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Opinión

26 de Julio de 2012

Fulvio y la marihuana

Para no ser menos que Fulvio, antes de ponerme a escribir esta columna, fumé, como dice una amiga, “unas caladitas”. El así llamado “doble estándar”, que con frecuencia es citado como un rasgo de nuestra personalidad, responde a un tipo de relación social que se ha ido desmoronando. Ciertos grados de hipocresía no le vienen […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Para no ser menos que Fulvio, antes de ponerme a escribir esta columna, fumé, como dice una amiga, “unas caladitas”. El así llamado “doble estándar”, que con frecuencia es citado como un rasgo de nuestra personalidad, responde a un tipo de relación social que se ha ido desmoronando. Ciertos grados de hipocresía no le vienen mal a nadie: permiten ir más allá de los temores. Mientras menos necesaria sea, sin embargo, más libre es la tribu.

Una convivencia en la que toda particularidad merezca el mismo respeto, se acerca a cierto ideal de civilización. Implicaría que nadie se impone sobre otro, que nadie se siente menos, que la debilidad no causa pudor, ni la riqueza supremacía, pero como nunca llegaremos a semejante estado de perfección, unas dosis de hipocresía expanden lo que seríamos si siempre “nos portáramos bien”. El doble estándar, sin embargo, es otra cosa. Responde a un grado extremo de sometimiento. Quiere decir que gran parte de lo que soy, se lo debo ocultar a alguien.

Ese alguien, a veces, puede constituir mayorías, aunque cuando es así, intuyo, nos hallamos ante una sociedad patronal, o devocional, que es casi lo mismo. Por estos lados, esa tradición está colapsando. La iglesia católica, hasta ayer baluarte absoluto de la recta moral, ha perdido bruscamente ese trono. Los curas ya no se atreven a pontificar como años atrás. A estas alturas nadie se enorgullece de ser un Legionario de Cristo, en circunstancias que llegó a constituir un certificado de prestigio. Hubo ricos advenedizos que para ingresar a la alta sociedad recurrieron a dicha congregación, la misma que ya sabemos por qué sicópata sexual fue fundada. Entre los seguidores de Karadima había varios lobbistas morales de peso. Ahora el cura Precht, defensor de los derechos humanos, está siendo acusado de abusador. O sea, no quedan santos en la corte. La homosexualidad ya casi casi no es pecado. Suman cada día menos los que no sienten vergüenza por sus preferencias. Las manifestaciones pacíficas son un modo de decir “aquí estamos nosotros, a mucha honra, y eso que nos mandan, no lo queremos obedecer”.

Fulvio –a quien nadie trata de “el senador Rossi”–, demostró estar oyendo la música de los tiempos, y en lugar de analizarla, salió a bailar. (Dicho sea de paso, con tanta ley anti discriminación, que seria bueno ir sabiendo de alguna autoridad homosexual. Mientras públicamente no exista, la sociedad no habrá incorporado verdaderamente el espíritu de la ley.) No se trata de que la marihuana sea buena, pero tampoco es tan mala. Sólo un canuto podría esconder que se toma unos tragos de cuando en cuando, y la marihuana está lejos de ser peor que eso. El debate sobre sus secuelas biológicas se lo dejo a los científicos, pero en tanto peligro para la sociedad, es un hecho certificado que está muy por debajo del vino. El senador está oyendo la música de los tiempos, porque somos muchísimos los que sabemos que cada tanto fumamos, para nada escondidos, sin ninguna vergüenza, en reuniones con gente inteligente y capaz, o con otros amigos mejores todavía. No se trata de andar promoviendo la hierba ni sermonerías por el estilo, pero tampoco hay nada que esconder. Otra cosa son las drogas duras. Dicen que Shakespeare era volado. Durante su larga construcción, en los parques del río Mapocho, muchos obreros de la torre Costanera Center, a las horas de colación aprovechaban de fumar. ¿Les habrá quedado chueca?

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