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Nacional

20 de Agosto de 2013

El último pescador de Puerto Cisnes

Lucho Antiñanco abandonó la escuela para ser pescador. Conoció la época de oro de la merluza y vivió largas temporadas en Puerto Gala, el pueblo sin ley donde los pescadores hicieron millones en la década del 80. De ese esplendor hoy no queda nada. Puerto Cisnes vive de los trabajos que dan las salmoneras y Lucho Antiñanco se transformó en el último pescador del lugar.

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En Puerto Cisnes todos conocen a Lucho Antiñanco como Lucho “Ñeque”. Le pusieron así, porque regresó del servicio militar con los músculos marcados, creyéndose el más fuerte del pueblo. El apodo, con el tiempo, ha incluido otras acepciones gracias a la pesca, donde Lucho demuestra toda su destreza sacando los pesados espineles con los que se captura la merluza. “Hay que tener brazos pa’ sacarla del fondo del mar. Tírese una línea de 200 metros, a ver si al día siguiente puede mover la mano”, dice, mientras le pega una calada a un cigarro que afirma con destreza en sus labios.

Lucho Antiñanco está parado en la popa del “Viagra”, un bote de madera de ciprés que mandó a construir hace cinco años. Son las seis de la tarde y en Puerto Cisnes ya oscureció. Según se comenta en el pueblo, hoy es el último día de agua calma, antes que se desate el temporal. Por eso Antiñanco ha zarpado. Ahora navega por el canal Puyuhuapi, un brazo de mar que serpentea por decenas de islas, en busca de cardúmenes de pejerreyes – la carnada perfecta para la pesca de la merluza- acompañado de su hijo Luchito, de 13 años, que al igual que su padre conoce casi todos los lugares que rodean el canal.

-Esa que está ahí es la Isla Magdalena, la más grande de acá, y la que está más lejos es Isla Tortuga –dice, mientras prende las luces de navegación que están en la proa.

Lucho Antiñanco tiene 34 años, aunque aparenta varios más. En la proa de su bote, mientras fuma, revela una curiosidad: conoce más rutas marinas que caminos terrestres. De hecho, sabe navegar, pero no manejar autos. Operar un bote por esta zona no es fácil. En medio de la oscuridad, como silenciosos espectros, emergen las siluetas de decenas de planteles salmoneros abandonados. Algunos focos encendidos alumbran a la distancia los últimos centros que aún sobreviven a la crisis del virus ISA desatada a fines de 2008. Son pocos los que quedan, el resto son esqueletos de metal. “Muertos de cemento”, les llaman en Cisnes a las enormes plataformas de miles de toneladas que las empresas lanzaron al fondo del mar para anclar los criaderos. Si hiciéramos un escáner submarino, dice Antiñanco, encontraríamos todos los desperdicios que las salmoneras tiran al agua: basura química, enormes trozos de latas, pedazos de jaulas, pilares de cemento, y hasta carretillas de mano.
Para Antiñanco no es un privilegio ser el último pescador artesanal de Puerto Cisnes. Culpa de esta situación a las salmoneras y a los pescadores industriales, que acabaron con la millonaria bonanza de la merluza que trajo a cientos de pescadores de diversas partes de Chile a colonizar estos parajes inhóspitos. Pero como ya nadie compra el pescado –dice Antiñanco- los pescadores se fueron a trabajar a los centros de crianza de salmones, y cada año les venden a los industriales la cuota de extracción que a cada uno le corresponde.

A seis kilómetros de Puerto Cisnes, Antiñanco detiene el bote. Luchito se acerca a su padre y ambos desenredan una red de 90 kilos y 80 metros de longitud. Luego apaga todas las luces de la embarcación, se acerca a la costa de Isla Tortuga y comienza a buscar cardúmenes de pejerreyes que a esta hora se acercan a la ribera para dormir. Encontrarlos tiene su técnica. Se necesita hacer el menor ruido con el motor y cada cierto rato alumbrar el agua con una linterna. Si los pescados saltan es porque se ha encontrado un buen lugar. Como si esto fuese su pasatiempo diario, Luchito agarra una punta de la red, se sumerge hasta el pecho, y camina hacia la costa arrastrando la pesada malla. Cuando se pierde en la oscuridad, su padre enciende el motor y se aleja mar adentro haciendo una media luna, rodeando al cardumen. Luego Antiñanca se baja del bote y, junto a su hijo, comienzan a tirar la red hacia ellos.

Llenan dos de las cuatro cajas que han llevado para apilar el pescado.

BOOM DE LA MERLUZA
Lucho Antiñanco tenía seis años cuando se subió por primera vez a un bote. Debutó en el mar en la época de oro de la merluza, a mediados de la década del 80. Abandonó la escuela en quinto básico para escalar rápidamente en la pirámide del oficio: limpió pescado, consiguió carnada, fue remo de un bote, hasta que se convirtió en pescador.

-No me gustó la escuela. Yo estaba enfocado en la pesca y no en el estudio –explica.

Antiñanco relata las historias del boom de la merluza como quien cuenta una película de vaqueros. Siendo apenas un adolescente, le tocó vivir en Puerto Gala, una especie de far west marino, rodeada por cuatro islas desocupadas que los pescadores colonizaron, en las intersecciones de los canales Yacaf y Moraleda. Allí, alejados del mundo, hicieron patria pescadores, aventureros y ex presidiarios. Había pescado para todos.
-En Gala sí que se hacía plata. Ganábamos como 700 lucas por viaje. Era como entrar a la Vega Central, pero en el mar. Todos los botes ofreciendo sus pescados. Las empresas procesadoras llegaban con las tremendas maletas con plata para mandar la merluza a España –recuerda.

La plata trajo bonanza y con ella llegaron los problemas propios de la abundancia. En Puerto Gala no había policías ni servicios. Hasta allí llegaban todos los días cientos de pescadores atraídos por la fiebre de la merluza. Sólo de Puerto Cisnes salían todas las semanas flotas de hasta setenta botes. La más grande que llegaba al lugar -cuenta Antiñanco- era la que venía de Puerto Montt, donde también se embarcaban muchos ex presidiarios en busca de nuevas oportunidades de reinserción laboral. A veces, durante los días de pago, estallaba la guerra: “Los pescadores se curaban, se peleaban y mataban entre ellos. De repente aparecía uno flotando en el mar”, recuerda Antiñanco.

Los muertos de Puerto Gala no son los únicos que Lucho Antiñanco ha visto en su vida. Su hermano Fidel, el primer pescador de la familia, falleció junto a su compañero de bote cuando tenía 30 años, en una zona conocida como Grupo Lobos, en Punta Arenas, donde se juntan los canales con el océano. Allí lo pilló un temporal que nunca devolvió su cuerpo. Lucho reflexiona con rabia sobre la muerte de su hermano: “La gente que muere en los temporales es de hueona no más”, asevera. “Donde murió mi hermano, después murieron seis pescadores más. Ir allá es como ir a buscar a la muerte. Ellos tampoco se pillaron, es mejor dejarlos como están, recordarlos como fueron”, agrega.

Pero a veces en el mar, incluso siendo precavido, se encuentra la tragedia. Al propio Antiñanco le pasó una vez, cuando una falla en el motor los dejó al medio del Golfo Ciruelillo en pleno temporal. “Mi socio lloraba, pensaba que iba a morir. Tuvimos que remar con una tabla durante seis horas y quedamos varados en la isla San Andrés. Una lancha nos encontró. Qué alegría más grande fue esa. Tiritábamos como perro”, recuerda.

La técnica para capear un temporal –dice- es arrimarse a las islas, donde el viento no pegue, y esperar a que pase la tormenta o a que te rescaten. Cerca de Puerto Cisnes hay varios lugares donde aguantar. Isla Tortuga es uno de ellos, el mismo lugar donde Luchito se ha bajado del bote para hacer el segundo lance, mientras su padre repite la maniobra para encerrar a los pejerreyes. La pesca esta vez no es abundante, ni media caja se llena. Después de una hora de viaje sólo han sacado la mitad de la carnada que necesitan y ya es hora de volver. Confían en llenar la caja y media que le falta en un roquerío que hay al lado de Puerto Cisnes.
-Acá mismo una vez llenamos 30 cajas, en un puro lance, y ahora no hay nada –comenta Luchito, mientras se vuelve a sentar bajo el techo del bote.

EL ÚLTIMO PESCADOR
En Puerto Cisnes ya no queda nada del auge de la pesca. Lucho Antiñanco ha llegado a la conclusión que el 2002 fue el año en que el boom dio paso a la crisis. Lo primero que murió -dice- fue la demanda extranjera por la merluza. Las empresas que antes aparecían con maletas con billetes dejaron de comprar pescado, y embarcarse a Puerto Gala –que ya no es el far west que era antes- ya no resultó ser un negocio tan lucrativo. La poca demanda y el alto costo del combustible dejaron a varios pescadores en tierra. La pesca industrial indiscriminada también mermó la cantidad de pescado y el establecimiento de cuotas de extracción desincentivó a los que aún seguían embarcándose. Antiñanco recuerda que los botes que antes zarpaban en caravana, poco a poco desaparecieron del mar, quedando varados afuera de las casas, como adornos. Pero Antiñanco no se resignó y decidió partir solo.

Los pescadores que se quedaron en tierra, hoy venden las cuotas anuales que tienen asignadas. Como la pesca se ha convertido en una actividad económicamente riesgosa -a veces se sale y se vuelve sin nada- los pescadores han optado por vender a los industriales los kilos asignados, una especie de transacción en verde que aumenta el cupo de los industriales por medio de la cuota de los artesanales. El dinero que reciben -obviamente una cantidad menor a la que recibirían si extrajeran los pescados- es un ingreso extra que se suma a lo que ganan trabajando como obreros, cuidadores de jaulas, o prestando servicios a las empresas exportadoras de la industria del salmón.

En Puerto Cisnes la crisis de la merluza ha sido sorteada con el resurgir de las salmoneras. Aunque la cesantía ha disminuido, en el pueblo la crianza de estos peces causa desconfianza y la gente tiene miedo que el lugar se convierta en un nuevo Quellón, el pueblo símbolo de la debacle que generó el virus ISA en el 2008. Allí los trabajadores quedaron prácticamente en la calle cuando las salmoneras abandonaron el puerto de la noche a la mañana, dejando al 60% de la fuerza laboral cesante y el medioambiente contaminado.

En plena crisis de la merluza, Puerto Cisnes ha visto como la pesca, que en su tiempo era la actividad principal del pueblo, ha quedado relegada al trabajo que realiza un solo bote, el de Antiñanco. De los casi más de 400 mil kilos anuales de merluza que tienen asignados los actuales sindicatos del Puerto, sólo 3.500 le corresponden a él, que además ha visto disminuir su cuota asignada en casi dos mil kilos en los últimos cinco años. La merluza que saca hoy no llega al mercado español. Con suerte surte a Puerto Cisnes y a veces sus pescados llegan hasta Coyhaique, donde semanalmente le hacen pedidos.

Las salidas no siempre rinden frutos. Hay veces en que se vienen con el pescado que casi rebasa el bote, y otras donde apenas sacan unas decenas de merluzas. Desde que estalló la crisis, Antiñanco ya no sale con su ex socio pescador, porque si lo lleva tiene que repartirse el dinero, lo que vuelve menos rentable la faena. Para maximizar las utilidades, su hijo Luchito es quien lo acompaña en las mismas tareas que hace él: sabe remar, manejar un motor, levantar espineles y pescar carnada. “Para él esto es una experiencia más, sabiduría para la vida, pero me gustaría que estudiara, porque esta huevá de la pesca no se la doy a nadie”, dice Antiñanco, que luego relata cómo se lo imagina en el futuro: “hay un cabro por acá que trabajó en la pesca con su viejo, y la dejó para irse a la universidad. Creo que ahora es ingeniero el gallo, y gana millones con su pura firma. Ojalá Luchito estudie”.

Luchito se tira al agua por tercera vez. Es la última oportunidad que él y su padre tienen para llenar las cajas de carnadas que le faltan. Recogen la red frente a la costanera del pueblo y agarran un cardumen numeroso. Tan grande, que si hubieran empezado por lanzar la malla en este lugar no habría sido necesario navegar por el canal. Lucho llena la caja y media que le faltaba y suelta casi 20 cajas de pejerreyes al mar. Dice que sería una maldad sacarlos, porque no necesita tantos para hacer carnada y en Puerto Cisnes tampoco hay tanta demanda. Dejarlos vivir, al menos, le asegura pescado en el futuro.

La faena duró tres horas. Puerto Cisnes está más oscuro que cuando salimos. El temporal –dice Antiñanco- seguramente no le permitirá embarcarse el fin de semana a Puerto Gala. Antes de volver a la casa, cierra con llave el cuarto del bote y deja el pescado bajo unas tablas. No tiene apuro en sacarlo. Mañana, con calma, dice, preparará la carnada y cocinará algunos pejerreyes. Esta vez Luchito no podrá acompañarlo. Mañana sale de vacaciones de invierno y tiene una convivencia.

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