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Opinión

25 de Octubre de 2013

¿Qué estarías haciendo ahora si no estuvieras conectado a Internet?

Vía PijamaSurf Internet se considera uno de los inventos más revolucionarios de las últimas décadas e incluso uno de los que mayor impacto ha generado en la vida cotidiana de la humanidad. En términos culturales se le compara con la imprenta de Gutenberg y en telecomunicaciones es quizá tanto o más trascendente como el teléfono […]

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Vía PijamaSurf

Internet se considera uno de los inventos más revolucionarios de las últimas décadas e incluso uno de los que mayor impacto ha generado en la vida cotidiana de la humanidad. En términos culturales se le compara con la imprenta de Gutenberg y en telecomunicaciones es quizá tanto o más trascendente como el teléfono o la radio. Su presencia es tal que, realizando un ejercicio sencillo e inmediato, podemos intentar imaginar cómo sería nuestra vida sin la Red o, en otro sentido, enumerar todas las cosas que hacemos ahora y que dependen de que estemos conectados, desde el correo electrónico y la necesidad creada de las redes sociales, hasta la música, las películas o los libros a los que tenemos acceso, la manera en que nos informamos, los servicios que ocupamos cotidianamente y un amplio etcétera que se relaciona directamente con nuestros hábitos cotidianos e íntimos.

Sin embargo, como toda transformación colectiva, en este caso también hay un costo. Las sociedades de la era digital son en varios aspectos notablemente distintas a las de épocas anteriores, cuando Internet simplemente no existía.

Recientemente, en el sitio The Atlantic, Simone Foxman reseñó un estudio de Scott Wallsten, investigador del Technology Policy Institute de Washington que analizó todo aquello que un amplio sector de la población estadounidense ha dejado de hacer a cambio de mantenerse siempre en línea y frente a una pantalla.

Wallsten partió de la categoría de “entretenimiento en línea” (“online leisure”) para explorar esa actividad que de algún modo es la negación de la actividad y que por ello mismo es tan elocuente en términos civilizatorios: el ocio. Si las llamadas actividades productivas dicen mucho tanto de una persona como de un grupo social, igualmente significativas son las prácticas comunes asociadas con el tiempo que no se dedica al provecho y la utilidad. En otras épocas y en determinados sectores de la población el ocio estaba ocupado por la lectura (por ejemplo, los libros de caballerías en la Europa de los siglos XVI o XVII) o el cine (sobre todo mediados del siglo XX), pero también los juegos, los viajes (cuando estos se volvieron asequibles al gran público), los museos y la asistencia a exhibiciones artísticas (con el surgimiento de los recintos que admitían audiencias masivas), la contemplación y los estudios religiosos (como en los territorios germánicos del siglo XVIII), la bebida y las cocottes, el hashish, el LSD y, de nuevo, un amplio catálogo en el que cada elemento caracteriza en su condición de actividad ociosa a los individuos y las sociedades que se entregan a esas muchas formas del solaz.

Solo que, según el estudio de Wallsten, ahora ese parece no ser el caso. Por lo menos en Estados Unidos parece ser que el ocio está en vías de caer en la dominación casi absoluta de la vida en línea. Entre 2003 y 2011, por ejemplo, el tiempo que los estadounidenses utilizan su computadora solo por entretenimiento pasó de casi 8 a 13 minutos al día, un crecimiento que se califica de exponencial y que además persiste como tendencia.

El tiempo, como sabemos, funciona como un juego de suma cero: dedicar tiempo a algo significa quitárselo a otra cosa. Irrecuperable, lo llaman los poetas de almanaque, un lugar común que no por común es menos cierto. ¿Qué estamos dejando de hacer por entregarnos, al parecer cada vez con mayor naturalidad, al “entretenimiento en línea”?

De acuerdo con Wallsten estamos dejando de trabajar, de viajar e incluso dejamos de realizar los quehaceres del hogar y aun de dormir. En las estimaciones del investigador, cada minuto dedicado a la navegación ociosa se traduce aproximadamente en 16 segundos restados al trabajo, 7 segundos menos de descanso, 6 segundos menos de viaje, 4 segundos menos a las actividades del hogar y 3 segundos que podríamos emplear en el autodidactismo, proporción que varía dependiendo del segmento de edad que se tome en cuenta —en particular en estadounidenses de entre 15 y 19 años, los segundos quitados a estas actividades aumentan: por ejemplo, entre estos jóvenes, cada minuto dedicado al ocio en línea significa 18 segundos menos en actividades educativas.

Por último el estudio resalta el asunto de la socialización, que curiosamente en nuestra época ha tomado todos los ropajes del simulacro hasta hacernos creer que socializar en Internet es prácticamente igual a socializar fuera de Internet.

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