El cara y sello de Providencia y Lo Espejo: el relato de quienes viven y trabajan en las comunas con mayor desigualdad de Santiago
Un índice de calidad de vida publicado por la Universidad Católica en 2023 situó a Providencia como la comuna con mejor calidad de vida, mientras que Lo Espejo apareció entre las de peores indicadores. La brecha se profundiza considerando que Lo Espejo cuenta con solo un 23% del presupuesto de Providencia. En este reportaje, personas de ambas comunas, desde una profesora que aprendió a esconderse de las balaceras hasta una dirigente vecinal del barrio Pocuro, relatan cómo su entorno define su día a día, revelando profundas desigualdades en la calidad de vida de unas y otras.
Por José LópezCompartir
El reloj marca las 21:30 y el turno de Marcia Álvarez (43), auxiliar en un supermercado de Providencia, ha terminado. Le toma casi una hora regresar desde allí, en el Barrio Italia, a su casa en la población José María Caro de Lo Espejo. Prefiere esta distancia, dice, por la estabilidad del trabajo, algo difícil de encontrar cerca de su hogar: “somos una comuna muy chica, casi no tenemos empresas”, comenta.
Tras guardar su uniforme, Marcia se dirige al Metro, a la estación Baquedano. Desde allí le esperan otras doce estaciones hasta el Metrotren de Lo Espejo.
Durante el trayecto, de más de una hora, se observa cómo la ciudad, estación a estación, comuna tras comuna, se transforma radicalmente de un extremo a otro. A medida que el tren avanza, las áreas verdes y los altos edificios iluminados dan paso a bloques grises, veredas rotas, peladeros con basura, cables del alumbrado público enrollados y terrenos baldíos que parecen tierrales.
“Allá hay parques y estaciones por todos lados. Aquí las micros dan muchas vueltas y los colectivos tardan en pasar”, dice, comparando a Providencia con su comuna.
Ya caminando por las calles vacías de su población, Marcia comenta con serenidad: “por suerte nunca me ha pasado nada aquí”, mientras avanza por la poco iluminada calle Santa Anita. Lo de suerte no es un eufemismo. Marcia reconoce que, para ella y sus vecinos, la seguridad es el mayor problema de Lo Espejo. Esa misma tarde, de hecho, una balacera en una población cercana dejó un muerto y tres heridos.
El recorrido de Marcia es un testimonio del abismo entre su comuna, considerada “dormitorio” con 98 mil habitantes, y Providencia, que concentra el 10% de los trabajadores de la Región Metropolitana, según el último informe del Observatorio Laboral de la Universidad Católica. Este contraste no es casual: el Índice de Calidad de Vida Urbana 2023 posicionó a Providencia como la comuna con mejor calidad de vida de la capital, mientras que situó a Lo Espejo dentro de las peores.
Desigualdades urbanas bajo la lupa del ICVU 2023
El Índice de Calidad de Vida Urbana (ICVU) 2023, realizado por la Universidad Católica, expone de manera clara las disparidades entre comunas como Lo Espejo y Providencia.
“El gran aporte de esta versión es explorar seis dimensiones en donde los municipios tienen mayor o menor influencia en la calidad de vida de los habitantes”, explica Arturo Orellana investigador y realizador del estudio. Estos indicadores clave son: condiciones laborales, ambiente de negocios, condiciones socioculturales, salud y medio ambiente, vivienda y entorno, y conectividad.
Una de las principales conclusiones del informe es que la gestión municipal tiene mayor impacto en dos dimensiones: condiciones socioculturales y calidad de los entornos. “Los municipios pueden influir directamente en áreas como la convivencia ciudadana, la educación pública y la mantención de espacios públicos”, explica Orellana.
Un ejemplo clave es la disparidad en áreas verdes: “En comunas como Vitacura, los habitantes disfrutan de hasta 22 metros cuadrados de área verde por persona, mientras que en Lo Espejo apenas alcanzan un metro cuadrado”, señala el investigador.
La calidad de los entornos es otro factor fundamental. Orellana subraya que los municipios tienen la capacidad de mejorar el luminario, la seguridad y la infraestructura pública; elementos esenciales para dignificar el espacio urbano y fomentar la vida en comunidad.
En comunas con menores recursos, como Lo Espejo, la falta de inversiones en estos aspectos agravaría las desigualdades urbanas. “Lo Espejo ha estado históricamente aislada, lo que ha contribuido a su baja integración laboral y a una gestión municipal limitada”, menciona Orellana.
Según el estudio, solo un 23,8% de las comunas de la RM presentan niveles altos de calidad de vida, de las cuales encabezan Providencia, Vitacura y Las Condes. Mientras que un 40,5% presentan un nivel bajo, incluyendo Lo Espejo, La Pintana y San Ramón.
Los contrastes de la calidad de vida y la participación en Providencia
Natacha Poblete (75), es presidenta de la Unión Comunal de Juntas de Vecinos, recorre con tranquilidad las calles de su barrio, aledañas al parque Río de Janeiro, mientras comenta con detalle los avances logrados junto a la municipalidad.
El parque, un amplio espacio verde rodeado de palmeras y prados, está lleno de vida: niños en bicicleta, personas haciendo ejercicio sobre sus mats de yoga y adultos mayores disfrutando del cálido clima de la tarde. Para Poblete, estos espacios públicos bien cuidados son un reflejo claro de los esfuerzos municipales por mantener la alta calidad de vida en la comuna.
Poblete llegó a Providencia en 2009, después de mudarse desde Lo Barnechea, en el sector de El Arrayán. “Era un sector absolutamente individualista, casi no había vida de barrio. Tampoco la diversidad que uno encuentra aquí”, comenta mientras se dirige a uno de los muchos cafés ubicados en la avenida Pocuro.
No obstante, reconoce que vive en un sector privilegiado dentro de la comuna y que las realidades varían según la zona. “Es difícil formar comunidad en un lugar tan acomodado. Pero las juntas de vecinos son fundamentales para la calidad de vida de todos los barrios”, agrega.
Mientras camina, pasa justo al lado de la junta de vecinos que preside: un amplio edificio de dos pisos, posicionado al lado del Club de Tenis de Providencia. Ya instalada en la terraza de un café, con el sonido de las derechas y los reveses de fondo y las zapatillas deslizándose por la arcilla, comenta que los aspectos más destacables de su comuna son la seguridad y la conectividad. Justo cuando explica esto se ve un vehículo de seguridad ciudadana merodear cerca de la Plaza.
“No tengo dudas de que esta sea una de las mejores comunas para vivir. Mira cómo la gente va caminando tranquila. Todo el día hay movimiento”, señala, mientras observa la pasarela de la avenida, decorada con plantas de bajo consumo. A su alrededor, pasan adultos mayores apoyados en bastones, ciclistas, familias, y también trabajadoras domésticas con uniforme.
A la fecha, la comuna de Providencia cuenta con un presupuesto vigente que supera los $218 mil millones para el año 2024.
Lo Espejo: una deuda histórica de desigualdad
A diferencia de Providencia En 2024, Lo Espejo cuenta con un presupuesto de aproximadamente $32 mil millones de pesos, solo un 14% del presupuesto de la comuna en la que vive Natacha Poblete.
“El Estado tiene una deuda histórica con nuestras poblaciones y barrios”, afirma la alcaldesa de Lo Espejo, Javiera Reyes (PC). Asegura que, a pesar de los avances que se han logrado, necesitan el financiamiento de otras instituciones para mejorar la calidad de vida de los habitantes.
“Para avanzar, es urgente aumentar el fondo común municipal y contar con más recursos que nos otorguen autonomía para realizar proyectos. La diferencia entre nuestro presupuesto y el de otras comunas de la capital es abismal, lo que explica en gran parte los bajos índices de calidad de vida en Lo Espejo”, añade.
Una de las demandas históricas de la comuna es la instalación de una estación de metro. La actual administración ha impulsado una campaña en la que el presidente Boric se comprometió a realizar un estudio de factibilidad para considerar a Lo Espejo en la extensión de la Línea 4A.
María Inés Gutiérrez, vecina de 87 años, es un testimonio vivo de la historia de Lo Espejo. “Estuve aquí desde que se formó la comuna. Mi padre llegó como obrero de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETC) y así comenzó nuestra historia aquí”, relata.
Tras la muerte de su padre en 1962, decidió quedarse en la población Anita. Por esos años, según cuenta, repleta de árboles frutales y bosques de eucalipto. “La mayoría de los que vivían aquí eran trabajadores. Construyeron sus casas con lo que podían, ya que el municipio no brindó apoyo. Hasta hoy sentimos que somos una población olvidada”, lamenta.
A lo largo de su vida, ha sido testigo de los cambios y nuevos desafíos en la calidad de vida de su comunidad: “Al principio, nos hacíamos cargo de todo: pavimentar calles, instalar agua y luz (…) Ahora, después de años de espera, recién nos están cambiando las veredas”, explica con decepción. Además, señala que la conectividad ha empeorado.
La seguridad también ha cambiado drásticamente. “Antes pasábamos por la línea del tren a medianoche y no pasaba nada. Ahora, a las 6 de la tarde, ya te pueden quitar la cartera”.
Recuerda, como ejemplo personal, que una vez la asaltaron en la puerta de su casa para robarle su gargantilla. Pese a todo esto asegura que, como muchos espejinos, nunca ha deseado abandonar su comuna.
El sentido de pertenencia
Valentina (32) vive una realidad que contrasta con la de Marcia Álvarez. En el caso de la primera, hace cuatro que vive en Providencia , una comuna que le ofrece seguridad, parques, estaciones de Metro y la tranquilidad de un buen colegio para su hija.
Pero por sus experiencias personales, conoce el contraste entre la calidad de vida de Lo Espejo y la comuna donde actualmente vive. Durante sus primeros años trabajando como docente, impartió clases en un colegio de Lo Espejo. Se transportaba en micro todos los días, anticipándose a los usuales retrasos.
“Me daba un poco de miedo ir a Lo Espejo, esa es la verdad. Sobre todo me sugestionaba por la información de las noticias”, admite Valentina. “Pero también los mismos apoderados me decían: ´tía, no se vaya por este camino, es peligroso´, así que siempre iba a hacer clases con temor”, comenta.
Pero no todo era simple sugestión. Durante ese año, debió experimentar en carne propia el protocolo de lanzarse al suelo junto a sus estudiantes, cada vez que ocurría una balacera demasiado cerca del aula. Protocolo que, según comenta, los niños ya lo tenían completamente automatizado.
Pudo notar la diferencia entre infraestructura, materiales de trabajo, e incluso actitud de los apoderados, en comparación con los colegios del sector oriente donde actualmente imparte clases. Sin embargo, está plenamente consciente de la estigmatización que sufren los espejinos debido a los problemas de seguridad. Esto tampoco le es ajeno:
“Yo antes vivía en Pudahuel. Y notaba que cuando buscaba trabajo en sectores como Las Condes o Vitacura, dentro de la búsqueda de personal solo aceptaban a postulantes que viviesen cerca de los mismos sectores. Conozco a muchos colegas de comunas vulnerables que deben cambiarse de dirección por este tema”, explica.
Marcia Álvarez, por su parte, recuerda cómo su familia llegó a Lo Espejo hace más de 60 años. La población José María Caro recién estaba fundándose. Desde entonces, la vida en la comuna ha tenido sus altos y bajos. A pesar de los problemas de conectividad y las constantes balaceras por las noches, Marcia sigue profundamente arraigada a su entorno. “Aunque quisiera irme, sería demasiado difícil”, admite, refiriéndose a que vive sola junto a su madre.
Muchos de sus antiguos vecinos vendieron sus casas y abandonaron el barrio debido a la creciente delincuencia. “Si no eres choro, no sirves para vivir en algunos sectores”, comenta con tristeza. Además, señala que la presencia policial es casi inexistente en su zona, dejando a los vecinos con una sensación constante de vulnerabilidad. “Aquí hay sectores peligrosos que todos conocemos, pero el que no es de acá lo pillan mal parado”, añade.
Similar a lo comentaba Valentina, a Marcia le ha tocado sufrir discriminación simplemente por decir que vive en Lo Espejo. “Siempre fui muy discriminada por eso, especialmente entre los 20 y 30 años”, recuerda, en el periodo que buscaba sus primeros trabajos fuera de la comuna. Durante su época de estudios, tanto profesores como compañeros le aconsejaban ocultar su lugar de residencia. “Me decían que no dijera que era de aquí, como si eso fuera algo vergonzoso”, comenta.
A pesar de las dificultades, Marcia nunca dejó de sentirse orgullosa de ser espejina, con cariño guarda los recuerdos de su infancia. En especial, los viajes en tren desde la estación Lo Espejo, a solo diez minutos de su casa. Misma estación de la que, actualmente, se baja todas las noches cuando son cerca de las 22:30 p.m. Alejándose de la lumbrera segura de los vagones, para adentrarse en esas calles oscuras, camino al hogar que la vio crecer.