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Opinión

19 de Septiembre de 2010

Para una historia del desprecio en Chile

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Un amigo me llamó con cierta urgencia para contarme que había descubierto que Pelotillehue era Santiago. Su convicción se basaba, luego de comprar una promoción de Condorito, en una lectura atenta de las referencias toponímicas. No sé si esto es importante, pero en el contexto bicentenario puede que sí. Condorito es clave en un cierto trazado de lo que podríamos denominar identidad. 

*Prolegómenos del abandono
FOTOS: ALEJANDRO OLIVARES

Pepo, un penquista como yo, provinciano, se reía de la capital y la hacía aparecer como más provinciana que la misma provincia. Mi amigo, hombre de provincia (pero no en sentido peyorativo, sino como aquel sistema de habitabilidad que promueve nuevos modos de vida basados en registros autónomos de territorialidad), gran odiador de Santiago y su centralismo perverso, siempre ha estado obsesionado por este tema de la provincia abandonada, despreciada, humillada y perjudicada, que correspondería, según su experiencia y estudios, a un rechazo de clase que no hace otra cosa que afirmar la supremacía absoluta de un pequeño conglomerado de castas que, además, se adueñaron del espacio de representación política. Esto para él es la base de nuestro atraso como nación y lo relaciona con la hegemonía de los conservadores en nuestra historia política; desde la batalla de Lircay en adelante, pasando por la derrota de Freire, de Pedro León Gallo y en general la supremacía del eje portaliano en el siglo XIX, incluida la guerra civil del 91, hasta la muerte heroica del compañero presidente Allende en el XX.
Esta hegemonía autoritaria define modos de relación y conductas, como el apocamiento, la secundariedad, el apatronamiento y la casi nula visibilidad de los actores locales populares, aunque hay momentos memorables, como la instalación del roto, el movimiento sindical y la cultura de izquierda, y la nueva canción chilena. En este contexto me surge este temón bicentenario o antibicentenario que está en la constitución de lo que mi amigo llamaría alma nacional. Todos estos temones los hemos discutido en largas sesiones de asados y comistrajos en su casa de Barrancas, San Antonio. El mismo barrio a donde llegara el gran Pablo de Rokha a casa del suegro de mi amigo con un inmenso congrio que la mujer de mi amigo debía cocinar –adolescente en ese entonces–, para luego, después de un regado caldillo salir con su padre a vender sus libros. Son los pequeños-grandes testimonios resistenciales de un margen territorial que le hacía y le hace frente a los malditos.
El tema me hace pensar en un bello seminario sobre patrimonio local, en el que participé, en que se planteaba la necesidad de trabajar en un clima de confianza y colaboración, en medio de una cultura autoritaria que nos impone la sospecha y la paranoia, para recuperar valores propios y sacarles partido en una perspectiva cultural y turística liberada de las regencias centralistas que suelen habitar en nuestras propias cabezas. Por eso nos castigan con malls y casinos, y con silos portuarios en pleno vecindario, auspiciados por una autoridad que sirve a los intereses de los empresarios inescrupulosos.
En mi desesperación por el temita idiota le planteo a mi amigo un proyecto de escritura sobre la historia del desprecio (subrayado) en Chile. Para uno que ha sido profesor de colegios secundarios en zonas de(s)preciadas y que intenta ser escritor en un pueblo abandonado, se trata de un asunto que podría llegar a tener sentido político, por último. Como tema es raro, no se hace historia de una actitud o de algo tan subjetivo. En general, se hacen historias sociales o políticas, de carácter institucional o historia de objetos. Foucault con sus genealogías del sexo y la locura es el gran antecedente para historiar discursos de poder. ¿Pero en qué consistiría una historia del desprecio? Intentémoslo a la bruta, ficcionando algunos tópicos, que si bien poseen sentido histórico, tienen un presente y un futuro inquietante.

LA INVENCIÓN DEL OTRO COMO AMENAZA:

Es muy probable que el salvamento de los mineros atrapados en la mina San José tenga como correlato la muerte potencial (y deseable para ciertos cálculos) de mapuches en huelga de hambre. Para mi amigo, la clase poderosa genera para gobernar (imperar, doblegar, dirigir, imponer) este régimen del desprecio, fundado en la negación profunda de lo que ella no es y de lo que no quiere ser (del misterio que la amenaza), y el intento, provinciano (meteco e impostor) de creerse de otra parte. Aquí hay un tema que para algunos estaría resuelto, somos una representación patética de la cultura europea, por lo tanto estamos obligados a esa secundariedad sistémica, hasta el fin del modelo romano, hablando figurativamente.

LAS GANAS DE MATAR O LA GUERRA A MUERTE:
El asesinato de Jaime Guzmán tiene un cierto parecido al de Portales, al menos interpretado a la manera de Joaquín Edwards Bello que en una crónica espectacular analiza cómo los poderosos de la época lo dejan solo (Portales era un impresentable socialmente hablando), no hay una equivalencia absoluta, pero la sensación es que se lo deja morir (Guzmán era políticamente un impresentable, había creado un monstruo tan increíblemente útil que él no parecía necesario). En Chile no se mata mucho, pero se mata preciso (por ejemplo, hubo una seguidilla de comandantes en jefe del ejército que fueron matados como parte de un programa institucional, además de la máquina de matar que se instala posteriormente en el gobierno militar).

EL PESO DE LA NOCHE:

Las modalidades en que el poder se ejerce son las del desprecio natural contra la gente, desordenada y mal agestada, de malas costumbres, y que por lo tanto necesita ser dirigida por un orden superior: la “gallada” no puede tener autonomía. Y los poderosos, insiste mi amigo, crean un nuevo habitante chileno a su servicio o un cliente a su medida. En el período probablemente más injusto de repartición de la riqueza, se genera una población amenazante, criminalizada al máximo que, si bien es un peligro contra el statu quo, es, por otro lado, su mejor aliado, porque sus necesidades de consumo están siempre satisfechas, sólo hay que cometer un simple delito, y eso no es nada de difícil. Es el famoso flaite (antiguamente se le llamó lumpen), que es una casta potente y en expansión que ha generado negocios que son cada vez más importantes y que están en vías de institucionalización.

LA REDENCIÓN POSIBLE, HERMANOS:

Siempre me ha llamado la atención el trato amoroso y fraternal, muy afectivo (casi afectado) que tenían entre ellos los militantes del movimiento Lautaro y algunos anarcos y ultrones fogosos, en un estilo algo impostado que me recordaba a los evangélicos. Me imagino que era un modelo de militancia que debía funcionar como laboratorio de la utopía. En contraste con las militancias que utilizaban las jerarquías de partidos políticos tradicionales de la izquierda, que viene del militarismo clásico, burocratizado y frío, castigador, incluso. Esto lo decimos porque un capítulo clave en la historia del desprecio son los intentos de organización del mundo pop, cuyo modelo eclesiástico también está basado en el desprecio y en el abuso jerarquizado, sin asumir sus formas propias.
Un proyecto liberador debe afirmar y proponer el amoroso Chile, frente al “horroroso” Chile; un antecedente hermoso, sin duda, fue la oposición instantánea a la termoeléctrica en Punta de Choros, vendrán otros, sin duda, que le darán un carácter más estético a la política. Y en este punto hay que prepararse para la salida a la superficie de los mineros atrapados, mientras tanto hay que tenerle paciencia al reality. ¿Ese día Chile seguirá siendo el mismo? Mi amigo piensa y se imagina que hay una ficción especial para ese momento, quizás emancipatoria.

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