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Opinión

23 de Julio de 2012

Un guerrero mapuche

A los 18 años dejó su comunidad para formarse como oficial en Cuba. Se especializó en Vietnam y combatió a la “contra” en Nicaragua. Tras el triunfo del NO regresó a Chile, reinsertándose en el mundo civil. Veterano de batallas ajenas, es lo más cercano a John Rambo que se puede encontrar al sur del Biobío. “Nadie que haya estado en una guerra desearía aquello para su gente”, dice ahora. Hoy, en The Clinic, rompe un silencio de veinte años. Y dispara tanto a la derecha como a la izquierda.

Pedro Cayuqueo
Pedro Cayuqueo
Por

Ilustración: Marcelo Calquín

“Peñi, hay cosas que han de permanecer ocultas”, me responde cuando le pregunto su nombre. “Quechatoki es un nombre de guerra. Puede llamarme así”, agrega mientras atiza el fuego al interior de su ruca, en las afueras de Cholchol. Hasta allí nos trasladamos para conocer a un mapuche “internacionalista”, un veterano de los años verde olivo, un “sobreviviente”, como se define a sí mismo. “Soy un sobreviviente de la dictadura, de la muerte en la selva y de la propia izquierda revolucionaria que siempre me tildó como conflictivo”, señala Quechatoki.

¿Y por qué conflictivo?
-Por ser mapuche. En aquellos años ser oficial y conocer el arte militar nos estaba vedado por dos motivos. Uno: por ser pobres. Y dos: por ser mapuches. Si el racismo en Chile es transversal, va de derecha a izquierda. Fui una rara excepción, junto a un puñado de valientes hermanos.

¿A qué edad salió de Chile?
-A los 18 años. Corría el 79, fue gracias al Partido Comunista. Yo era un cabro de campo entonces, pero desde el 75 ya participábamos en mi comunidad y otras zonas en tareas conspirativas. Recorríamos toda la región, Lautaro, Capitán Pastene, Lumaco, hasta alojé en la casa del papá de Aucan Huilcaman, don José Luis, un dirigente muy activo en aquellos años, fundador de lo que sería AdMapu más tarde. Fue el PC quien abrió una puerta para poder viajar a Cuba. Fui el único mapuche de un grupo bastante grande. Jóvenes en su mayoría, de 18 a 20 años. Todos eran huincas (chilenos), militantes de las JJ.CC. Yo era la oveja negra.

¿Cuál fue su motivación para enrolarse?
-Conocer el arte militar. No me importaba la vía o el lugar. Fuera el PC o el MIR, me daba lo mismo. Mi familia y comunidad fue duramente reprimida en aquellos años. A diario. A cualquier hora del día o la noche. Lo mismo veía en otras comunidades, una violencia brutal, cargada de racismo. En el pueblo de Cholchol hasta los huincas apaleaban a los mapuches. Te pillaban y te apaleaban. Todo eso me causaba una impotencia tremenda. Yo quería aprender el arte militar para regresar a mi tierra y aportar en algo.

¿Estuvo en la Escuela Militar de Cuba?
-Estuve en una Academia especial para oficiales internacionalistas. Allí se formaban a latinoamericanos y africanos, jóvenes de Angola y Mozambique en su mayoría. Todos los instructores eran oficiales cubanos, tipos de elite. Allí estuve más de dos años y me especialicé en mando de Tropas Generales, lo que acá sería la infantería. La preparación partía desde soldado hasta el mando de grandes unidades, hablamos de brigadas de mil o dos mil hombres.

¿Su primera destinación?
-Nos graduamos, un mes de vacaciones y nos envían a foguearnos a Centroamérica para adquirir experiencia práctica en combate. En mi caso fue Nicaragua. Llegamos a Managua y antes de ingresar a los frentes de guerra debíamos aclimatarnos un mes, por las condiciones de terreno, clima, etc. Mi primera destinación militar fue la frontera con Honduras, allí combatimos, tiros de lado y lado. Mi segunda misión fue de asesoramiento de una brigada, en la VI Zona de Guerra, más de mil hombres, con dos centros de instrucción de soldados, conscriptos, los “Cachorros de Sandino” como se les llamaba. Volví en otras dos ocasiones a Nicaragua.

¿Y luego a Vietnam?
-Estuve siete meses en Vietnam y fue una experiencia muy enriquecedora. Para un oficial y revolucionario de aquellos años ir a Vietnam eran palabras mayores. Estuve en Hanoi, en la Academia Superior de Guerra. Nuestros profesores eran todos generales llenos de medallas, veteranos de la guerra contra los gringos. Con ellos aprendí estrategia, tácticas operativas, tropas terrestres, milicias, etc. Pero todo implicado con el pueblo, no como fuerzas armadas desvinculadas de la sociedad. Por eso triunfaron los vietnamitas: eran un pueblo armado y no una vanguardia iluminada o cúpula política tratando de “salvar al pueblo”. Allí era el pueblo el protagonista. Yo veía eso y pensaba en mi gente mapuche. Soñaba. Mi idea era aprender y traer todo ese conocimiento. Si es que se daban las circunstancias y las condiciones, por supuesto.

Como Lautaro.
-Sí, como Lautaro y tantos otros de nuestra historia. Yo siempre reafirmaba esto, mi origen mapuche ante todo y eso me causaba roces con los compañeros chilenos. Hasta combos hubo por ahí. Teníamos diferentes perspectivas de la lucha en Chile. Para ellos todo trataba del “retorno de la democracia”. Para mí, como mapuche, trataba de mucho más que eso, de liberarnos también nosotros. Creo que el tiempo me ha dado la razón. Que yo sepa, ninguna democracia ha llegado para nosotros en el sur. Hoy nos siguen reprimiendo como siempre, el legado de Pinochet sigue intacto y ex mandos políticos nuestros hoy están en el Parlamento, muy cómodos.

EL FPMR
La mayoría de los oficiales que retornaban lo hacían para integrarse a las filas del FPMR. ¿Por qué no sucedió con usted?

-Tal vez porque habría sido un problema. Yo nunca comulgué con la idea del Frente, no al menos para el caso mapuche. Siempre pensé que, de darse las circunstancias, debía existir algo nuestro, propiamente mapuche, esa idea la defendí mucho y me trajo conflictos con varios en Cuba. Pagué los costos de ser mapuche.

¿Cómo cuáles?
-Como no poder regresar a Chile antes, como siempre quise. Fui destinado en cuatro oportunidades a Nicaragua, primero a los frentes de guerra y luego como asesor del ejército sandinista. Veía a mis compañeros volver a Chile, pero yo seguía yendo y viniendo de Cuba a Nicaragua y otras destinaciones especiales. Protestaba ante ello pero de poco servía.

¿Estaba vetado en Chile?
-Quizás. A veces lo sospechaba, me catalogaban siempre de conflictivo por mi discurso mapuche y no tan “revolucionario”. La izquierda nos metía a todos en el mismo saco. Lo sigue haciendo todavía. Siempre somos agregado, nunca el plato principal. Lo mapuche o lo indígena como una “comisión” más, en eso no se diferencian de la derecha u otro sector. Yo se los decía y eso me traía problemas.

Pero hubo otros mapuches, como Moisés Marilao, que sí retornaron para integrarse al Frente y hoy lo reivindican incluso como uno de sus héroes.
-Sí, Moisés regresó a Chile el 85’ y cayó tras un enfrentamiento con Carabineros. Yo tuve largas conversaciones con Moisés. Él había llegado a Cuba mucho antes que yo, el año 75’ si mal no recuerdo. Pero coincidimos en Cuba en muchas ocasiones. Y hablábamos como peñi, como mapuches que éramos, hermanos de pueblo. Los sueños que teníamos con Moisés eran dar con un camino propio, no al alero de los huincas, sino algo propio, no que nos impusieran los chilenos su proyecto político. Este también era el pensamiento de Moisés, muy poco conocido lamentablemente. Yo creo que los mapuches debiéramos reivindicar su memoria. Marilao fue un héroe condecorado en Cuba, el único de todo el contingente chileno.

Se cuenta que salvó un tanque, ¿es verdad?
-Así fue. Sucedió en unos entrenamientos en la isla. Un tanque que realizaba maniobras comenzó a incendiarse. El tanque iba cargado con munición de guerra y se veía que sería un desastre. Todos huyeron pero Moisés, solo, descargó las municiones del tanque y lo salvó. La pérdida del tanque implicaba perder varios millones de dólares. Fue condecorado por ello. Fue muy comentado su arrojo y valentía en esa acción.

¿Era en los 80 la vía armada el camino para los mapuches?
-Como militar responsable nunca lo creí así. Se lo decía a la gente del Frente: que el camino militar en los mapuches no les iba a resultar nunca. Esto de venir e imponer una estrategia militar desde fuera y con un proyecto social incluso que no daba cuenta de nuestra cultura, nuestra identidad, iba directo al fracaso. Siempre pensé ello, sobre todo tras conocer la lucha vietnamita. Además, tú no puedes trasladar mecánicamente una guerrilla de Centroamérica al sur de Chile. Imposible. No se puede. ¡Si acá no hay selva, hay puros pinos! Y si lo haces en la cordillera, es cosa que los milicos acampen en el pueblo más cercano y se pongan a esperar. El invierno y el hambre acabarán contigo antes de disparar el primer tiro.

Le pasó al MIR en Neltume.
-Eso fue un suicidio… si es fácil hablar de hacer la revolución armada, pero una cosa son los deseos personales, el voluntarismo y otra, la realidad. Existen factores logísticos, geográficos, climáticos incluso que juegan a favor o en contra de una estrategia militar, además del apoyo social, político, etc. No bastan las ganas, se debe tener también la sabiduría, eso aprendí de los hermanos vietnamitas, quienes más hondo calaron en mi formación.

¿Por qué ellos y no los cubanos?
-Por su cultura, por su historia de lucha, por su humildad y grandeza. Era como estar “entre mapuches”. Amaban su tierra y la defendían con bravura pero sobre todo con inteligencia. Y no buscaban imponer una ideología. Se respetaban en Vietnam las creencias, las identidades, las lenguas, la diversidad interna del país, eso me gustaba mucho, no existía la uniformidad de la izquierda revolucionaria por este lado. Cuando estuve en Vietnam reflexioné mucho sobre la “contra” de Nicaragua, a quienes había combatido años antes.

En su mayoría eran indígenas, del pueblo Miskito.
-Así es. Y pensaba que tal vez me había equivocado de bando. Eran bravos los miskitos, valientes, buenos guerreros. Es cierto, eran apoyados por los gringos, pero al fin y al cabo defendían su territorio, su identidad. Eso no lo vieron los compañeros sandinistas. Fueron ciegos frente a la diversidad, lo que sucedió en gran parte de Latinoamérica. Ahora, viendo las cosas en perspectiva, es muy probable que me haya equivocado de bando. Ya sabemos en que terminó la revolución sandinista y sus comandantes: corrupción y negociados.

Otro tanto sucede en Colombia. ¿Qué opina cuando hoy se vincula a los mapuches con las FARC?
-Pienso que es no entender mucho. Uno de los sectores más golpeados por la guerra interna en Colombia han sido los pueblos indígenas, víctimas del fuego cruzado. Colombia y las FARC no veo por dónde puedan ser un referente para nosotros. Y para qué vamos a hablar de las diferencias geográficas. La Araucanía no es precisamente el Cauca.

¿Cómo ve la lucha mapuche actual?
-La veo atomizada, muy dividida, con muchos dimes y diretes internos. Nos falta unidad política. Pero tengo confianza en las nuevas generaciones. Ellas estarán libres de los vicios del pasado, de las lealtades políticas huincas que muchos dirigentes arrastran todavía. Los dirigentes clásicos mapuches vienen de contradicciones izquierda-derecha, de la Guerra Fría. Y operan bajo esa lógica. Hay que trabajar una tercera vía, propiamente mapuche, que se nutra de elementos culturales, políticos y filosóficos propios, tomando del pensamiento político huinca lo que nos sirva. Y trabajar inclusivamente, luchar por construir una sociedad mejor para todos en nuestro territorio, mapuches y chilenos. No pensar solo en nosotros. Tampoco levantar fronteras étnicas. El desafío es cómo construir un Chile donde se respete la diversidad y ejercer nuestros derechos, luchar por algún tipo de autonomía política dentro del Estado.

¿Y la lucha armada?
-Creo en la vía política, democrática. Los mapuches somos una cultura de paz, un pueblo de paz, agredido pero nunca agresor. Además, nadie que haya estado en una guerra desearía aquello para su gente. Quienes nunca han estado en una son los que fantasean. Hoy nos reprime Carabineros y ya es brutal. El día en que los militares ocupen su lugar sería una masacre, estoy seguro. Hay que tener madurez política. Jugar a quién es el mapuche más radical es irresponsable.

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