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Opinión

19 de Abril de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | “Guerra Civil”: los bandos en las butacas

Fotos: Diamond Films

El crítico de cine escribe sobre la nueva cinta del director, Alex Garland, planteando que "es cinematográficamente una de las obras más fieras de los últimos años". Briones explica: "No por sus méritos narrativos, que son solidísimos. O por sus discursos, ocultos bajo muchas capas, pero que permean. Si no porque en vez de optar por apaciguar a un espectador u otro, tiene el atrevimiento y la eficiencia para enfocar y disparar las conversaciones en el medio de las butacas".

Por Cristián Briones

El experimento era el siguiente: se exhibía un plano de un actor inexpresivo y luego se intercalaba una secuencia de imágenes. Primero un plato de sopa, luego una niña en un ataúd y finalmente una mujer acostada en un sillón. Después se le preguntaba a la audiencia que expresión veían en el actor, y las respuestas variaron según cada fotograma: en la primera se le veía hambriento, en la segunda, acongojado y en la tercera, deseoso.

La imagen del actor era siempre la misma. Lo que cambiaba era la yuxtaposición de los fotogramas. Se había descubierto el valor del montaje como consideración artística y se empezaría a revelar ese irregular vínculo con el espectador: si había pasado penurias, veía nítida el hambre (o no tanto), una pérdida familiar y podía ver el dolor en el rostro del actor, etc.

El “Efecto Kuleshov” forma hoy parte de la mitología del cine, y daría inicio a conceptos como “psicología perceptual” o “geografía creativa”, ninguno de los cuales es necesario abordar acá en profundidad, porque la clave en esta ocasión está en la ambicionada conexión con el espectador.

Principalmente a causa de que hoy, quizás más que nunca, ante la misma secuencia de imágenes, dos espectadores sentados uno al lado del otro, pueden llegar a conclusiones distintas, porque sus visiones de vida así lo son. Muy probablemente la mayoría de los autores buscan evitar esto. Tienen un tema e intentan ser claros en su declaración. No dejar mucho espacio para la interpretación.

Alex Garland ha cortejado ello, pero con una habilidad muy literaria para develar: “Ex-Machina” y las intenciones de los magnates de la industria tecnológica, “Aniquilación” y su relato sobre la autodestrucción, “Men” y la toxicidad del género masculino (quizás la única evidente), “Devs” y el duelo y el complejo divino. Pero esta vez, fue en la otra dirección. Hizo todo el esfuerzo posible por esconder que el fondo de “Guerra Civil” es justamente ese: el desacuerdo entre esas dos personas sentadas una al lado de la otra, viendo exactamente lo mismo.

“Guerra Civil” es una obra provocadora. En su posición temática, interpretaciones, en asaltos narrativos y estéticos, etc. En casi todo, excepto quizás, por su trama: un grupo de reporteros emprende un viaje por un Estados Unidos sumido en un conflicto bélico interno, con la intención de entrevistar al Presidente en ejercicio de su tercer mandato, y que está ad portas de la derrota militar.

Una “road movie” en toda regla. Una variopinta colección de personajes cuyo recorrido les va haciendo cambiar a ellos y la mirada del espectador. Simpleza en la propuesta. Pero tanto la profesión de los protagonistas como el escenario en que transcurre, son claves que utiliza Garland para descolocar a su audiencia.

Partamos por la desconcertante idea de que EEUU, supuestamente una de las democracias más sanas del mundo, se embarque en una 2da Guerra Civil. ¿Las razones? No están, no hay contexto, no sabemos por qué Texas se alió con California o si Florida va por propio lado. O por qué detonó la pugna, más allá de alguna pista en cierto color de corbata o formas en un discurso. Desconocemos a quiénes representan los soldados. No estamos al tanto de las ideologías detrás del conflicto.

Esto quizás porque en rigor, en una guerra las ideologías no importan mucho. La retórica solo sirve para enardecer a la carne de cañón. Un ideario puede servir para llevar una pancarta o lanzar una piedra en una marcha, pero tomar un fusil y efectivamente marchar contra una comunidad, solo ocurre cuando hay auténtico poder en disputa. Las guerras se libran por el poder para imponer una ideología, pero no por ella, más bien por el puro poder. 

Garland hace carne ese concepto y decide dejar fuera esa conversación de la película, pero no de la audiencia. Quizás todo se resume a la mención de que la protagonista alcanzó el prestigio al fotografiar “La Masacre Antifascista” ¿Fueron los antifascistas los masacrados o fueron ellos los que masacraron? No lo sabemos. Nos deja a nosotros, según nuestros domicilios ideológicos, armar la respuesta. Un Koleshov muy actualizado. Porque en realidad, lo que debiéramos hacer es analizar la pregunta, pero esa es otra clave de la película:

“No estamos aquí para preguntarnos eso. Nosotros presentamos los hechos para que otros se hagan las preguntas”.

Esta es la declaración de principios que los protagonistas de la historia enarbolan. Son reporteros, periodistas. Su trabajo es presentar los hechos y dejar que otros los juzguen. Sabemos que no se puede, pero eso no le impide ser un discurso. Una de las conclusiones más venenosas que tiene el retrato de Charles Foster Kane en ‘El Ciudadano Kane’ es que el “periodismo objetivo” solo existe como concepto, para que los dueños de los medios también sean los dueños de “la verdad”. Todo acto de registro es subjetivo.

El periodismo puede aspirar a ser imparcial, pero como toda captura del momento pasa por una persona con su propio historial y enfoque, el ejercicio de objetividad es imposible. Y las diferencias entre los personajes así nos lo evidencian: Kirsten Dunst (no tengo espacio para detenerme en lo soberbia de su interpretación, construida desde lo profundo y exhibida en sutilezas magistrales) como una fotoreportera completamente vaciada de sentimentalismo que lleva décadas capturando los horrores de los conflictos en el mundo, solo para ver que las advertencias que enviaba para publicar, no sirvieron de nada.

Wagner Moura como un adicto a la adrenalina del combate, y que solo busca la cuña precisa para su titular. Cailee Spaeny, una joven aspirante a fotógrafa que encuentra a su mentora y quien más sirve como representación del entusiasmo en lo análogo y la necesaria pérdida de la inocencia en el entorno bélico. Y Stephen McKinley Henderson, como un anciano con problemas de movilidad y que bastón en mano, representa al moribundo y autoerigido heroico periodismo escrito.

Todos en compañerismo y disputas por los puntos de vista que cada uno esconde, tal y como lo hace la película. Claramente es con el personaje de Dunst con quien más se identifica el guionista y director. Su filmografía es una de “advertencias” y su declaración de retiro tras las cámaras, bien puede emparentarse con la de la protagonista de “Guerra Civil”. A medio camino entre darle el paso a una generación con más energía y el cinismo de la futilidad de un autor que ha venido ajustando su relato a los hechos de un futuro cada vez más mediato.

Pero en el viaje de estos reporteros también puede verse otra intención. La captura de una memoria tan propia como ajena. Los fotogramas fijos insertados en la misma narración evidencian esto (¿de nuevo Kuleshov?). Este es un momento. Ha ocurrido antes. Vuelve a estar aquí. La historia es cíclica y olvidarla, nuestro peor pecado. Hollywood durante ¿cuánto ya? ¿ocho décadas? ha contado la historia de cómo han sido ellos los héroes del mundo. Cómo van y denuncian y triunfan en su moral cometido.

Las películas sobre valerosos corresponsales de guerra también: “The Hunting Party”, “Salvador”, “Under Fire”, “The Killing Fields”, etc. Pero es distinto cuando es la propia casa. El recorrido por el Estados Unidos profundo es tan simbólico como singular. Soldados con manicure y maquillaje, actos terroristas en la urbe, pueblos en donde el conflicto se ha dejado fuera (hecho que se suma a que el núcleo rural del país ha decidido ignorar el enfrentamiento), horrores de ciudadanos cotidianos, centros de refugiados administrados por jóvenes demasiado desesperanzados, criminales de guerra del bando que sea, porque de nuevo, todo es muy poco identificable.

Garland tomó la, para muchos enervante, decisión de no explicar. Como aquellos finales de John Carpenter o la narrativa de James Joyce. Sentir que se está ahí, no necesariamente es saber el por qué. Y esa es quizás la mayor fortaleza de contar esta historia en el corazón de un país (coincidentemente con casi todo occidente) totalmente polarizado y dividido a partes iguales.

Si no hay villanos evidentes, entonces ¿quiénes son los “buenos”? ¿A quién apunta la valerosa cámara? ¿Cuál es la denuncia? Y por supuesto que es más agudo instalar este relato en Estados Unidos que en el resto del mundo, que sí ha visto tanques en las calles, bombardeos a edificios públicos y soldados que juraron protegerlos apuntar sus armas contra sus compatriotas.

El paisaje de fondo es fundamental para este viaje. Lo que pasa es que Garland decide no esgrimir un dedo acusador. Y eso ha resultado especialmente perturbador. Porque significa que llegado el momento, las causas no se deberán a quién tenía razón y quién estaba equivocado, si no tan solo al hecho de que estaban en desacuerdo.

“Guerra Civil” es cinematográficamente una de las obras más fieras de los últimos años. No por sus méritos narrativos, que son solidísimos. O por sus discursos, ocultos bajo muchas capas, pero que permean. Si no porque en vez de optar por apaciguar a un espectador u otro, tiene el atrevimiento y la eficiencia para enfocar y disparar las conversaciones en el medio de las butacas. Allá las audiencias si deciden tenerlas entre ellos o con quienes están en contra. Quizás parece un pecado capital en estos días el no declararse “anti” algo. Pero de un autor como Alex Garland, no podía esperarse menos.

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