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Nacional

8 de Junio de 2012

Con Atria en la mochila

Este jueves aparece el libro “La mala educación” (Catalonia), del abogado Fernando Atria, columnista de theclinic.cl y de ciperchile.cl. El libro, que recoge textos sobre la crisis del 2011, es prologado por Giorgio Jackson, ex presidente FEUC. Estos son extractos del prólogo.

Por



Escribir la presentación de esta colección de columnas del abogado Fernando Atria es para mí un honor, pues durante el importante e intenso año 2011, en que nuestro sistema educativo fue objeto de un debate muy a fondo, su serie de artículos titulada “10 lugares comunes falsos sobre la educación chilena” me acompañó en muchos momentos importantes. Me acompañó literalmente, pues yo andaba con sus columnas impresas en la mochila, corcheteadas y subrayadas.
Me acuerdo que me llamó la atención especialmente el primer texto de la serie, “La angustia del privilegiado”, porque sintetizaba una de las ideas que en la CONFECH queríamos transmitir: que nuestro sistema educacional era altamente injusto y que nosotros -los más “favorecidos”- no seríamos merecedores de nuestros privilegios: es decir, no estábamos en buenas universidades o carreras solo gracias a nuestras capacidades o “méritos”, sino que gracias a un sistema que hacía falsa la reiterada promesa de meritocracia. “Esfuérzate y lo lograrás” o “el que quiere, puede”, son algunos de los populares dichos que ignoran la importancia del entorno social asociado al aprendizaje y que, finalmente, se traducen en mayor sensación de fracaso, frustración y una posterior resignación en quienes no logran acceder al mundo de las oportunidades.

(…)
Me gustaría hacer énfasis en algo relevante a la hora del impacto que se tuvo: nosotros no inventamos nada nuevo, solo comunicamos una verdad incómoda y la gente hizo suyos estos problemas. Creo que el acierto que tuvimos como estudiantes, apoyados fuertemente por la sociedad civil, fue que teníamos un alfiler en la mano en el momento en que la burbuja educativa chilena se había hinchado al máximo.

Los movimientos son un tipo de animal político muy particular. Tienen una vida corta y luminosa. No están destinados a perdurar pues consumen mucha energía ciudadana y giran en torno a un tema. Salvo excepciones, vencen o son vencidos con rapidez porque la gente que los alimenta necesita continuar con sus vidas. Si el movimiento universitario prolongó su existencia durante casi un año, fue en una parte importante porque se benefició de una serie de circunstancias inusuales. Una muy importante es que en Chile gobernara la derecha. Estoy seguro de que la eficacia del movimiento habría sido distinta si hubiera debido enfrentarse a un Gobierno de la Concertación.

Ese conglomerado, pese a sus errores, podía hablar en el mismo lenguaje que los estudiantes. Podía decir que en los 90 recibió el país con 40% de pobreza y Chile tenía otras prioridades. Y podía blindar sus concesiones a los bancos y a los intereses económicos de las universidades apelando al argumento moral que ellos trabajaron para terminar con la dictadura. ¿Existió un bloqueo y veto de la derecha a proyectos más “atrevidos” de la Concertación en esos 20 años? Claro que sí. Pero también es cierto que la Concertación nunca tuvo una sola voz respecto de la educación pública y de calidad; y que muchos de sus dirigentes convivían de lo más bien con el lucro en colegios y universidades.

En 2011, en cambio, la Alianza por Chile no tuvo dónde escudarse, ni a quién culpar a la hora de no cumplir con las demandas sociales. Ellos eran los principales detractores de la educación pública y los principales sostenedores del lucro en la educación. No pudieron, por eso, elaborar un argumento para disminuir la fuerza creciente del movimiento. Tras la primera y masiva marcha nos dijeron: “Los que reclaman son los privilegiados”.
Respondimos que, considerando los niveles de endeudamiento, deserción y falta de inserción laboral, se nos considera privilegiados; no teníamos miedo en declarar que lo somos y que no queremos seguir siéndolo.

Lo que pedimos no es para nosotros, sino para las generaciones que vienen.
Debieron aceptar entonces que nuestras aspiraciones eran “legítimas”, pero argumentaron que no habían suficientes recursos para materializarlas. Cuando planteamos una reforma tributaria o discutimos la soberanía de los recursos naturales, como el cobre, nos acusaron de ser “sobreideologizados”. A eso contestamos: “Claro que es ideológico lo que planteamos, pero el Gobierno es más ideológico que nosotros porque cree en la educación como un bien de consumo y defiende el lucro que no ha demostrado ningún beneficio en educación, salvo a los dueños de las universidades, los sostenedores y a los bancos”.

Mientras la estrategia del Gobierno era intentar imponer eslóganes y lugares comunes, la nuestra era intentar desarmarlos, mostrar la mentira que había en esas afirmaciones que parecían tan verdaderas. Es por eso que siento que hay una gran coincidencia entre los planteamientos de la CONFECH y las columnas de Atria que comenzaron a aparecer en esos momentos. Sus acertadas reflexiones alimentaron este debate, que terminaron por callar los últimos argumentos de los sectores más conservadores. Sus columnas sobre el lucro, financiamiento compartido y gratuidad en la educación fueron claves para despejar dudas sobre la legitimidad de nuestras demandas. Es más, camino al Congreso a debatir el proyecto del lucro en la educación, junto a Camila Vallejo y Francisco Figueroa, repasamos varias veces los argumentos de sus textos.

En todo ese período el Gobierno tuvo un único gran éxito y hay que reconocérselo. Como el debate educacional lo había perdido por completo, su estrategia para bajar el apoyo popular a nuestras demandas fue criminalizarnos; prohibir y reprimir las movilizaciones de modo que se fuera produciendo frustración, impotencia y desorden. Al principio esa estrategia no funcionó y las escenas de jóvenes controlando a los pocos encapuchados que aparecían eran un nuevo mentís para el Gobierno. Pero la autoridad, que debía garantizar el orden y la convivencia democrática, insistió en manchar al movimiento. Y terminó ganando: a través de la nula respuesta a las demandas, la negación de permisos de Intendencia y de la represión policial, transformó marchas que eran carnavales en manifestaciones que comenzaban y terminaban en violencia.

LA MALA EDUCACIÓN
Fernando Atria
Prólogos de Giorgio Jackson y Fco. Figueroa
Editorial Catalonia / Ciper, 2012

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