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LA CALLE

30 de Julio de 2011

D’ Jairo Barber Shop

En pleno Persa Bío Bío, “La barbería de Jairo” es de las peluquerías más visitadas que hay en el lugar. Ofrecen el corte normal, el con dibujos tribales o el que se le ocurra al cliente hacerse en la cabeza. Para entretenerse, la salsa romántica de Willie González suena en reproducción continua. Pase y pida el corte de moda.

Por

Calle Placer. Pasillo 980. Local 8. Una fila de jóvenes espera su turno. Son las 11:30 de la mañana y ni el frío ni un festivo día sábado los ahuyenta del lugar. Tienen el pelo corto y, sin embargo, están allí para cortárselo aún más. Pero no es cualquier corte. Quieren darle identidad a sus cabezas, que el pelo les crezca con personalidad.

Adentro, los dominicanos Marcelo Vallejo (26) y Jairo Abreu (24), navaja en mano dibujan la cabeza de dos clientes, haciéndoles relieves en el pelo. La peluquería se llama D’ Jairo Barber Shop, tiene doce metros cuadrados y en un parlante sobre sus cabezas suena “Amor Pirata”, la salsa romántica del puertorriqueño Willie González. Marcelo canta en voz baja y marca pasos salseros sobre su eje: “Nosotros somos un amor pirata, un gran amor que sabe a miel y huele a trampa”, entona.

-¿Cuál vas a querer? -le pregunta a un joven mientras le muestra un fajo de fotos de cabezas con diseños tribales en la nuca.

El joven se decide por uno y comienza a rasurar.

Marcelo lleva cuatro meses en Chile; Jairo, un año más que él. Llegaron porque la cosa en República Dominicana estaba peluda, por la corrupción, el lado feo del paraíso playero dominicano.

Ambos trabajan juntos de lunes a lunes y le arriendan el local a un chileno por la mitad de la plata que hagan en el día. Cuentan que no les ha ido mal, que cobran entre tres mil y seis mil pesos el corte y que incluso en los días buenos pueden atender a 15 personas cada uno. Vinieron a probar suerte, y la suerte no les ha sido esquiva.

Peluqueros
Marcelo jamás imaginó que sería peluquero. De entrada dice que “daba la vida por ser mecánico”, como su papá, que murió a los treinta y tantos años de un ataque al corazón.

-De mi papá somos nueve hijos y de mi mamá somos tres. Mi papá era un padrote. ¿Tú sabes lo que es un padrote? Son los gallos de pelea. Se suben a la gallina y tienen como trescientos pollitos. Mi papá tiene hijos de cinco mujeres distintas, era un bacano. Cuando él murió, yo pa’ no estar jodiendo en la calle fui a’onde sus hermanos mecánicos pa’ que me den el chance pa’ trabajar, y ellos me dijeron que no. Me cerraron las puertas y bueno… tenía nueve años, yo quería aprender, por lo menos a lavar tuercas.

Marcelo, sin embargo, nunca pudo ser mecánico. Pese a que en su país la universidad es gratuita, él solo termino el colegio. La calle lo tiró más y allí comenzó a cortar el pelo cuando tenía 16 años.

-En mi país hay universidades privadas y también públicas. Las públicas son gratis, nada más tienes que comprar tus útiles. Pero yo aprendí a cortar el pelo. En República Dominicana todos saben hacerlo, se aprende fácil. Agarras un cabrito y lo pelas gratis. Esto es lo que sé hacer. Aprendí de un amigo que viajó a España. Él tenía una peluquería y me la dejó –cuenta.
Marcelo recuerda su historia en Lavapies, un barrio de San Cristóbal, el pueblo donde vivía. Allí se crió y allí también dejó a sus dos hijos, Julián de dos años y Eimer que tiene días de nacido y al que sólo conoce por fotos. Lo único que lo motiva para estar lejos de ellos es su trabajo y la plata que gana haciéndolo, porque en República Dominicana –dice- el sueldo mínimo apenas es de US$ 100.

-Hay que mandarle plata pa’ allá, porque sino esperan a uno con las esposas puestas pa’ meterlo preso. Nosotros acá tenemos contrato, tú sabes. Es un peligro, aquí y en cualquier parte estar sin contrato, porque no quiero trabajar y andar mirando pa’ atrá o pa los laos, tú entiendes, te pasan multas –dice. Y agrega: “Yo soy feliz. Imagínate, de esto vivo y de lo que uno vive a uno tiene que gustarle. Y con plata en los bolsillos me gusta más”.

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