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Opinión

27 de Octubre de 2011

Alharacas

Chile está movido, es cierto, no es fácil de gobernar, menos todavía para un equipo sin cracs. Le faltan individualidades brillantes y, en su defecto, un armonioso juego político de conjunto. Las disputas entre la Alianza y la Concertación se dan ante una audiencia, en altísimo porcentaje, ni militante ni miembro de una hinchada. Ellos […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Chile está movido, es cierto, no es fácil de gobernar, menos todavía para un equipo sin cracs. Le faltan individualidades brillantes y, en su defecto, un armonioso juego político de conjunto. Las disputas entre la Alianza y la Concertación se dan ante una audiencia, en altísimo porcentaje, ni militante ni miembro de una hinchada. Ellos quisieran ver en la cancha al equipo de sus sueños, mientras los existentes corren lento. En las galerías, el ambiente está revuelto, pero todavía las barras bravas no han invadido el estadio. Las alharacas del oficialismo y su apoyo mediático se esfuerzan por generar una sensación tragediosa, como esos maniáticos que en medio de un bailoteo se amargan cuando alguien quiebra un jarro.

La entrada de los manifestantes al Congreso no tuvo nada de deseable ni de admirable. Fue una pachotada para llamar la atención, ¡y vaya que la llamaron! Es de suponer que en lo sucesivo se tomarán resguardos para que no se repitan tales invasiones en las salas de reunión. Pero de ahí a convertirlo en el tema central de nuestras preocupaciones, hay un paso enorme. Para que la democracia funcione, las instituciones deben ser respetadas, pero para no convertirse en estatuas, necesitan cuidarse del exceso de solemnidad y autobombo.

Lo acontecido en la comisión mixta no es lo más grave del mundo. Girardi debió actuar de otro modo desde el principio -mal que mal, su responsabilidad consiste en mantener esa casa en orden, sin tanta voltereta al son de las opiniones pasajeras-, aunque hizo bien no llamando a la fuerza pública. Mejor disolver la lógica del enfrentamiento que alentarla.

Pobre Girardi, diga lo que diga, haga lo que haga, sus palabras no generan confianza. Lo verdaderamente grave, en todo caso, es que este conflicto no muestre aún visos de solución y la búsqueda de complicidades para salir del entuerto haya dado paso a las bravuconadas. Según datos de la UDP y de abogados de la Universidad de Chile, Carabineros se está excediendo con ganas. Lo constataron también los Observadores de Derechos Humanos de la ONU. Según consignaron, la policía chilena ha secuestrado y torturado a jóvenes manifestantes. Sebastián Bravo, de dieciocho años, estudiante del Instituto Técnico Santo Tomás, se querelló porque, tras ser golpeado, lo ahogaron con el agua de una botella. Le dieron de beber hasta el hartazgo. Me cuenta P.V. que abundan las declaraciones de adolescentes detenidos a los que los pacos escupieron en la boca. No son pocos los que no llegan a los retenes y sueltan en el camino, después de recibir una tunda.

El ojo ha estado puesto en la violencia de los “capuchas”; ahora falta que La Moneda se preocupe por los excesos de sus empleados. ¿O es que les han dado permiso para desquitarse así? Por momentos pareciera que acá en lugar de disolver la riña, el gobierno quisiera terminarla con un nocaut. ¿Sabemos, acaso, de algún proyecto en curso para resolver el conflicto estudiantil? El presupuesto enviado demostró indolencia. Andrés Zaldívar sostiene que el ministro Bulnes se ha ido rigidizando. Sería nefasto que cundiera la amargura. Chile no vive ningún desastre. Los parques están repletos de ciudadanos esperanzados tomando sol, en bicicletas o esperando el amor que nunca llega a la sombra de un periódico. En su mayor parte no quieren revoluciones ni cambios desproporcionados. Son cosas sensatas y posibles las que piden.

Todas rondan el respeto por esa máxima que abre la mayor parte de las constituciones de occidente: “Los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Incluso grandes empresarios lo están entendiendo así. ¿Tanta es la convicción de los ideólogos que no se puede dar algo del brazo a torcer? Porque de que los ánimos se van caldeando, se van caldeando, y lo que partió como juego limpio podría explotarnos en la cara. Los devotos del orden alegan que cunde la barbarie, mientras otros aseguran, como los viejos zapatistas, que sólo cubriéndose consiguen ser vistos. No hay caricatura tan veraz como un retrato. Paz a los hombres de buena voluntad.

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