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Opinión

15 de Agosto de 2012

¿Qué tiene que ver el matrimonio con el sexo?

Vía El País Las noches calurosas de verano en cualquier gran ciudad corresponden nuestros pesados pasos de supervivientes con desgana de calles semidesiertas, sudadas, y bares con cartelitos que rezan “cerrado por vacaciones”. ¿Serán esas mismas aceras acaloradas las que contagian el tedio matrimonial del estío? Unos días atrás, en una jadeante Madrid de medianoche, […]

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Vía El País

Las noches calurosas de verano en cualquier gran ciudad corresponden nuestros pesados pasos de supervivientes con desgana de calles semidesiertas, sudadas, y bares con cartelitos que rezan “cerrado por vacaciones”. ¿Serán esas mismas aceras acaloradas las que contagian el tedio matrimonial del estío?

Unos días atrás, en una jadeante Madrid de medianoche, una pareja discutía con aspavientos. Entre los clach-clach crispados de las chanclas de la mujer, el desconcierto de un niño (¿hijo?) y la fragilidad de un perro con correa (tironeado y sin saber para dónde disparar), el hombre manifestaba a viva voz su hartazgo “por tus mentiras”.

A continuación, ella alzaba el perro por una de las patas delanteras, con un gesto brusco (como si levantara un alita de pollo del plato) y perseguía nerviosamente al señor (¿marido?), para explicarle algo que él no quería escuchar. Uno de ellos era un personaje de la farándula local. Quizá los dos lo fueran, pero eso no es lo importante: a lo que vamos es al instante poco glamoroso de la disputa conyugal en plena calle.

Al día siguiente, evocando la escena recordé una similar, que transcurría en el estacionamiento de un supermercado, con niños gritando, esposa al borde de un ataque de nervios y marido abochornado, subiendo todos a un auto que podría haber sido dibujado en una viñeta con signos de exaltación y nubes de humo.

Pero en esta congestión marital, que sucedió hace años, hubo una mirada, la de él, cruzándose con la mía, que estaba sola y subiendo al auto contiguo: dos ex amantes y uno de ellos en franco aprieto.

Desde entonces, pienso que en nuestra extensa vida, somos muchos los que podemos haber protagonizado alguna escena matrimonial de dudosa elegancia (con o sin hijos, aunque las ‘con hijos’ suelen ser más aparatosas). Por supuesto, siempre cabe la sana opción de no bajar la guardia, para evitarlas en el futuro (¿casarse o pelearse?, me preguntarán).

De matrimonios, perdices, ganas de ………………. (rellene usted la línea de puntos) y prevenciones o de encuentros furtivos con ex amantes, sus maridos y/o mujeres e hijos y mascotas están hechas algunas postales de nuestra vida cotidiana, y no solo las del cine. Hay bienestar y placidez y también turbulencias, con y sin papeles, con y sin sexo, en celuloide o en carne con huesos.

En un post anterior, comentábamos la receta de Gore Vidal para durar en pareja: no tener sexo (con el/la esposo/a). O, quizá, dicho de otro modo, ser compañeros, los mejores amigos, hermanos, como intuimos son los integrantes de la pareja de Another year, otra excelente película de Mike Leigh, de esas que se ciñen con maestría a los devenires cotidianos más nimios, a la complicidad en voz baja, también a las miserias pequeñas, las de todos los días, y la solidaridad de las parejas largamente establecidas con los amigos más separados.

¿Qué tiene esto que ver con el sexo? Casi todo. Y para ilustrarlo, recomiendo otra película reciente (aún en cartelera en los cines de España), la noruega Siempre feliz de Anne Sewitzky, que dibuja con trazos finos algunas anécdotas de la institución matrimonial. Esta refrescante comedia negra no se permite un happy end moralista ni intenta distribuir equitativamente las cargas de felicidad o desdicha entre los cuatro integrantes de dos parejas de vecinos, entre quienes se producen algunos cruces altamente explosivos. Las alícuotas de verdad y razón (mentiras y sinrazón) sí están repartidas, como en la vida real.

Para terminar y dejarlos a todos con la malévola pregunta de “¿y yo de qué lado estoy?”, propongo otra peli sobre matrimonios sin amor y amores sin matrimonio: Pollo con ciruelas, la cinta iraní de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, que acaba de estrenarse. Esta vez, la autora y directora de Persépolis cuenta la historia de un tío abuelo suyo que fue el mejor violinista de su época (la historia está ambientada en el Teherán de los años 50) y que aspiró al amor pero se conformó con los mandatos familiares.

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