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Nacional

3 de Enero de 2011

Los abusos que remecen a La Legua

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El caso de Juan Alejandro Berríos Urra, violentado por carabineros de la 50 Comisaría de San Joaquín, cuyo video estuvo en casi todos los noticieros la semana pasada, desnudó las prácticas utilizadas por algunos funcionarios de la institución, según las encuestas, con más credibilidad entre los chilenos. Una situación que en la Legua, aseguran sus habitantes, dista mucho de la realidad. El famoso plan de intervención de la población, implementado en el año 2001, con la Concertación, ha sido duramente criticado por diversas organizaciones que aseguran que sólo ha contribuido a sistematizar acciones de violencia en contra de la gente del sector. El 9 de julio de este año el Consejo de Transparencia, a solicitud de un poblador de La Legua, obligó a pronunciarse al Ministerio del Interior sobre los objetivos, responsabilidades y sustento jurídico del proyecto. La respuesta fue insólita: el plan de intervención de La Legua era sólo un nombre de fantasía, que eso sí, ha amparado prácticas que llegan hasta la tortura. Acá, con nombre y apellido, pobladores denuncian abusos policiales.

El 9 de diciembre del 2009, Paulo Álvarez, historiador y poblador de La Legua, demandó al Ministerio del Interior, a través del Consejo de Transparencia, para obtener información relativa al denominado Plan de Intervención de la población Legua Emergencia, en San Joaquín. La solicitud tenía básicamente tres preguntas: ¿En qué consiste el plan?, ¿Quiénes eran sus responsables? y ¿Cuál era el sustento jurídico que lo avalaba? Álvarez, en rigor, pretendía obtener información de una política pública que desde que se inició, hace ocho años, había aportado escasas luces respecto a sus objetivos pero que había sido ampliamente difundida por la prensa. Lo más patente, asegura Álvarez, fue la excesiva ocupación policial de las calles a contar del año 2005. Esta política no sólo llevó más policías al lugar, dice, sino que fue acompañada de un conjunto de acciones adicionales.

-Estas acciones van desde control de identidad, pasando por allanamientos, montajes policiales hechos por Carabineros y la policía de Investigaciones, corrupción, amenazas,  humillaciones, maltratos permanentes, físicos y verbales, que provocan un estado de indefensión y temor abrumante en la población -denuncia Álvarez.

El plan de intervención, desconocido hasta entonces por los legüinos, al menos en sus fundamentos teóricos, fue en un comienzo entendido por parte de la población como un tipo de acción legal, ajustada al estado de derecho, y fue internalizándose sin mayores cuestionamientos. Sin embargo, poco a poco, comenzaron a aparecer grafitis que daban cuenta de los abusos por parte de la policía y las organizaciones sociales comenzaron a entender que, de fondo, había una política sistemática de vejación hacia los habitantes del lugar. Esta percepción comenzó a ganar fuerza en el 2006.

-El hecho que provoca indignación colectiva y constituye el llamado de atención más serio se produce cuando personas que trabajan en la feria, gente perteneciente a organizaciones sociales y populares, son cargadas con drogas y viven situaciones de cárcel, cambiándoles traumáticamente la existencia -asegura Álvarez.

Así nació el Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de La Legua, entidad que no sólo se encarga de prestar auxilio a aquellos que sufren atropellos sino que también sistematizó testimonios de pobladores víctimas de abuso por parte de las policías.

Álvarez, miembro de la agrupación, acudió al Consejo de Transparencia interpelando al Ministerio del Interior a responder las preguntas clave formuladas al comienzo de esta crónica. En enero de 2010, recibió como respuesta que el plan de intervención era un plan social pero sin alusiones a sus inquietudes. Álvarez apeló y adjuntó un dossier con 10 testimonios recopilados desde el año 2006 y una carpeta con notas de prensa que daban cuenta del mentado plan de intervención. El 9 de julio de 2010 se llamó a audiencia pública entre personeros del Ministerio del Interior y el abogado que representaba a Álvarez. Los representantes del Estado reconocieron que no existe un plan de intervención en la población y que todo se trataría de un nombre de fantasía. El abogado de Álvarez, Juan Carlos Olmedo, planteó que la defensa del ministerio no se estaba haciendo responsable de su “supuesto” rol de garante de la seguridad pública, algo inconcebible, porque en suma, como dice Álvarez, “estamos hablando de violaciones a los derechos humanos”.

Juana Leyton Pereira, 50 años, comerciante: “Mi hijo no eligió la cara con que vino al mundo”

“Esto pasó los primeros días de noviembre. Fue cuando mi hijo iba a dejar a su polola, acompañado de su hermano. Me acuerdo que yo estaba enferma, porque habitualmente los acompaño yo, pero ese día me dolía mucho la espalda porque tengo una lesión en la columna. Total que llegan a una esquina, dejaron a la niña, y se quedaron viendo cómo caminaba para La Legua Emergencia, porque les tengo prohibido que vayan para abajo.

Mis hijos son cabros que salen conmigo, el más grande tiene 16 años y trabaja de peoneta; el más chico tiene 13 y va en primero básico porque tiene problemas de aprendizaje. Bueno, resulta que viene el patrulla y se da la vuelta y le dice “arriba las manos, chuchadesumadres”. Los niños levantaron las manos. Los empezaron a revisar porque no tenían carné, les decían que agacharan la cabeza mientras les pegaban cachetadas. Como iban a la esquina de la casa, nunca me imaginé  que iban a tener problemas, cuando, en una de esas, llega el más chico corriendo y me dice “mami, se van a llevar a mi hermano”. En el lapso que voy corriendo para allá, el niño venía con el brazo malo. Los pacos ya se habían ido. Mi hijo me dijo que le habían pegado, que lo querían tirar arriba del furgón.

Él les decía que no era delincuente y se afirmó de la reja. Cuando los carabineros escucharon eso uno de ellos le dice: “¿como que no?, tení la pura cara de delincuente”. Le quedaron los deditos metidos en la reja. Los carabineros le decían “saca las manos de ahí, chuchetumare, sino querí que te las reviente con el bastón”. Quedó con todos los dedos rebanados. Me dijo que le pegaban combos en los brazos para que se soltara de la reja y meterlo al furgón. Tenía miedo porque hacía poquito habíamos visto en televisión a un joven del sur que se lo habían llevado preso y llegó muerto en el patrulla.

Mi marido esa vez dijo “estos pacos tal por cuales hacen lo que quieren y quedan siempre impunes”. Eso lo comentamos en la casa. Mi hijo  dijo que se acordaba de lo que habíamos conversado y que más encima lo podían cargar. Cuando mi marido se vistió, fuimos a la 50 comisaría. Allá me dijeron que no podían ubicar al patrulla porque no sabían quiénes eran. Se miraban entre ellos y no decían nada. Tuvimos que irnos. Esa noche estuvimos hasta las 4 de la mañana en el Barros Luco. Le dieron unos calmantes. A las 8 de la mañana estábamos de vuelta. Le dijeron que tenía un esguince y lo mandaron de nuevo para la casa. Recién al tercer día un doctor le dijo que lo iba a enyesar para que no tuviera movilidad en el brazo. Fue horrible.

Todo esto pasa porque uno es pobre. Yo vivo de allegada en la casa de un cuñado hace 3 años. Me vine hace siete años de Viña del Mar. A mis niñas todavía las tengo en la Quinta región al cuidado de sus abuelos. Vivimos todos en una pura pieza. Para mí ha sido muy difícil, me preocupa que los niños vayan creciendo, tengan amigos y vayan a influenciarse. Por eso ando siempre detrás de mis cabros diciéndoles: “si usted se mete a la droga no va a poder salir; si se mete a robar, no va poder andar con su frente en alto”. No hay mejor manera de ganarse la plata que con esfuerzo. El alcalde me dio patente para trabajar en la feria. Gracias a eso vivo.

A los tres días que le pegaron a mi hijo, vamos por la calle y me dice “mamá, esos son los pacos que me pegaron”. Ellos pensaban que el niño no me iba a contar nada. Pero fui y encaré al teniente. Le dije que le quería hacer una pregunta. “¿Que pregunta será?”, me dijo. “¿Con qué derecho le pegaste a mi cabro hace tres noches atrás, si ni a su padre le dejo que les pegue?”. “Es que estábamos haciendo una revisión de rutina”, me contestó. “Quiero que me dé su nombre porque lo voy a denunciar” y me lo dio. Después me dijo “vaya donde quiera”.  En ningún momento desconoció que le había pegado. No dijo nada. Le dije que mi hijo no había elegido la cara con que vino al mundo y que él no tenía ningún derecho de tratarlo de delincuente. “Te hai mirado la cara que tení para tratarlo así”, le dije. No me dijeron nada y se fueron. Tres días después fui con papeles y puse una denuncia en la Fiscalía Militar. He ido unas 4 veces a preguntar, pero me han dicho que espere porque van a mandar una citación para que mi hijo declare. Todavía estoy esperando”.

Nicole Franco, 22 años, madre soltera:  “La carabinera me hizo agacharme y me metió los dedos en la vagina”

“Debió ser en julio, a fines de julio de este año, tenía ocho meses de embarazo, y venía de vuelta de una consulta en el hospital Barros Luco con mi papá. Recuerdo que un furgón nos venía siguiendo de Santa Rosa y cuando entramos a La Legua cachamos que hablaban por radio.Cuando nos detuvieron nos dimos cuenta que habían avisado para que nos controlaran más adelante. Lo más cuático es que había un tipo con una pistola en la calle, los carabineros lo vieron y no le hicieron nada.

Pero a nosotros sí nos pararon cerca de la caleta, en la calle Juegos Infantiles. Nos preguntaron si teníamos droga. Le dijimos  que veníamos del hospital y que vivíamos a un par de cuadras. ¿Y el carné?, nos dijeron. No teníamos. A mi papá lo subieron atrás y a mí adelante. En la comisaría me pasaron a un calabozo y me hicieron sacarme toda la ropa. Estaba en los últimos días de mi embarazo.

Una carabinera me hizo agacharme  y me metió los dedos en la vagina. Fue incómodo. Me dijo pucha, que lo sentía, pero que tenía que hacer su trabajo. No tengo nada y no me va a encontrar nada, le dije. También me tocó la guata para ver si tenía algo. Igual fue una lata  porque  sacarme  la ropa y después ponérmela me costaba mucho. No entiendo por qué no me llevaron a la casa a buscar el carné y me vieron los antecedentes allá. Igual fue humillante.

En la comisaría un paco nos dijo que todos se hacían los tontos y que igual traficaban. Salí con rabia de la comisaría. Uno no les puede decir nada. Imposible. Después nos hicieron firmar un papel que no nos dejaron leer y nos dijeron que nos fuéramos rápido. Nosotros le pedimos leerlo pero lo tuvimos que firmar nomás. Estamos apurados, nos dijeron. Seguramente era algo para justificar que ellos habían respetado nuestros derechos o los habíamos autorizado para que nos revisaran.  Nos trataron como verdaderos delincuentes”.

Antonio León Valdebenito, 33 años, electricista:  “Los pacos me cargaron”

“El 25 de febrero de 2006 salí a comprar pintura para pintar mi pieza, que quería arreglar para irme a vivir con la Rosa, mi mujer, y mis dos hijos. Nos habíamos trasladado a la casa de mis viejos después de una balacera que hubo en la casa que teníamos en la Legua Emergencia y que tuvimos que vender por lo mismo. Salí temprano, porque tenía turno de tarde en mi trabajo. En calle Catalina tomé un colectivo y una calle más abajo tres pacos me bajan del auto, me arrinconan y me empiezan a pegar con un palo. El más cuerdo de los tres me pidió el carné y le dije que sólo tenía la tarjeta del Redbanc. Después me tiraron arriba del carro y llamé a mi mamá para que me llevara el carné a la comisaría.

Cuando llegamos me empelotaron y me hicieron hacer unas sentadillas para ver si llevaba cosas en el ano. La ropa me la revisaron, una por una. Me hicieron tiras las zapatillas. No encontraron nada. Todo por no llevar el carné y ser legüino, creo yo.  Al rato uno de los carabineros se acercó y me dijo: “vamos a ver ahora si soy tan chorito”.  Como no me habían encontrado nada, pensaba que todo era un mero trámite. De repente llega un paco y dice “mira lo que encontramos arriba del carro, es tuyo”. Yo empecé a gritar, desesperado, porque los papelillos que tenían no eran míos y empecé a pegarle combos a la ventana. Después llegó un paco, preguntó cuántos eran, y otro le contestó 27. La cuestión es que empiezan a contarlos arriba de la mesa y en total eran 127. Los otros pacos se fueron y dejaron al más joven. Fue lo peor que podía vivir porque me estaban cargando.

Si yo hubiese andado comprando está bien, pero no era así, era una injusticia. Aquí en la población hay un dicho entre traficantes: “el que prueba dulce, tiene que probar lo amargo”. Pero yo ni siquiera fumo pitos. Después me llevaron a San Miguel, a la Torre 2 de detenidos. Ahí fue lo más cuático, porque nunca había estado en una cárcel, un lugar donde hay puros leones y tú soi el pollo, todos te quieren comer, cogotearte ahí mismo. Un paco (gendarme) llamó a un viejo, el Viejo Chino, que era de La Legua y le dijo que me llevara a su pieza. El viejo conocía a mi abuelo, me pasó una toalla, unas chalas y me  dijo que fuera a pegarme una bañá. Yo le dije “taita, me van a cogotear”. Al final el viejo me enseñó cómo menearme adentro.

Después, me llevaron donde la actuaria. Te llevan jaula por jaula. No tení que andar con cordones, con cinturón, te engrillan, la lengua afuera y te esposan terrible apretado. Yo pensaba “por qué estoy acá, si ni siquiera me lo he ganado, estoy por culpa de un huevón inescrupuloso, un saco hueás”. Más encima, la jueza me ve entrar y me grita “traficante, a todos los legüinos les tengo mala”. Quedé pa la cagá en la silla. No se me veía el cuello  porque estaba hundido. En el careo me tocó sentarme junto a los dos pacos que me llevaron. Yo les decía “mírenme a la cara, par de hueones, con qué cara van a mirar a sus hijos, no son capaces de vestir el uniforme con orgullo, andan  puro cagando a la gente”. Les tiré cualquier mierda. La jueza en ese rato no estaba. Ellos me decían “mira para adelante”.

Cuando declararon, hubo una contradicción porque uno dijo que me habían parado caminando y el otro que venía en un colectivo. Al final, fui acusado de presunción de tráfico de droga. En el fondo, esa huevá es un vacío legal. O soy o no soy. Lo hacen para meter más gente presa. Hace poco fui a la cárcel a mirarla cuando se quemó, fue el mismo lugar donde estuve yo. Pensaba: “cuántos Toños más murieron aquí”. Quedé pa la cagá. Me da pena ver que puede haber gente inocente presa injustamente por culpa de huevones.

Después de 4 meses recién me dieron la libertad bajo fianza. El abogado nos chupó casi toda la plata que habíamos metido al banco para comprarnos otra casa. Al final tuvimos que pagar 200 mil pesos de fianza y era la última plata que nos quedaba. El proceso continuó. Quedé cagado harto rato. A veces tenía pesadillas y despertaba llorando en la noche. Soñaba que corría hacia un portón gigante y saltaba para llegar a él, igual que en las películas, y cuando iba llegando me pescaban de las patas entre dos personas, yo les tiraba escupos. La Rosa, mi mujer, amanecía toda salpicada. Lo único que quería era que terminara todo. Sentía que me habían quitado la vida, que le habían hecho daño a mis papás, a mi esposa, a mis hijos.

Estuve tres años con mis papeles sucios. Trabajé como comerciante ambulante, en la construcción, como guardia, en lo que viniera. En este caminar, un día me llama un tipo, era Alfredo Morgado, el abogado que me defendió después en la Corte. Me acuerdo que estaba comprando en Franklin con la Rosa y me dijo que estaba absuelto de toda culpa por dos votos contra uno. Lloré a moco tendido en la calle, hermanito. Sentí que me sacaba un peso de encima. Era como si hubiera estado aplastado por un auto y ahora

Teresa Silva Canales ,40 años, asistente comunitaria: “Carabineros me robó mi sueldo”

“El 11 de junio, como a las siete de la tarde, llegué de mi trabajo en el consultorio, y nos pusimos a lavar con mi sobrina y mi hija para no tener que levantarnos con tanta pega al otro día. De repente golpean y piden smoking, porque yo tengo un bolichito, donde vendo bebidas, dulces y papelillos para hacer pitos, eso nunca lo voy a negar. Pero esa vez mi sobrina me preguntó si tenía y yo le dije que no. La cuestión es que pasaron como 5 minutos y mi hijo viene y me dice que los carabineros estaban con la Miriam y que parece que había pasado algo.

Voy y empecé a hablar con un carabinero por la ventana.  Me dijo que le abriera la puerta porque había visto una  transacción ilícita de droga. “¿Qué?”, le dije. “Sí, ábrame la puerta porque ella le vendió algo a él”. Ahí me percaté que estaban trajinando a un cabro, afuera de mi casa, y que le habían encontrado un pito de marihuana. Le dije “oiga, si yo no vendo droga”. “Es que me tiene que abrir”, me dijo. “Sabe”, le dije, “el que nada hace, nada teme”. Antes de entrar, eso sí, le recomendé que entrara con respeto porque “aquí hay niños y ustedes están acostumbrados a meternos a todos en el mismo saco”.

Esa vez estaba mi sobrina, la Miriam, que tiene 17 años, mi hija que estaba embarazada, mi dos hijos chicos y mi nieto. Al principio, por la ventana, vi sólo a dos carabineros pero cuando abrí la puerta estaba lleno de civiles, uniformados y patrullas. Cuando el paco que conversó conmigo puso el primer pie en mi casa se dio cuenta que se había equivocado. Esa fue la impresión que me dio. Pero un carabinero que venía atrás de civil lo presionó todo el rato para continuar el procedimiento. Yo les dije que no me rompieran nada porque no era traficante y todo lo que tenía me había costado esfuerzo y sacrificio. Empezaron a trajinar. Abrían un cajón, miraban y lo cerraban. Estaban conscientes que no había nada porque sino hubieran dejado la escoba, tal como sale en la tele cuando allanan. Y seguían, a pesar que el cabro que tenía el pito les decía que no lo había comprado aquí. Tampoco iba a sapear dónde, obvio.

Yo les decía que tenía mala experiencia con la droga porque había tenido a dos  hermanos metidos en el vicio y que nos había costado un mundo sacarlos. Les decía: porqué no se van a lesear donde tienen que lesear, si ustedes saben quiénes trafican y quiénes no. La cuestión era joder. Bueno, resulta que uno de los carabineros agarró una bolsa de remedios que eran de los abuelos del consultorio y otra que tenía paracetamol. Me dijo que si no sabía que con eso arreglaban la droga. Le contesté que los paracetamol me los daban en el consultorio porque tenía artrosis y no me los tomaba porque me caían mal al estómago. A veces, incluso, se los regalo a los vecinos que justo en ese momento comenzaron a llegar.

Ellos les decían que cómo se les ocurría, si yo trabajaba en salud. La cosa es que se estaban dando por vencidos cuando uno de los pacos me dice que le abra un cajón que tenía con llave. “Claro que se lo voy a abrir pero, le advierto, que ahí tengo plata de una polla, la pensión de mi mamá y la devolución del impuesto mía”, le dije. Después me preguntó por qué tenía tanta plata. “Porque me saco la cresta trabajando”, le respondí. Habían 318 mil pesos. También se llevaron los chanchitos de mis hijos. Me llevaron hasta un lote de monedas de 10 pesos que tenía.

El procedimiento siguió y al final se llevaron detenida a mi sobrina. Ahí me vino una angustia tan grande porque a las finales la tenía a cargo mío. Me puse a alegar con los carabineros y uno de civil me dijo que era mejor que se la llevaran a ella porque era menor de edad. La plata se la llevaron para acusarla de microtráfico. Yo me fui con ella en el radiopatrullas y llegamos a la comisaría. Un carabinero puso la plata en una mesa y yo le dije “cómo es la vida de injusta, resulta que yo que no hago nada estoy aquí y los otros deben estar en su salsa traficando”. Cuando pasaban por al lado de la plata y veían la alcancía de mi hijo me decían “esta debe ser para la universidad de Jorgito”. Eran súper humillantes.

En ese rato que estuve en la comisaría, un grupo de carabineros se devolvió para mi casa a buscar los paracetamol, que se les habían quedado, y encontraron mi billetera con mi sueldo. En total eran 104 mil pesos. A mi marido le dijeron que se la tenían que llevar pero esa plata nunca apareció. Me la robaron. En un momento me puse a llorar. Después me hicieron  firmar un papel. La verdad es que estaba con tanta rabia que ni siquiera lo leí. Al rato me dijeron que a mi sobrina la iban a llevar a la cárcel de menores  y que al otro día tenía que ir a la fiscalía a las nueve. La dejaron imputada por microtráfico. El fiscal pidió arraigo nacional y que el Sename se hiciera cargo de ella. La plata tampoco me la devolvieron en ese momento. Tuve que conseguirme dinero prestado para pagar la plata que me devolvieron dos meses después. De los 104 mil pesos de mi sueldo no supe más.

Me ha costado cualquier cantidad salir adelante. La otra vez venía con mi hija de cinco años de la mano y  justo pasaron los carabineros. Me acuerdo que me dijo “mami, yo no quiero que se la lleven”. Yo le dije, tranquila hija, si los carabineros no son malos. “Pero si ellos te robaron la plata”, me dijo.  Más encima tenemos que explicarle que los carabineros son buenos cuando ella vio todo lo contrario”.

Vanesa Peña Toro, 37 años, adicta a la pasta base y baleada por narcos:  “Siempre me aforraban con un fierro”

“Llevo más de 15 años caminando. Nací en Maipú, después me puse a arrendar un  departamentito en la villa San Luis con mi pareja y cuando fracasó  mi relación con él caí a un psiquiátrico. Me tuvieron  como un año amarrada en una cama, fue terrible, pero estoy tratando de olvidarme de eso.

Tuve  cualquier plata pero hoy duermo en la calle, ando más tirada que un pucho, pero no importa porque no me denigra todavía ser pobre. Hace como un año, cuando me quedaba dormida en la calle, siempre duermo en la calle Zárate, en La Legua, aparecía el famoso paco reggaeton y uno de los que venía en el furgón me pegaba con el fierro que ellos usan para defenderse y pegarle a los cabros. Siempre me aforraba el feroz palo en la raja y lógico que despertaba con dolor. Eso lo hacían en la noche cuando me quedaba dormida raja, raja, raja.

Juanito dijo que ellos me hacían desnudarme, bailar el caño, pero nunca han abusado sexualmente de mí, eso es mentira, pero de que me golpeaban, me golpeaban. A esos pacos malditos hay que puro darlos de baja porque abusan de un débil y, lo que es peor, de una mujer. Hubo un tiempo que venían casi todos los días a puro despertarme con ese palo.

Ellos no saben de quién se ríen, de quién abusan, yo soy una mujer preparada. Igual todos estos años he visto abusos contra otras personas. Hay un niño que también camina por La Legua y le dicen “el Lata” porque se pega los pipazos en una lata. Me acuerdo que una vez, aquí en la esquina, un paco agarró al lata, otro le hizo una señal, y le aforró la feroz patá en el hocico para puro hacerle daño. Igual que a mí cuando estaba raja dormida. Eso no se hace, porque tu sueño es sagrado hasta en la Biblia.

¿Si le tengo miedo a los pacos? No, no le tengo miedo ni a los balazos que me han llegado. Si me hubiera llegado la bala en el otro pecho no estaríamos conversando en este momento. Me voy a hacer más famosa que el Papa.  Al final  yo igual soy ser humano, soy persona. Esa vez recibí un balazo en le pecho, fue al puro peo, en una balacera. Esto fue hace como dos años. A mí lo que me importa es la parte humana, que alguien me ayude. Ayúdenme a salir pronto de este infierno. Necesito una salida, irme de aquí. Sólo eso, que me ayuden a salir, nada más”.

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