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Mundo

14 de Febrero de 2013

Benedicto XVI: Renuncia revolucionaria

Vía El Periodico de Catalunya Pasada la sorpresa inicial, una idea va abriéndose camino, y es la carga revolucionaria y de modernidad que lleva consigo la renuncia de Benedicto XVI aunque sus efectos no estén a la vista de inmediato. Pese al acelerón inesperado, los tiempos romanos siguen siendo lentos. El portavoz vaticano, el jesuita […]

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Vía El Periodico de Catalunya

Pasada la sorpresa inicial, una idea va abriéndose camino, y es la carga revolucionaria y de modernidad que lleva consigo la renuncia de Benedicto XVI aunque sus efectos no estén a la vista de inmediato. Pese al acelerón inesperado, los tiempos romanos siguen siendo lentos. El portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi, en su comparecencia el martes ante la prensa dio dos motivos para la renuncia. «Puede que haya valorado los problemas de gobernabilidad», dijo, para añadir: «Pero sobre todo, el papel de la Iglesia en el mundo».

De lo primero, de la gobernabilidad (en realidad de la ingobernabilidad), los escándalos que han jalonado los ocho años de papado que culminaron con el llamado caso Vatileaks son la demostración, aunque todavía siguen faltando muchas piezas para componer el complicado puzzle.

Si este motivo se refiere al pasado, el segundo mira directamente al futuro. A la Iglesia siempre se le ha reprochado su lejanía del mundo real. «Los baños de masas que se daba Juan Pablo II en sus periplos por medio mundo no hacían al Papa polaco más humano, ni siquiera su agonía en directo, mas bien eran algo inhumano», explica desde Roma un veterano observador de la realidad vaticana.
 
Este es uno de los grandes desafíos no resueltos que tiene la Iglesia, un desafío que se acrecienta en la era digital con la inmediatez y la proximidad aunque sea virtual. Con la renuncia, prevista por el Derecho Canónico pero no utilizada en un caso similar en los últimos ocho siglos, seguramente por su carga explosiva o por la suma de poder y deber, el papa Ratzinger se presenta como un hombre, más allá de ser el vicario de Cristo en la Tierra, con dudas, problemas y desgaste físico como cualquier otro.

La cruz del martirio

«De la cruz no se baja», ha dicho en tono de censura el cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, que fue brazo derecho del papa Wojtyla. Seguramente para Ratzinger habrá sido cruz más que suficiente la lucha por el poder que se vive dentro de las murallas vaticanas, pero la cruz del martirio a la que se refería el exsecretario es un ejemplo difícil de seguir por la feligresía.

El vaticanólogo Andrea Tornielli recuerda que «el Papa es Papa porque es obispo de Roma», y cuando los obispos cumplen 75 años deben renunciar a su puesto. En cierto modo, escribe Tornielle, con su decisión, el Papa «relativiza» el pontificado romano, lo que no deja de ser curioso tratándose de un Papa que ha dedicado enormes esfuerzos a combatir el relativismo en la sociedad europea.

Tolerancia Cero

A diferencia de su antecesor, con la voluntad de instaurar la tolerancia cero contra la pederastia que ha minado el prestigio y la autoridad moral de la Iglesia, Ratzinger dio un paso importante para aproximar la Iglesia a la sociedad.

En octubre del 2011, cuando los líderes mundiales que forman el G-20 se disponían a reunirse para estudiar fórmulas que permitieran al mundo salir de la crisis financiera, el Vaticano quiso llamar su atención mediante un documento en el que se pedía una reforma del sistema financiero global y reclamaba una autoridad única.

Con esta y otras iniciativas no puede decirse que Benedicto XVI haya estado alejado del mundo, pero su renuncia abre una nueva dimensión que tendrá enormes consecuencias en la Iglesia. Hay quien considera que existe el riesgo de la desacralización de la función del Papa, pero en el siglo XXI puede haber una noción distinta de lo sagrado.

De momento, lo que la renuncia acarrea es una secularización del poder eclesiástico y una distribución distinta de este mismo poder. Eugenio Scalfari, maestro de la prensa italiana, ha escrito en La Repubblica, el diario que fundó y dirigió, que «paralelamente a la disminución del papel del Papa aumentará la de los concilios y la de los sínodos, es decir, de las asambleas de obispos», algo que había repetidamente solicitado el cardenal Carlo Maria Martini, fallecido el pasado agosto.

La curia y los obispos

El poder en la Iglesia ha estado históricamente en manos de la curia romana. Si efectivamente se produce este cambio de equilibrios en favor de los obispos, de quienes realmente están en contacto con la sociedad real y que ejercen funciones pastorales, Ratzinger con su gesto habrá puesto en marcha una auténtica revolución.

Un Papa considerado en el momento de su elección como uno de transición, intelectual y muy conservador, un Papa que ha gozado de unos índices de popularidad muy bajos (el 39% el pasado año), ha dado la campanada inesperada.

Antes del anuncio del pasado lunes, Benedicto XVI habría ocupado un papel relativamente modesto en la historia del papado. Ahora su lugar está por determinar porque la onda expansiva de su gesto se prolongará durante mucho tiempo, pero sin duda será un lugar de primer orden. También Juan XXIII era un Papa anciano y de transición y la armó bien gorda.

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