Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

24 de Diciembre de 2012

El futuro que el cine de ciencia ficción prometió y… no se podrá cumplir

Vía Abc.es Una de las suertes más deliciosas y fascinantes de la ciencia ficción es el retrofuturismo, esas estampas bizarras y a veces naíf sobre cómo imaginaron nuestros ancestros la vida dentro de un buen puñado de años. La mayoría de las veces la cosa se quedaba en una anécdota más o menos entrañable (véase […]

The Clinic Online
The Clinic Online
Por

Vía Abc.es

Una de las suertes más deliciosas y fascinantes de la ciencia ficción es el retrofuturismo, esas estampas bizarras y a veces naíf sobre cómo imaginaron nuestros ancestros la vida dentro de un buen puñado de años. La mayoría de las veces la cosa se quedaba en una anécdota más o menos entrañable (véase la capital de España con puerto y playa en «Madrid en el año 2000», joyita filmada por Manuel Noriega en 1925), pero otras sí han dado más o menos en el clavo: desde la cuenta atrás adoptada por la NASA que profetizó Fritz Lang en «Una mujer en la Luna» (1929), hasta los avances tecnológicos al alcance de todos de «2001: Una odisea en el espacio» (1969), pasando por la publicidad interactiva de «Minority report» (2002) el poderoso influjo de las redes sociales de «El juego de Ender», actualmente en rodaje, sin contar los avances científicos en materia de medicina, clonación, etcétera.


Sin embargo, aunque las ciencias adelanten que es una barbaridad, no parece muy probable que algunos de los escenarios y logros de la humanidad que pintan algunos filmes para años venideros se cumplan en la realidad. Empezando por 2012, fecha elegida por «Soy leyenda» (2007) para que el mundo se inunde de zombis y solo sobreviva al Apocalipsis Will Smith y su perro. Ojo que aún estamos a tiempo. Tampoco parece muy probable que en 2013 se produzca un «Rescate en L. A.» tal y como vaticinaba John Carpenter en 1996, con la ciudad angelina inmersa en el caos y la anarquía. Aunque, viendo el juego de los Lakers, quizá la cosa no haya ido tan mal tirada.

Avanzamos hasta 2015, fecha que disparó la imaginación de películas como «Robocop» (1987), que plantearon sociedades totalitarias con policías ejecutores y sin escrúpulos ni sentimientos. ¿Nos suena de algo?. Más difícil parece que se estrene en ese año «Tiburón 19», como apuntaba humorísticamente «Regreso al futuro 2» (1990). La clonación humana es otra de las obsesiones del último cine de ciencia ficción, desde «El sexto día» (2000) a «La isla» (2005), que la sitúan respectivamente en 2015 y 2019. En este último año también contemplaremos androides soñando con ovejas eléctricas, unicornios y replicantes que han visto cosas que no creeríamos, según la eterna «Blade runner» (2012). ¿Y los viajes espaciales? Mejor esperar a 2020, fecha en la que iremos al planeta rojo como quien viaja a Benidorm (según «Misión a Marte», 2000). Menos halagüeño es el panorama descrito por «Hijos de los hombres» (2006) -la humanidad se volverá estéril en 2027-, «Tank girl» (1995) -canguros parlanchines y desolación hortera para 2033- o «Demolition man» (1993) -conchas marinas en vez de papel higiénico, aunque igual es el mayor invento en la historia del hombre-.

Más profecías y anhelos: en 2035 tendremos viajes en el tiempo (según «12 monos», 1995) y en 2084 habremos colonizado Marte de cabo a rabo (según «Desafío total», 1990), aunque si el sol se apaga en 2057 (segun «Sunshine», 2007) tampoco habrá servido de mucho. Para el siglo XXII también se anuncian buenas noticias: en 2151 la criogenia se habrá controlado al dedillo (sostiene «Vanilla sky», 2001), en 2154 los pitufos gigantes de «Avatar» (2009) serán nuestras mejores mascotas y en 2199 viviremos en el mismísimo «Matrix» (1999), aunque según alguno ya estamos en el «Matrix progre» desde hace tiempo. En 2205 los problemas sentimentales del hombre habrán terminado al legalizarse el matrimonio entre humanos y robots según «El hombre bicentenario» (1999), aunque muchos no llegarán a celebrar las bodas de oro, ya que en 2274 se retorcerá el pescuezo a todo mayor de 21 años, según «La fuga de Logan» (1976).

Los que sobrevivan a la masacre flotarán en el espacio meditando en una burbuja allá por el año 2500 («La fuente de la vida», 2006), se convertirán en cetáceos humanos repantingados en sus naves personalizadas en 2805 («WALL-E», 2008) o serán esclavizados por alienígenas en el año 3000 («Campo de batalla: La Tierra», 2000) o por macacos en 3955 («El planeta de los simios», 1968). Para eso, mejor que los mayas hubiesen tenido razón, ¿no?

Las letras también se anticiparon
Si la gran pantalla gusta de juguetear con la bola mágica de nuestro destino, ¿qué decir de la literatura? Y con buena puntería, desde los tiempos de Julio Verne y H. G. Wells, tal y como reconoce Francisco García Lorenzana, director de la colección Literatura Fantástica de RBA y uno de los mayores especialistas en el género del país: «Muchas novelas han conseguido anticipar con exactitud el mundo en que vivimos hoy. El autor que mejor lo ha logrado sería William Gibson, todo un cazador de tendencias que anticipó tantos aspectos de nuestra sociedad tecnológica y deshumanizada. También Ursula K. Le Guin, J. G. Ballard, Frederik Pohl o C. M. Kornbluth hablan de aspectos como la violencia creciente o un futuro dominado por las agencias de publicidad».

Escritores que demuestran que la ciencia ficción no solo debe quedarse en un entretenimiento sofisticado sino aspirar a ser un faro que alerte a la humanidad si la cosa se tuerce: «El género debe tener una función de reflexión sobre el presente para proyectarlo hacia el futuro como si fuera un laboratorio de experimentación en el que podemos cambiar las variables para ver qué ocurriría si ponemos o quitamos algo, o si llevamos hasta su última consecuencia algún rasgo característico de nuestra época. Si la ciencia ficción abandona ese objetivo, se convierte en un artificio más o menos divertido pero hueco, que se puede leer (o ver) con unas palomitas para pasar una tarde de domingo. Pero los autores y las obras que marcan nuestro inconsciente colectivo o eso que llamamos la cultura popular, ha sabido reunir estos dos aspectos del género. Por desgracia, el cine suele quedarse en la anécdota y hacer desaparecer los niveles de reflexión, como sucede con la adaptación de “Soy leyenda”, de Richard Matherson», reflexiona Lorenzana.

Notas relacionadas