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Opinión

29 de Julio de 2013

Toco penco pasando

“Niños extremistas”, el debut literario de Gonzalo Ortiz Peña, es una sátira cómica, enérgica y veloz a muchas cosas, entre ellas: la novela de la resistencia, el cine documental, la provincia profunda, el orden y el progreso, la juventud, la izquierda y la derecha, la poesía, el trabajo y la violencia. Toma su inspiración antes […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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“Niños extremistas”, el debut literario de Gonzalo Ortiz Peña, es una sátira cómica, enérgica y veloz a muchas cosas, entre ellas: la novela de la resistencia, el cine documental, la provincia profunda, el orden y el progreso, la juventud, la izquierda y la derecha, la poesía, el trabajo y la violencia. Toma su inspiración antes del cine que la narrativa, y Tarantino (y también Peckinpah) aquí es una referencia ineludible, con quien comparte el gusto por la violencia estilizada, hiperreal, promiscua en efectos y siempre saturada al punto de llevar al espectador a la indiferencia, o bien incluso al placer, más total. La novela todavía no arranca y Ángelo, el extremista, junto al narrador principal, ya están volando una torre de electricidad.

Ángelo, Jim y el narrador, los personajes centrales de “Niños extremistas” son todos pencones, por origen o adopción, que se conocieron de adolescentes en el Liceo Pencopolitano. Tras trifulcas varias, incluida una batalla campal tras un partido de básquetbol, el grupo de amigos se desbanda y se reencuentra seis años después en Penco a propósito de un proyecto documental del narrador. La llegada a la tierra, digamos natal, del narrador, un escaso par de páginas, es sin duda lo mejor del libro. Escritas con seguridad y sutileza y gran sentido de la economía, en esas páginas y unas cuantas más que las siguen, Ortiz da cuenta con enorme elocuencia y sin dramatismos de Penco. Sobre el progreso, anota: “Salí a las calles de mi barrio… y noté un curioso contraste: la clínica dental de mi esquina seguía en pie, modernizada, con rejas nuevas y segundo piso, mientras…el almacén trataba a duras penas de subsistir”. Dientes nuevos con frenillos (las rejas) contra dientes decrépitos y cansados (el almacén). Sobre sus compañeros de curso: “Y venían como saliendo del mar, asomando sus rostros para trepar una y otra vez, al tronco que había botado la ola en las arenas blancas”.

Ese tronco no es enteramente metafórico: es un residuo extraviado de la forestal Bío Bío. Ironiza sobre la ciudad y la fama de Ángelo: “Su fama corría por los cuatro puntos cardinales de la ciudad”, que en una ciudad pequeña como Penco, no están tan separados el uno del otro. Hay también abstracciones: “Observamos la comuna en silencio”. Nadie, por cierto, “mira una comuna”, pero en el embudo visual y narrativo de las primeras páginas de “Niños extremistas” la imagen es perfecta.

Lamentablemente, Ortiz abandona casi por completo esta forma de narrar para concentrarse en los tres personajes que, además de Penco y Concepción, son la novela. Uno de ellos es el poeta Apablaza, rebautizado Jim –por Jim Morrison, si existía alguna duda-, el más verborreico del grupo. Portador de una ideología destructiva, su plan, aunque mal dibujado, es acabar con todo o acabar con sí mismo. Su protagonismo es excesivo; su juventud nihilista revolucionaria aventurera, típica de la burguesía. Ángelo, el extremista, ex miembro del FPMR, es taciturno y simpático. Se descolgó del Frente porque su proyecto no era la emancipación hacia un mundo nuevo, sino a un mundo tan totalitario como la dictadura, explica. Desde que comienzan a reunirse estos tres amigos la novela casi abandona del todo la observación social, el timbre tranquilo aunque insatisfecho de las primeras páginas y se convierte en una parodia de una novela política y una novela de aventuras. Roban un banco, asesinan a un prefecto de la PDI, vuelan por los aires autos policiales, hay persecuciones, borracheras en una cantina, etc. Hasta tiene un final hollywoodense, con balazos, adioses tristes y desprendimiento heroico.
Nada de esto debe ocultar que “Niños extremistas” es un sólido debut literario, con un cáustico sentido del humor, pero con algunos traspiés –como el segundo capítulo- corregibles. Hay que tener ojo con Ortiz Peña.


Niños extremistas
Gonzalo Ortiz Peña
Sangría Editora, 2013, 143 páginas

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