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Nacional

20 de Julio de 2011

Cómo es estudiar pedagogía en una universidad mala

Casi quinientas carreras de pedagogía, impartidas en más de sesenta instituciones y con más de cinco mil egresados por año -sólo para educación básica- arman el mapa de quienes serán los futuros educadores del país. Un panorama que prácticamente no está regulado y que sigue creciendo, junto con la frustración y las deudas de miles de estudiantes. Relatamos el vía crucis de un estudiante de una de las universidades peor evaluadas en pedagogía y la frustración de endeudarse. Un botón de muestra de cómo están las universidades en general y el primer capítulo del drama de ser profe.

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Ilustración: Alen Lauzán

“Cuando uno es de provincia se acostumbra a estas cosas”, dice Giancarlo Leiva, de 28 años, estudiante de Pedagogía en Inglés en la Universidad Bolivariana.
Cosas como que cuando se matriculara en primer año en la sede de La Calera le dijeran que sólo tendría tres compañeros y que habían decidido fundir su curso con Segundo Año y que al año siguiente, el 2008, podría ser mechón otra vez.

Cosas así, que parecen ridículas pero que son perfectamente legales y en las que Giancarlo Leiva se gastó los ahorros que tenía, después de intentar estudiar lo mismo en la Universidad de Los Lagos, también sede La Calera, en el 2005. Esa vez, el esfuerzo venía con un rutina de clases todos los sábados y, luego, full time en vacaciones de invierno y verano. Un proyecto que era de cuatro años, pero que terminó cuando se le acabó el dinero.

Cuando dos años después llegó la Bolivariana a La Calera, Leiva pensó en retomar los estudios. La universidad se instaló en un colegio, el Becarb. Y con un sistema sui generis: durante el día, el Bercab seguí funcionando con escolares y en la noche recibía a los universitarios.

A Leiva le gustaron las cátedras que ofrecía la universidad en Derechos Humanos, Derecho Indígena, ética y moral. Se preparó para entrar e invitó a una amiga a matricularse juntos. Estaba entusiasmado. Tanto que cuando le dijeron que entraba directo a segundo año, se conformó. Pero en la Bolivariana la carrera no estaba acreditada. Y para conseguirlo, al poco tiempo los directivos decidieron mudar la sede a una casa más amplia, pero que tampoco era la óptima. La sede, con tres salas de clases, un baño y un salón, tenían que compartirla con radio Cosmos, una de las señales locales. No había biblioteca y menos sala de computadores.

Ese año no hubo acreditación, claro. Y se eliminó la sede.

Y la Bolivariana les ofreció dos salidas: o terminar sus estudios en la sede que la Universidad del Mar tenía en La Calera o derivarlos a la sede de Santiago y recibir $90 mil de bonificación mensual y un 15% de descuento en el arancel anual.

Leiva partió a Santiago. Varios de sus amigos hicieron lo mismo. Se instalaron en un departamento en Villa Portales, en Estación Central. Eran siete y, aunque el lugar era grande, andaban apretados. Y también justos de plata. Empezaron a sumar gente y llegaron a ser catorce. Dormían en camarotes: cuatro en un dormitorio de tres por tres metros. Pero terminaron el año.

El siguiente año, Leiva regresó solo. Se instaló con un amigo, que estudia en el Arcis, en un departamento frente a la Plaza Brasil.

SANTIAGO
Hoy Giancarlo Leiva vive con 80 lucas que le manda su padre, obrero, todos los meses; más de la mitad de su sueldo, de $140 mil. Menor de tres hermanos, es el primero en la familia en llegar a la universidad. Si seguía en La Calera, su ciudad, se enfrentaba al destino de tener que trabajar como obrero o temporero.

Es un tremendo ejemplo de lo que ha pasado en los últimos años con las universidades, lo que Concertación y Alianza han llamado “primera generación universitaria”. Leiva está en las estadísticas. Aunque su universidad no consiga acreditarse.

-Cuando llegamos el 2009, vimos que la Universidad Bolivariana en Santiago era igual de desastrosa que en La Calera. Había desorden en las mallas, en los pagos a los profesores y mala infraestructura. Hasta ahora buscamos la acreditación, pero no tenemos respuestas -dice Leiva.
“Buscamos”, dice Leiva porque desde el año pasado es presidente del centro de alumnos de su carrera. Pero cuesta encontrar esa acreditación. Tanto como organizar a sus compañeros, que en su mayoría trabajan. Como la carrera no está acreditada, no pueden pedir créditos con aval del Estado. La mayoría tiene trabajos part time. Algunos hacen clases, otras son secretarias; otros, cajeros de supermercado.

El año pasado, la carrera estaba en un edificio maldito, el que tenía la UTEM para impartir Criminología, que cerró con escándalo, alumnos en la calle, querellas y deudas. El edificio -en la esquina de Vicuña Mackenna con Santa Isabel- era una estrategia de la Bolivariana para acreditarse: una mole de varios pisos con laboratorios, estacionamientos, biblioteca, cafetería y estacionamientos para que los evaluadores de la Comisión Nacional de Acreditación lo vieran.

Pero era un espejismo, claro.

Porque un día los alumnos se encontraron con que no podían entrar porque la universidad no había pagado el arriendo. Y ahí se terminó todo. Partieron a un edificio en Huérfanos, de paredes terremoteadas que crujían y que sólo tenía dos salas y un quiosco; sin biblioteca ni computadores. De ahí, hace un mes, pasaron a una sede que comparten con Trabajo Social y Sicología, en Bandera con Santo Domingo.

El peregrinar ha sido en vano: la carrera no está acreditada y los alumnos, la mayoría de los quintiles más pobres, acaban congelando y retirándose por no poder pagar los $125 mil de la mensualidad. Las mallas, además, van cambiando y eso significa que el que quiera reincorporarse debe atrasarse más años. Y pagar más. Para peor, este año aparecieron entre las cinco peores universidades en el ranking de la prueba Inicia, un sistema de medición del ministerio de Educación que se usa desde el 2008 para evaluar conocimientos disciplinarios y pedagógicos de los egresados o que cursan el último año de pedagogía.

Hasta este año, los resultados que publicaba la prensa venían sin el nombre de la casa de estudios y las notas en los diarios se espantaban con los resultados. Ahora se espantan con la universidad.

Para Giancarlo Leiva, lo que ha vivido es un círculo vicioso. Muy vicioso. Pero que es su única posibilidad de pasar por la universidad:
-Si no, ¿dónde vai a poder estudiar pagando esto? ¿Qué universidad nos va a recibir? Aquí nos conocemos todos porque no hay nuevos ingresos. ¿Quién va a llegar a una universidad no acreditada? -se pregunta.

INICIA
Siguiendo esa lógica, pocos debieran elegir una universidad no acreditada. Y no debieran existir. Pero la realidad es otra: según cifras de la Comisión Nacional de Acreditación, CNA, a marzo de este año, en Chile existen 427 carreras de pedagogías impartidas por universidades e institutos, de las cuales 357 están actualmente acreditadas. El resto, tiene su acreditación rechazada, expirada, o se encuentra en proceso.

Y es que el “sistema”, entregado por años al mercado, recién se está transparentando. Y no tanto, tampoco. Si hasta la propia prueba Inicia es objeto de cuestionamientos. O al menos de matices.

Para Juan Eduardo García Huidobro, decano de Educación de la Universidad Alberto Hurtado, uno de los problemas a la hora de evaluar la calidad de las universidades es que se hace de forma apresurada. Y peor, porque la Inicia anuncia competencia y hasta crueldad, cuando los efectos empiecen a traspasarse a los salarios de los diferentes profesores, salidos de universidades quemadas o de universidades buenas.

-Hay una tendencia importante en las medidas que ha anunciado y aplicado este gobierno, que tienen que ver con más mediciones, y esas mediciones con más consecuencias. Las cosas que no pueden ser medidas por las pruebas, que muchas veces pueden ser igual de importantes, dejan de valer. Ahí hay una trastocación de valores- dice García Huidobro.

La prueba Inicia, para García Huidobro, es “un mal menor”:
-Yo soy de los que cree y aboga por una educación mucho más regulada, donde el Estado realmente diga algo a la sociedad a través de esta educación. Pero en el sistema de educación universitaria chilena que es totalmente libre, mercantil, eso es imposible -dice.

A Leiva no le sorprenden los resultados de su universidad en la prueba Inicia. Estar dentro de las cinco instituciones peor evaluadas le parece algo natural.
– Con los malos resultados obtenidos ahora es más difícil aún acreditarse -dice.

El problema de la Bolivariana, cree él, es que básicamente no tiene intención pedagógica. No existe ningún plan. Eso, así planteado, tampoco es abarcable por una prueba como la Inicia.

-El problema de la Inicia es que funciona como el Simce. Evalúa contenidos; entonces los profesores, cuando preparan a los niños para esa prueba, les dan fuerte a esas materias. Pero aquí la idea es crear profesores integrales- asegura.

Algo similar piensa Óscar Reyes (20), presidente del Centro de Alumnos de Pedagogía General Básica de la Universidad Central, otra de las 43 instituciones que rindieron la Inicia y que comparte el ranking de las cinco peor evaluadas junto a la Bolivariana, la Universidad del Pacífico, la Católica de Temuco, la U del Mar y la del Aconcagua.
-La prueba no necesariamente mide el peso que tiene un profesor cuando egresa. No lo mide en el sentido pedagógico y además involucra muchos contenidos que es absurdo pensar que se pueden adquirir en cuatro años- dice Reyes.

Además, dice Reyes, de la Universidad Central 150 personas dieron la prueba. Y de la Finis Terrae -que lidera el ránking- fueron sólo ocho personas a rendirla. Para Óscar, el resultado no es equitativo.

Reyes está en tercer año de la carrera, que siempre ha estado acreditada. Salió del Liceo Barros Borgoño y entró directo a pedagogía, aunque su familia lo alentaba a seguir Derecho. Sus padres, gente de esfuerzo de Pudahuel, trabajan para pagarle los aranceles de la carrera, que alcanzan los dos millones de pesos. Óscar trabajaba como garzón en un restaurante, pero tuvo que dejarlo por la carga que significa estudiar y a la vez liderar el centro de alumnos.

Tampoco le gusta la prueba Inicia. Dice que está mal implementada porque, por ejemplo, no considera cómo se desarrollan en las prácticas.
-Yo no veo que las universidades mejor evaluadas estén formando personas, porque es solamente contenido de malla. Como profesor general básico, de qué me sirve a mí dominar todos los contenidos si no tengo manejo de aula- dice Reyes.

Lo que está logrando el gobierno con este tipo de mediciones, dice Reyes, es generar algo similar a lo que pasa con el Simce y la semaforización de los colegios: amaestrar alumnos para conseguir mejores puntajes y dejar de lado algunas materias para conseguirlo.

-Además creo que nos perjudica laboralmente. La Universidad Central tiene buen ingreso laboral y ahora los colegios nos van a empezar a pedir los resultados de la prueba Inicia para entrar a trabajar. Y eso no va a medir lo que realmente la escuela puede dar, sino lo que el ministerio dice- asegura Reyes.

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