Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

21 de Septiembre de 2012

La línea democrática

En más de una oportunidad he quedado fuera de situaciones o de reuniones sociales, y probablemente de proyectos, por no compartir con colegas del campo artístico cultural la complicidad del jale (del consumo de iniquidades, diría Borges). Al parecer la presencia de uno era incómoda (sin cachar la jerga ni los ritos, siempre determinados por […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
Por



En más de una oportunidad he quedado fuera de situaciones o de reuniones sociales, y probablemente de proyectos, por no compartir con colegas del campo artístico cultural la complicidad del jale (del consumo de iniquidades, diría Borges). Al parecer la presencia de uno era incómoda (sin cachar la jerga ni los ritos, siempre determinados por la risa cómplice que te discrimina como ingenuo), porque uno era un otro en el contexto de un nosotros. No es algo que me haya ocurrido muchas veces, pero recuerdo haber quedado muy sorprendido cuando un par de escritores cercanos me dejaron botado sin razón aparente, luego de que habíamos quedado de juntarnos, después de un evento, para conversar en un café o algo así. Se fueron a hacer una movida y me dejaron pagando, utilizando el viejo truco del “espéranos aquí”. Me imagino que los consumidores habituales tratan a los que no lo son igual como lo hacen los miembros de ciertas instituciones que gozan diferenciándose del resto, como los milicos que le dicen civiles, en términos peyorativos, a los que no pertenecen al mundo castrense. Los curas, los gays y ciertos grupos hetero, y otros, hacen lo mismo con los que no son del gremio. Conversaba de esto con un periodista que me recordó que los noventa fue un periodo brutalmente drogo en Santiago, más que los ochenta. Yo vivía en provincia, en una zona en que la coca aún no llegaba masivamente, sólo circulaba la marihuana, que tiene otra lectura. Creo que el consumo estuvo muy ligado al periodo político que se vivía. Mi sensación es que lo que se conoce como recuperación de la democracia estuvo determinada por el consumo de coca. Más aún, quiero escribir una novela sobre eso, ojalá algún periodista de la nueva hornada hiciera una investigación al respecto que me sirva para los datos de la verosimilitud. La tesis de que en la transición política tuvo importancia la droga es arriesgada, pero absolutamente coherente con las necesidades de liberalidad personal. Por otro lado, le quita contenido épico a la movilización política del periodo, pero también nos ilumina la maldita subjetividad que determina muchos de nuestros zigzagueantes pasos.

Fue la película “No” la que me hizo pensar en esto. Película que no he visto y no tengo pretensiones de ir a ver. Vivo en un lugar en que no hay cine (y no quiero verla pirateada), la veré quizás cuando la den en la tele. Por ahí vi una entrevista y percibí que está basada en el rol de la publicidad. Y ese mundo es inconcebible sin droga (igual que el mundo televisivo), y la épica del NO es publicitaria. No creo que eso aparezca en la película, pero la droga es el marco ideal del decorado progresista. Como ya no podía haber nada subversivo, la droga era lo único ilegal válido, la única prohibición fascinante de transgredir, el negociado político democratoide generó ese estilo soft de lo público, como algo festivo y alegre, evitando otros giros de la política. Esa sería en parte la tesis de la novela posible. Los jóvenes valores políticos que representaban la renovación se drogaban en reuniones políticas clave, en las que se decidían operaciones democratoides futuras, ligadas a la cosa electoral, que era el sumun de la participación ciudadana en ese entonces. Era una especie de pipa de la paz que compartían chicos concertacionistas y progresivos chicos de derecha, era un modo de relacionarse, de compartir gestos amistosos y de identidad. Ellos sabían que después los viejos harían la otra parte, la oficial. Eso relataría la novela, que ya me da un poco de lata. Lo fundamental es que la droga posibilitó la neutralización de lo político, la coca se hizo cultural y democratizada, pero sólo a un cierto nivel de clase. En la zona poniente reinaría el pastabasero, como base del flayterío posterior, esa sería la otra parte de la tesis novelesca. Era la época en que la agenda, como se dice ahora, comenzaba a reconocer a las minorías discriminadas y el signo de lo pendejo-juvenil lo copaba todo. En ese contexto la droga fue santificada. El relato consignaría algún escandalillo por acusaciones de consumo de drogas a algunos chicos prometedores de la política que incluso salpicaron al que ahora es presidente. La patrulla juvenil sería un capítulo junto a la Concertación juvenil progre. Lo entretenido de la novela debiera estar en esas articulaciones ochentero-noventeras, cuando se forjan amistades y complicidades interpartidarias. Y paralelamente, comenzaban a sembrarse los estatutos que tiene hoy día la cosa cultural, estaba El Trolley, por ejemplo (que no conocí porque yo vivía en el sur), y otros bodegones, en donde, además, se inauguró la cultura del reviente, como contrapartida a las peñas que representaban la vieja política izquierdistosa (aunque ahora están de vuelta). Algo así habría que narrar, me imagino. Yo creo que nunca voy a escribir esa novela por la fobia que me provocan los cara de chilenos (o los santiaguinos).

Temas relevantes

#coca#Línea#pobreza

Notas relacionadas