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Opinión

14 de Septiembre de 2011

Los mapuches y el río Biobío

Poco y nada se conoce de los mapuches víctimas de la dictadura. La historia los invisibiliza y aunque suene paradójico, también las organizaciones y sectores políticos de izquierda, que por estas fechas centran los homenajes en “sus” caídos. Poco se sabe, pero gran parte de las víctimas mapuche del terrorismo de Estado no eran militantes […]

Pedro Cayuqueo
Pedro Cayuqueo
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Poco y nada se conoce de los mapuches víctimas de la dictadura. La historia los invisibiliza y aunque suene paradójico, también las organizaciones y sectores políticos de izquierda, que por estas fechas centran los homenajes en “sus” caídos. Poco se sabe, pero gran parte de las víctimas mapuche del terrorismo de Estado no eran militantes de izquierda. Ni siquiera adherentes de la UP, como bien nos recuerda el antropólogo y académico de la Universidad Austral de Valdivia, Roberto Morales Urra. “Además de los móviles políticos generales aplicados para el resto de la población, en la represión que afectó a los Mapuche existieron motivaciones que no se explican sólo por la participación en el proceso de la Unidad Popular”, señala. ¿Y cuáles serían esas motivaciones? A juicio de Morales, las características “conflictivas” de la relación entre los mapuches y el Estado dieron origen a representaciones que nos volvieron -a ojos de la elite chilena- “una amenaza para el desarrollo” y “un sector altamente proclive a ser embaucado” por sectores extremistas. Las consecuencias de estas representaciones, cargadas con el racismo del colonizador, serían las que hasta el día de hoy estaríamos padeciendo como pueblo.

Son miles los ciudadanos mapuches torturados cuyo dramático testimonio consignó la Comisión Valech. La lista de detenidos desaparecidos asciende a un centenar y la de ejecutados políticos se empina por los cincuenta. Tiene razón el profesor Morales: en su mayoría no eran militantes de izquierda. Se trató de dirigentes campesinos, líderes tradicionales y jóvenes profesionales que transitaban simplemente la senda de lucha de sus abuelos. Más cerca de Lautaro que del MIR. Más identificados con Rosendo Huenuman (diputado mapuche por Cautín, ¡primera mayoría provincial! el 73’) que con Volodia Teitelboim. Prueba de ello fue la gran movilización del verano de 1971, cuando miles de mapuches ocuparon sendos fundos agrícolas en las cercanías de Temuco, recuperando la friolera de 300 mil hectáreas. El “Cautinazo”, bautizó la prensa local aquel hito histórico. Olvidan, y con demasiada facilidad, los promotores de aquellos años verde olivo que aquello tuvo mucho de “Malon” y bastante poco de “Revolución Popular”. Mucho de muday y bastante poco de ron cubano.

¿Por qué la dictadura se ensañó tanto con los mapuches, al punto de sumar al asesinato de una generación completa de dirigentes la eliminación por decreto de su propia identidad colectiva? Lo establecía el Decreto Ley 2568, de división de las reservas, al señalar que al entregarse títulos individuales “dejarían de considerarse tierras indígenas e indígenas sus dueños y adjudicatarios”. “Ya no existen mapuches, porque todos somos chilenos”, llegaría a señalar, muy suelto de cuerpo, el propio “Capitán General”, en 1979 en Villarrica. Roberto Matta, consultado sobre la represión a los mapuches en dictadura, dio en el clavo. La historia de Chile, decía, se resumió por siglos en un solo objetivo “nacional”: evitar que los indios cruzasen el Biobío. Y para Matta, con la UP y sobre todo con el “Cautinazo”, los mapuches habían cruzado nuevamente el bendito río. Y aquello, como en la Colonia, ameritaba una respuesta militar acorde. Un desagradable pero necesario “esfuerzo País”.

Uno no gana muchos amigos en Septiembre subrayando que, desde la ocupación militar chilena, nuestra gente ha vivido una dictadura permanente. Si no es así, ¿cómo explicar el asesinato impune de mapuches y por la espalda bajo la administración de Michelle Bachelet? ¿Cómo explicar que 144 mapuches, en el gobierno de Patricio Aylwin, fueran condenados bajo Ley de Seguridad Interior del Estado por -entre otros cargos- atreverse a rendir honores a una bandera propia en Temuco? ¿No me cree? Aconteció en 1992. Una década más tarde el caso llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que “recomendó” al Estado enmendar el error, disculparse públicamente e indemnizar a los afectados. Es verdad, hoy dicha bandera flamea incluso en el responso fúnebre de Felipe Camiroaga, pero 144 campesinos pagaron el 92’ un alto precio por hacerlo posible. Estimado lector, estimada lectora; si en Chile los mapuches vivimos en democracia, ¿cómo explicar los cotidianos allanamientos, los encarcelados, las torturas, los clandestinos, el asedio policial que padecimos y seguimos padeciendo bajo gobiernos con lineamientos ideológicos en apariencia tan distintos? ¿Qué significa que seamos reprimidos de igual manera, sea que nos gobierne la Concertación, la Alianza por Chile o una futura Convergencia Opositora? Toc, toc, ¿hay alguien por ahí que responda?

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#biobio#mapuche

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