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Opinión

22 de Enero de 2012

Mi país, el apartheid

La política sistemática por obligar a vestir uniforme a las trabajadoras de casa particular nos deja en evidencia una consecuencia lógica, pero poco comentada, de los vergonzantes índices de distribución del ingreso, esto es, la dramática segmentación social con la que convive nuestro país. Los intentos de la elite por distinguirse de los demás mortales […]

Cesar Valenzuela
Cesar Valenzuela
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La política sistemática por obligar a vestir uniforme a las trabajadoras de casa particular nos deja en evidencia una consecuencia lógica, pero poco comentada, de los vergonzantes índices de distribución del ingreso, esto es, la dramática segmentación social con la que convive nuestro país.

Los intentos de la elite por distinguirse de los demás mortales han formado parte significativa de nuestra historia, debemos recordar que la propia aristocracia que hoy no renuncia a su derecho a diferenciarse, fue también victima de ello a través, por ejemplo, del impedimento que acaecía sobre los criollos en cuanto a obtener cargos importantes durante el periodo colonial, convirtiéndose justamente este hecho en uno de los antecedentes internos mas relevantes que explicarían el proceso de emancipación que viviera Chile y la región a comienzos del siglo XIX. Al contrario de lo que podría pensarse, fue y es justamente ese sector social, y todos aquellos que creen pertenecer a el, quienes se han encargado de sostener una conducta continua y sin tregua por hacer resaltar esto que han asumido como un dogma, marca su diferencia. No intento con esto defender una visión que postule a un modelo homólogo de sociedad, muy por el contrario, no existe inconveniente en que las comunidades en base a su propia experiencia y cultura generen conductas propias que configuren su identidad y esto las haga diferenciarse respecto de otras. El problema reside cuando hay de por medio una decisión, una intencionalidad que conduce al establecimiento de verdaderas fortificaciones para delimitar el espacio que, según ellos, a cada cual corresponde en la sociedad, limitación que no tiene otra justificación más que la condición social de las personas.

Prácticas como la utilización obligatoria del uniforme de trabajo fuera del lugar donde se ejerce el empleo, o la prohibición que aqueja a estos de caminar por determinados lugares, es fiel reflejo del intento por volver a una lógica de sociedad de castas, donde el solo intento de querer asimilarse al grupo dominante es duramente castigado. Resulta al menos repudiable que una sociedad “democrática” deba ser testigo de tal desprecio que un sector social tiene respecto de otro. Ya no basta que se eduquen en establecimientos diametralmente distintos, que se asienten en lugares completamente opuestos de la ciudad, que las características fisiológicas nos hagan ver distintos, pues ahora deben también vestir distintos.

Cabe preguntarse entonces ¿después de esto qué? Acaso promoverán la existencia de lugares de la ciudad a la cual sólo podrán acceder determinadas personas, áreas profesionales exclusivas para personas de un determinado color de piel, o se implementará también un tipo de corte de pelo para pobres. Todo esto en función diferenciarse, para que no nos vayan a confundir, para dejar en claro que el hecho de que compartamos nacionalidad es solo un accidente desafortunado de la vida y que en caso alguno representa un espacio de asimilación, pues, mientras unos descienden de godos, otros reconocemos tronco común con mapuches, atacameños y diaguitas.

Si no combatimos con firmeza las intolerables conductas de discriminación de las que hemos sido testigos, estaremos contribuyendo a la consolidación de un país que se desarrolla sobre la base de la exclusión. No permitamos hacer Chile un nuevo apartheid.

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#desigualdad#Elite#nana

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