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Cultura

14 de Julio de 2013

La construcción de un héroe

Vía revista El Malpensante Releo regularmente Las aventuras de Tintín desde hace más de cuarenta años. Y en los últimos tiempos me procuran, además de placer, una leve sensación de desasosiego. Transpiran una ausencia. ¿Dónde está el autor? Georges Remi, “Hergé”, vuelca en los álbumes algunas de sus obsesiones (la pureza, la amistad) y unos cuantos prejuicios […]

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Vía revista El Malpensante

Releo regularmente Las aventuras de Tintín desde hace más de cuarenta años. Y en los últimos tiempos me procuran, además de placer, una leve sensación de desasosiego. Transpiran una ausencia. ¿Dónde está el autor? Georges Remi, “Hergé”, vuelca en los álbumes algunas de sus obsesiones (la pureza, la amistad) y unos cuantos prejuicios ideológicos, como el antisemitismo, especialmente en las primeras obras. Pero él permanece oculto tras el protagonista, Tintín, un ser sin pasado ni futuro, sin familia, sin otra ambición vital que saltar de aventura en aventura.

La humanidad está reservada para el otro gran personaje de la serie, el capitán Haddock. El capitán incorpora de forma gradual las características del hombre que más ayudó a Hergé, tanto en lo personal (quizá le salvó la vida cuando, tras la liberación de Bélgica, hubo algún intento de linchar al dibujante por colaboracionismo con los nazis) como en lo profesional (incorporó el color, incrementó el dinamismo y aportó muchas de las anécdotas que animan los guiones). La humanidad de la serie es la de Edgar P. Jacobs, la única persona que podría haber firmado los álbumes junto a Hergé. Eso no ocurrió, por más que Jacobs lo pidiera, porque Hergé poseía un agudo sentido del patrimonio. Y porque Tintín era suyo, claro.

Jacobs nació en Bruselas en 1904, tres años antes que Hergé. Su vocación era la ópera. Trabajó veinte años como barítono y casi con cuarenta asumió que nunca iba a alcanzar la gloria en un escenario. Decidió privilegiar otra de sus líneas de actividad, el dibujo y el diseño de escenarios. Gracias a ello conoció a Hergé. En 1941, en la Bélgica ocupada, un teatro estrenó la obra de Hergé llamada Tintín en la India, o el misterio del diamante azul. Jacobs se encargó de los decorados.

Los dos se cayeron bien porque no se parecían en nada. Hergé era retraído, tímido y complicado. Jacobs era impulsivo, ruidoso, exagerado. Como Jacobs, el hombre de los mil y un fracasos, acababa de perder su enésimo empleo (le encargaron que dibujara para Europa las historietas de Flash Gordon, un acto de piratería impuesto por la ruptura de comercio con Estados Unidos, pero la administración filonazi las prohibió al cabo de unas semanas), decidieron trabajar juntos.

El último álbum de Tintín dibujado antes de la ocupación fue El cangrejo de las pinzas de oro, y en él aparecía un tal capitán Haddock, un marino alcohólico, de carácter débil y buen corazón, al que Hergé no consideró digno de continuidad. Cuando se puso a trabajar en el siguiente guion, Tintín en el país del oro negro, no se planteó incluir a Haddock en la aventura. Pero ese álbum fue interrumpido (por ser demasiado político) y en su lugar comenzó La estrella misteriosa, con Hergé y Jacobs dibujando a cuatro manos. Significativamente, aquí irrumpe Haddock. Milú deja de ejercer como contrapunto de Tintín. De eso, en adelante, se encarga el capitán.

Hergé lo admitió años más tarde: “Haddock es Ja-cobs”. En la construcción del personaje del capitán hubo otras influencias, como la del propio hermano de Hergé, un militar propenso a descargar improperios en cadena, o algunas anécdotas vitales del otro gran colaborador del dibujante, Bob de Moor. Pero el carácter, los gestos, la bondad gruñona, la exaltación casi operística, son de Jacobs.

 

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