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Poder

15 de Septiembre de 2013

Los empleados de Rolls Royce que desafiaron a Pinochet

Bob Fulton, junto a otros dos empleados de la Rolls Royce en Escocia, se negaron a arreglar los motores de los Hawker Hunter que llegaron a su taller. Alegaron que en Chile se había perpretado un golpe militar y se habían utilizado estos aviones para bombardear La Moneda. Desde allí, comenzó un duro proceso de negociación con la empresa para no tocarle un pelo a los motores de esos aviones, que volverían a Chile en 1975.

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Vía BBC Mundo

Bob Fulton tiene 90 años y contesta la llamada de BBC Mundo con la ayuda de su yerno. Es la primera vez que se contacta con Chile, el país por el que cuatro décadas atrás arriesgó su puesto en la planta de Rolls Royce en la pequeña ciudad escocesa de East Kilbride.

Fulton se enteró en la iglesia y por su sindicato del golpe militar chileno

Sabía que los Hawker Hunter, los cazabombarderos británicos que Chile había adquirido en 1967, habían sido utilizados en el bombardeo a La Moneda en 1973.

Con esos datos, y argumentando motivos morales y religiosos, cuando Fulton vio sobre su mesa el motor de uno de los Hawker Hunter chilenos que llegaba a mantenimiento, abandonó su puesto de trabajo.

“Cuando vi el motor pensé dos cosas”, recuerda Fulton en conversación con BBC Mundo. “Una fue que en Chile habían pasado cosas terribles y, la otra, que trabajadores como yo, seres humanos como yo, estaban siendo exterminados, si esa es la palabra. Eso me impulsó”.

Fulton informó al sindicato. Dos trabajadores, Robert Somerville y John Keenan, buscaron los demás motores. El sindicato decidió emular el ejemplo de Fulton y comenzó una compleja negociación con la compañía.

Desde Escocia, Somerville recuerda que Rolls Royce reaccionó en shock.

“Todo empezó cuando Fulton se negó a trabajar en los motores y nosotros lo apoyamos. El suyo era un acto moral y el nuestro era político”, le cuenta Somerville a BBC Mundo.

“Para la Rolls Royce era complejo, pero la empresa calculó que no podía desafiar nuestra decisión, porque eran proveedores de la Fuerza Aérea Británica y no podían arriesgarse a un paro. Así que acordamos que los motores chilenos quedarían a un lado y se continuaría con los demás trabajos”.

Los motores desaparecen

¿Qué pasó con los motores después de 1975? La historia no es clara y los recuerdos de los trabajadores no coinciden, pero el documentalista belga-chileno Felipe Bustos intenta reconstruirla en un documental recién estrenado en Escocia, “Nae pasaran”.

Bombarceo a La Moneda en 1973Los trabajadores tenían noticias de lo que ocurría en Chile por la vía de la iglesia y el sindicato.

“Ellos contaron ocho motores en la planta. Cuatro se fueron a Chile en 1975, Rolls Royce los alcanzó a sacar de forma oficial. Pero otros cuatro se quedaron ahí”.

Según Robert Somerville, los trabajadores recibieron el apoyo de los demás sindicatos y algunos políticos locales, pero a medida que el tiempo empezó a pasar, la presión por resolver el destino de los motores aumentó.

“Entonces decidimos ensamblarlos y dejarlos en un patio, para que todos pudieran verlos y nosotros supiéramos donde estaban. Y como un símbolo de lo que pasaba en Chile también”, cuenta el dirigente.

Tres años más tarde, el caso había llegado a la justicia británica, que determinó que los motores tenían que ser devueltos a sus dueños, la aviación chilena.

“Nos negamos. Pero pasaron varios meses y un fin de semana, a fines de agosto, después de un partido de fútbol, los motores desaparecieron. Por gente de seguridad supimos que los habían sacado muy temprano. Nunca supimos que pasó con ellos”, dice Somerville.

Bustos asegura que en octubre de 1978, tres meses después de que desaparecieran de East Kilbride, la Fuerza Aérea chilena reportó que las piezas ya estaban en su poder. Los Hawker Hunter fueron dados de baja en 1995.

“Ellos están seguros de que los motores se habían dañado tras el tiempo a la intemperie, y que no había tenido sentido transportarlos a Chile, que los habían lanzado al mar”, dice el documentalista.

“Creo que pensaban que yo descubriría que los motores estaban en el fondo del Atlántico, y fue un poco duro para ellos cuando supieron la verdad”.

“Pero tuvieron un fin para su historia, eso fue importante. Por primera vez pudieron contar su historia y además descubrieron a una comunidad más joven que les agradece mucho lo que hicieron”, añade.

Nuevas generaciones

Tras la protesta de los motores, Robert Somerville creó un lazo particular con la nación suramericana.

Siguió trabajando en el Comité de Solidaridad con Chile, que en los años siguientes, y gracias a las negociaciones con el Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, contribuyó a que el Reino Unido aceptara a tres mil refugiados chilenos.

Cinco familias chilenas llegaron a East Kilbride y la nieta de una de ellas hoy juega para la selección femenina de fútbol escocés, cuenta Somerville con orgullo.

“Las imágenes de los Hawker Hunter sobre el palacio presidencial eran horrorosas, especialmente para nosotros, que reconocimos los aviones. Parecía irreal que eso hubiera pasado. Especialmente cuando tú sabes que has trabajado en esos motores, que son motores hechos para la guerra y ves dónde terminaron”, dice Somerville.

A sus 77 años, Somerville reflexiona sobre el valor de un gesto que para una gran mayoría, paso casi desapercibido.

“El bloqueo de los motores le mostró a nuestra comunidad lo que había pasado en Chile. Dos familias chilenas se quedaron aquí, y ya hay una tercera generación que agradece lo que hicimos. Haberlos visto crecer aquí ha sido grandioso”.

Manuel Ocampo es uno de los chilenos que llegó a Escocia gracias a las gestiones que realizaron los sindicatos. A nombre de los trabajadores, el parlamentario escocés Jeremy Bray, le ofreció ayuda cuando estaba condenado por la Justicia Militar en la cárcel de Chillán. Ocampo relata que llegó a Escocia en 1977.

“Cuando estaba detenido en la cárcel de Chillan me llegó una carta de un parlamentario escocés quien, en nombre de los sindicatos escoceses que estaban interesados en mi situación, deseaba apadrinarme. Ellos hicieron las gestiones necesarias para conseguir mi libertad y enviarme una visa para emigrar al Reino Unido”, relata.

Además, le dijeron que si una vez llegara al país “sentía que Escocia y su gente eran de mi agrado, ellos me ayudarían a ‘echar raíces’ y así sucedió”, añade.

Para Felipe Bustos, su documental sobre la protesta cumplió dos metas: exponer un pedazo de verdad y devolverle, en cierta forma, el gesto a aquellos trabajadores de Rolls Royce.

“Esto es una forma de agradecerle a gente que no tenía por qué meterse con lo que pasaba en Chile”, dice.

“Ellos no ganaron mucho con lo que hicieron -reflexiona-, pero para la gente que tuvo que salir de Chile con tanto apuro, que tuvo que forjar una identidad en un nuevo paisaje distinto y con un nuevo idioma, y para mi generación, gente que nació como extranjero en su propio país, yo quería dar gracias a todos los que ayudaron a facilitar un poco ese proceso”.

“Todavía creo que ningún ser humano tiene derecho a tomar la vida de otro”, dice Bob Fulton, el obrero que inició la protesta por Chile en la Rolls Royce. Recuerda las guerras que ha visto y vivió, en una carrera que inició haciendo la mantención para los tanques británicos en la segunda guerra mundial.

“Le deseo a los chilenos lo mejor”, dice en la primera entrevista sobre el tema. “Que persigan lo que quieren y lo que quieren que Chile sea. La fuerza no consigue nada. Al final del día, hay negociar, buscar acuerdos. Siempre habrá que volver, tomar lo que queda y empezar de nuevo”.

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