. Me llama la atención la libertad que tienen. Yo no tenía amigas, porque los padres no nos dejaban tener amigas”.

Leonor recuerda que en esa casa se comía a las seis de la tarde y después tomaban café o mate y que su madre, cuando ya caía la noche, agarraba la máquina de coser y le hacía ropa para su muñeca. De eso y de su colegio no se olvida: “fui al colegio, sé que fui, pero no recuerdo qué pasó después. Supongo que debo haberme recibido de algo. La enseñanza antes era muy distinta, porque en Viña no había universidades y fíjese que yo empecé a estudiar cuando recién se abrieron los liceos. Íbamos de un lado del cerro hasta el otro, porque no había cómo movilizarse”.

Pero a Leonor le iba bien en la escuela. Tanto que durante ocho años fue profesora de la escuela San José de Santa Inés. Allí fue donde conoció a su único hombre.

LA NANA

Sobre su marido, Leonor dice que se llamaba Eduardo y que se casó con él cuando tenía 27 años. Tarde, porque se estilaba que las niñas se casaran bien niñas, como le pasó a su hermana, que con 15 años se emparejó para luego separarse, volverse a casar y separarse nuevamente. Leonor tuvo distinta suerte.

-Se me antojó casarme, pero me fue mal, porque mi marido salió un borrachín. Cuando ya estaba casada, a él le dio la borrachera, pero no le aguanté mucho. Se iba, volvía y después se volvía a ir. Llegaba borracho. Hasta que un día me dijo que se iría a trabajar de chofer a Santiago, que iba a cambiar y que si me quería ir con él. Yo acepté y formamos casa, pero siguió tomando -recuerda.

Por ese tiempo ella conoció al gerente del Automóvil Club de Chile, Manuel Soza. Su esposo Eduardo se lo había presentado porque él era su jefe y necesitaba una empleada por tres meses. Leonor llegó a esa casa con la convicción de que saldría de allí pasado ese tiempo, pero se equivocó. Se quedó por el resto de su vida. Tanto tiempo trabajó allí, que cuidó y crió a tres generaciones de la familia Soza Zamorano. Para todos ellos, Leonor no es Leonor, sino que de cariño le dicen “la nana”.

Fue entremedio de eso que su esposo se murió en su ley.

-Una vez mi marido tenía que llevar seis autos para que los fuera a dejar al Sur, pero él se emborrachó con una “damajuana” de agua ardiente que se tomó solito. Lo tuvieron que bajar inconsciente en camilla. Al volver, fue al médico y él le dijo que se hospitalizara. El doctor me dijo: “su marido se suicidó tomando agua ardiente de esa manera. No tiene hígado. Es un pedazo de corcho”. Duró un mes y se fue -recuerda.

A partir de ese momento las motivaciones para rearmar su vida, tener una familia y una casa propia, se fueron al tacho de la basura. A Eduardo, Leonor ya no lo amaba, tanto que no le dio pena cuando se murió y nunca más se volvió a casar: “para conocer basta con uno”, dice.

A quienes sí le tenía cariño era a los Soza Zamorano y todas sus ramificaciones. Con ellos se quedó perpetuamente viviendo puertas adentro.

100 AÑOS
Así se le pasó la vida a Leonor. Fue testigo de las primeras conquistas femeninas. Estuvo presente en las votaciones de la mujer en 1952, aunque dice que ella no lo hizo hasta varios años después. Recuerda también que las mujeres tampoco usaban pantalones porque eso era ser ahombrada y que los hombres eran los que mandaban, aunque asegura que su padre fue muy respetuoso con su madre y que jamás le oyó decirle una mala palabra.
En la familia Soza Zamorano recuerdan que Leonor para ellos es todo. Por eso también una vez que ya no pudo seguir trabajando se hicieron cargo de ella y se han preocupado de que no le falte nada.
-Vengo de una familia en que el papá y la mamá trabajaban y la nana era todo. Era la mano derecha, la apoderada, la que nos ayudaba en las tareas. Ella es como si fuera mi bisabuela por eso la cuidamos -cuenta Carmen Rita, la tercera generación a quien Leonor cuidó.
Pero a Leonor el cansancio le afecta, sobre todo porque estando acostumbrada a hacer tantas cosas por los demás hoy no puede hacer nada. Dice que ya no le tiene miedo a la muerte y que cuando ocurra quiere que la entierren en el cementerio Santa Inés, donde pasó su infancia: “si voy a estar así en el estado en que estoy ahora, ojalá me hubiese muerto ya”. Y agrega:
-Nunca pensé en llegar a los 100 años y por eso le pido a Dios que ojalá me muera sin darme cuenta, porque no quiero más dolores. Pero he sido feliz, aunque sólo por etapas: antes de casarme y después de enviudar -concluye entre risas.

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