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LA CARNE

11 de Marzo de 2013

Cincuenta Sombras de Grey, cuarta parte y final: Si esto es sadomasoquismo, mi abuelita es Marilyn Manson

No es necesario explicar que Cincuenta Sombras de Grey fue uno de los libros más leídos en el verano. En cada vagón de metro, en cada micro troncal se encontraba alguna joven o señora con el ladrillo de 600 páginas a $13 mil y algo sobre las piernas, calentándose con la historia de amor entre Christian Grey y Anastasia Steel. Por eso, enThe Clinic Online nos dimos la gran paja de leer esta trilogía “erótica” para saber cuál era la gran novedad. Y llegamos a la conclusión de que es nuestro deber prevenirlos a ustedes, futuros lectores, de por qué Cincuenta Sombras de Grey tiene de liberal lo que la iglesia católica tiene de progresista. Acá el gran final: Por qué el libro es como ver porno de Carlos Larraín.

Por

Resumen ejecutivo: Un día Anastasia Steele, estudiante de literatura, llega al despacho de Christian Grey, un millonario joven, a hacerle una entrevista. Primera apreciación: Grey es una especie de Horst Paulmann, Andrónico Luksic o Sebastián Piñera, sólo que nadie se pregunta de dónde saca tanta plata ni si acaso se ha cagado a alguien. No, él sólo tiene plata. Y es joven y alto y mino. Un “Adonis”. Punto. No pregunten nada más.

Al momento que se ven, quedan pegados el uno con el otro, y como Christian Grey tiene plata, hace todo lo que quiere. Investiga a Anastasia, la busca, la jotea con su parada de macho alfa protector y le propone firmar un contrato para que ella sea su sumisa. Tiene sentido porque Anastasia se pasa todo el libro diciendo lo muy tímida y underground y oyente de Snow Patrol que es. Porque Grey es un sádico, pero pronto se verá que su sadismo tiene que ver con una triste infancia, puros traumas, pobre niño rico. Y al final la cosa se trata de cómo ella salva a Grey de sus traumas y perversiones con amor, no con sexo (Spoiler, perdón).

En fin, si luego de los tres primeros artículos (La mina arribista que no calienta a nadie, La sumisa que no quiere un puño en el culo y Una trilogía escrita como el hoyo) aún no se convencen de que Cincuenta Sombras de Grey es una mierda, en esta nota, la cuarta razón y final:

Si esto es sadomasoquista, mi abuelita es Marilyn Manson
Antes de matar la talla, cerramos la tetralogía de por qué este libro es un asco llegando al punto fundamental. El sexo.

Sí, porque lo que más nos cargó de Cincuenta Sombras de Grey es que no nos calentamos ni un poquito. Y esa era la esperanza que teníamos.

Como dijimos anteriormente, la trilogía es 5% historia y 95% sexo. Pero es el sexo que una se imagina que tendrían las princesas de Disney después de casarse con el príncipe: coreográfico, perfecto, sin ni una gota de sudor, menos un fluido (¿quién dijo que el sexo hacía transpirar?).

Christian es tan perfecto que siempre la tiene parada y la mete bien, nunca se le va la erección, nunca se agota, siempre eyacula en el momento preciso. Y Ana, por su parte, tiene el clítoris más hipersensible del mundo. De verdad una llega a cuestionarse si toda su vida sexual ha sido una mentira, porque a Ana no se le sale ni por si acaso un peo vaginal.

Lo peor es que, después de leer toda la paja del joteo con tintes de femicidio entre Grey y Steele y llegas por fin a las primeras escenas sexuales, te topas con sexo a lo misionero, sexo vaginal por atrás, masturbación y sexo oral. OH, cuidado con estas rarísimas prácticas amatorias. Después de eso, las posiciones más innovadoras son culear parados, ella sentada sobre él y más sexo oral. Después de miles de escenas sexuales que en realidad no llaman tanto la atención, pasan una de dos cosas. O empiezas a sentir pena por las mujeres chilenas que se entusiasman con una masturbación en la tina, o te empiezas a cuestionar si tu vida sexual es demasiado degenerada.

Y lo más decepcionante viene a la hora de llegar al sadomasoquismo. En primer lugar, E.L. James deja completamente claro que la afición de Christian Grey es producto de la terrible infancia del hijo de una puta adicta al crack (a quien llaman así cada vez que se refieren a ella, putaadictaalcrack) y de una persona que no sabe amar de otra manera, es decir, un problema, de la misma forma en que el anarquismo para El Mercurio es un trastorno psicológico que le ocurre a los hijos de padres separados.

Aunque ya explicamos que al final Ana nunca firma el contrato y la relación Amo/sumisa se traduce en el machismo de Grey, Ana de todas formas decide someterse, al menos en lo sexual, a las “perversiones” de Grey. Y esto se deja claro cuando ella decide entrar al “cuarto del dolor”. Una pieza llena de objetos de tortura medievales. Y uno ahí sí que se emociona, esperando que los latigazos sean el calentamiento previo a un mundo de oscuras prácticas sexuales. Pero no. Eso es todo. Latigazos, palmadas, bolas metálicas en la vagina, esposas, antifaces y correazos. Eso. Grey amarra a Ana de pies y manos y la culea. La castiga con palmadas y la culea. Le amarra las manos y la culea. Le da unos latigazos en el clítoris y la hace llegar al orgasmo. Y después la culea. La narración, además, es más matapasiones que Labbé en colaless. Al final en vez de calentar, las erecciones que se asoman por sobre la espuma de la tina, sólo terminan causando gracia.

Llega a ser tan burdo el trato del tema del sadomasoquismo, que Christian tiene un psicólogo que lo ayuda a resolver sus dramas. Porque Christian parece estar más consciente que los lectores que lo suyo es un trastorno y debe ser resuelto. El doctor Flynn, un inglés, que es como el estereotipo del intelectual pa los gringos, le explica a Ana:
“Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad: es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema”.

Si creen que esto es un artículo de Wikipedia, no. Es la forma de E.L. de introducirnos a la psicología del BDSM.

Más allá de la violencia o no violencia, no puede ser que en absolutamente todas las escenas de sexo, haya diálogos como el que sigue:
“-Uau -murmura sin aliento.
-Uau- Repito e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
-Qué efecto tienes en mí, Ana”.

Puede ser que nosotras no estemos culiando bien, pero en serio, ¿quién dice siempre que va a tener sexo: “¿A quién deseas? A ti. -Di mi nombre. -¡Christian! -Oh, ¡Ana!”.

Y al final todo eso del sexo sádico y perverso que contiene la trilogía es puro cuento, porque a lo largo de las novelas queda claro que aquella faceta de Christian Grey se abandona progresivamente hasta llegar a una caricatura. Esto es, palmadas en poto.

Al final del primer libro, Anastasia le dice a Christian que quiere probar el lado “más oscuro” del sadomasoquismo, o sea, que le requete dé como caja. El punto es que cuando llegan a la “sala del dolor” Christian le da cinco correazos hasta que ella, llorando, le dice que pare y que es un enfermo de mierda. Se da cuenta de que esa es la única forma de Grey de relacionarse “amorosamente”, cosa que aparentemente no le había quedado clara 400 páginas atrás cuando Grey le pasa un contrato de sumisión que especifica lo que le gusta y no le gusta hacer sexualmente.

Y después resulta que Ana recapacita y se da cuenta de que igual le gusta la tontera, a ella y a su “diosa interna”, una especie de álter ego o manifestación psicológica de su clítoris que se arrodilla ante ella cuando Christian la mira intensamente con sus ojos intensos con intensidad. Pero en los libros siguientes, cuando Ana hable de “sexo perverso” se referirá a un par de palmadas en el poto y el uso de dildos, los resabios de un sadismo curado por el amor, porque Ana logró cambiar a Christian Grey y hacerlo dejar sus traumas #esposible.

Lo más triste es terminar de leer la trilogía y sentir que te violaron con un manual sexual de Carlos Larraín, porque el mensaje al final es que toda aventura sexual, para que sea bacán y se disfrute, debe terminar necesariamente en matrimonio, una casa grande, un auto deportivo, hijos y un buen puesto en una empresa. Y por supuesto, con la idea de que el sadomasoquismo es un impedimento para lograr una vida sentimental plena. Al final no puedes evitar sentir que te metieron el tremendo dildo del capitalismo y el sueño americano y no te diste ni cuenta.

Así que ya están advertidos. The Clinic Online le da a Cincuenta Sombras de Grey menos 15 estrellas. Y mujeres, si de verdad están buscando algo para calentarse, pongan “porno” en Google. Se van a sorprender.

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