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Cultura

20 de Diciembre de 2011

“Santiago rompió mi prejuicio de que todas las ciudades latinoamericanas son iguales”

Premio Nobel de Literatura 2007, autor de novelas como “Me llamo Rojo” y “Nieve” y de ensayos como los reunidos en “El novelista ingenuo y el sentimental” (Mondadori), Pamuk estuvo en Chile invitado por la UC. Acá habla de literatura y política y de la primavera árabe.

Por

Foto: Alejandro Olivares

Hablemos de tu última novela, Museo de la Inocencia.
-Es una historia de amor realista, que intenta indagar en qué nos pasa cuando nos enamoramos. Las reacciones, todos estos sentimientos de celos, compasión, rabia, espera, las cosas que hacemos cuando nos enamoramos, trato de investirlas sin azucararlas. Mi personaje se enamora profundamente y no puede salir del estado romántico. En la naturaleza del amor hay construcciones sociales como la cultura de la música, la poesía, las películas, que hacen el amor deseable.

¿Crees que hay una diferencia en las convenciones del amor dependiendo de oriente u occidente?
-Mi novela está situada en los setentas, en Estambul, pero más allá de eso esta es una cultura donde el sexo fuera del matrimonio está prohibido y es pecado. Las posibilidades de un hombre y una mujer andando juntos fuera de casa son limitadas. Es amor en una sociedad musulmana. Y como los personajes son de clase alta, intentan adoptar costumbres inglesas, francesas, más modernas, pero no pueden. Entonces siguen definiéndose bajo los códigos otomanos de comunicación, de miradas, de ojos.

¿Cuál ha sido la importancia de la literatura en su vida?
-Soy un escritor, quise serlo. Crecí en una familia de ingenieros, en una situación en que tenías que ser un doctor o ingeniero para ganar dinero. Pese a eso decidí ser escritor, sé que la gente joven tiene que decidir, por eso hablo de esto. Mi familia estaba muy enojada, pero decidí ser escritor. Decían “cómo vas a hacerlo para vivir”. Decían “estudia primero para ser arquitecto o ingeniero y luego decides dedicarte a escribir.”

¿Y?
-Entonces entré a la escuela de periodismo para tener un diploma y luego empecé a escribir ciegamente a los 23, y sólo siete años después logré ser publicado en Turquía. He sido traducido a más de 60 idiomas, pero lo más difícil fue ser publicado en Turquía esa vez.

Después, fuiste enjuiciado en tu país por tus declaraciones en una entrevista. ¿Cómo fue eso?
-Fue porque las fuerzas nacionalistas turcas no querían que los turcos emitiéramos opinión y yo estaba defendiendo el derecho de los turcos a tener opinión. Es el típico ataque político. Y es más que nada contra el libre pensamiento.

Lo pregunto porque quiero saber qué piensas del rol de los intelectuales y los escritores.
-Sé sobre eso, por supuesto que sé de las acusaciones contra Jean Paul Sartre y generaciones posteriores de intelectuales. Especialmente en países de Europa del Este, Latinoamérica, donde ha habido acusaciones muy políticas. Hay intelectuales turcos que fueron mucho más perseguidos que yo. Tengo ideas políticas fuertes, pero no porque soy escritor, sino porque soy un ciudadano. Mis motivaciones nunca son políticas, escribo mis libros solo por la belleza de hacerlo. Son muy políticos, pero no están escritos para estos fines.

¿Cómo puede una novela hacerse cargo de una situación política?
-Las novelas están basadas en las fortalezas del ser humano, en la compasión. Tenemos el poder de identificar gente que no es como nosotros. Al final una novela opera políticamente no porque incorpore la política, sino porque en ella un hombre trata de identificarse con otro a través de su punto de vista, e incentiva también al lector a hacerlo. La literatura no es sólo expresión personal, debiera ser una imagen de la totalidad. En ese sentido las novelas son una definición política porque la mitad de nuestra energía se va en tratar de entender a gente que no piensa como nosotros, que no ve el mundo como nosotros. Bertolt Brecht dijo a los escritores: “Si les preguntan por opiniones políticas, no muestren sus tarjetas del partido, muestren sus libros”.

PRIMAVERA ÁRABE

¿Qué le parece la situación de los países árabes?
-Estoy muy feliz con la primavera árabe. Cuando al principio escuché las noticias, hace doce meses, estuve feliz porque por primera vez diferentes naciones árabes (al final somos todos parte de la civilización islámica) se unen. Estoy feliz de ver que la gente árabe volvió a su dignidad, los clichés sobre los musulmanes que siguen ciegamente las ideas de los dictadores se rompieron, y vi la felicidad de todas las naciones del mundo y la solidaridad de la gente. Ahora no soy tan optimista ni utópico.

¿Por qué?
-Porque hay muchos problemas en cada país. Egipto todavía está regido por el ejército. Y hay fuertes luchas entre los islamistas democráticamente electos y el ejército. En Egipto, la energía para castigar es más fuerte que los sentimientos democráticos como la compasión o de entendimiento de los otros. Cosas que hacemos en las novelas.

¿Y la situación de Turquía?
-Tuvimos control militar pero no tan continuo, fueron pocos años. Los últimos treinta años no tuvimos fuerte presencia militar, la democracia turca no es completa, pero comparada con los otros países de medio oriente, es bastante.

Supe que fuiste a Valparaíso.
-Me sensibiliza Valparaíso porque nací y crecí en Estambul, que mantiene los signos de modernidad y decadencia. En la Estambul de mi infancia, las ruinas del Imperio Otomano (no estoy hablando de la era clásica del siglo XVI, sino del siglo XX, o finales del XIX, cuando hubo un proyecto de modernización que se cayó en mi infancia) vi la verdad de quienes fueron ricos, poderosos y ambiciosos y luego eso decayó, desapareció. Quedaron las ruinas, todo un sentimiento de melancolía. Estoy apegado a este tipo de escenario urbano. Es muy parecido a Valparaíso, ciudades que alguna vez fueron ricas y poderosas y luego perdieron su toque. Pero veo que Valparaíso intenta convertirse en una ciudad más turística.

¿Y Santiago?
-Hice un pequeño tour por Santiago que rompió mis prejuicios de que todas las ciudades latinoamericanas son iguales. Son muy diferentes. Santiago es más como un suburbio norteamericano. O dividido entre una imagen norteamericana y un sector más histórico con influencia francesa.

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