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Opinión

12 de Noviembre de 2013

“A partir de la UP”

Por Óscar Guillermo Garretón Con Sergio siento compartir un viaje de búsqueda en nuestros últimos 43 años. Por eso no resisto partir con una frase de Tzvetan Todorov citada por Sergio: “La memoria del pasado será estéril si la utilizamos para erigir un muro infranqueable entre el mal y nosotros, si solo nos identificamos con […]

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Por Óscar Guillermo Garretón

Con Sergio siento compartir un viaje de búsqueda en nuestros últimos 43 años. Por eso no resisto partir con una frase de Tzvetan Todorov citada por Sergio:

“La memoria del pasado será estéril si la utilizamos para erigir un muro infranqueable entre el mal y nosotros, si solo nos identificamos con los héroes irreprochables y con las víctimas inocentes, y lanzamos a los agentes del mal fuera de las fronteras de la humanidad (…) Por eso el remedio que buscamos no puede ser simplemente recordar el mal del que nuestro grupo o nuestros antepasados han sido víctimas. Es preciso dar un paso más e interrogarnos sobre las razones por las que el mal apareció.”

La cultura de las sociedades se va conformando con un amasijo de cosas. Entre ellas, según como la propia historia sea asimilada es que pasará a integrar la cultura del futuro.

La tragedia del 1973 más allá de la bestialidad de la dictadura o de la inmensidad ética de la figura de Allende, fue una descomunal derrota política y no entenderlo deja como único legado el protagonismo popular de entonces y la figura ética de Salvador Allende. Si solo nutrimos con eso la cultura del futuro, estamos omitiendo el hecho fundacional de lo que ocurrió. Es la derrota política fraguada previo al golpe, la que lo viabilizó.

El libro de Sergio Muñoz tiene un hilo conductor que lo cruza de principio a fin: la historia política de Chile de los últimos 45 años.

Una cosa es intentar identificar culpables o héroes y otra, mostrar la forma viva en que el actuar de todos va configurando la realidad. Para el futuro, lo principal no es identificar culpables, sino interpretar como la acción de todos y de cada uno fue tallando la realidad: más o menos culpables por distintas que sean las culpas, unos víctimas y otros victimarios, protagonistas y ausentistas. Ese es el desafío histórico mayor para quienes interesa la política como actividad esencial de una sociedad dinámica y exitosa.

Una cosa es denunciar los crímenes de la dictadura o describir su política económica y otra es mostrarnos, como hace Sergio, la coherencia insoslayable de dictadura, represión, nueva economía, nuevo estado y sentido fundacional, todos imbricados, todos nutriéndose unos de otros.

Una cosa es reconocer que fue una democratización pactada la del 89 y otra entender eso como una traición y no como una necesidad histórica ineludible. Una cosa es homenajear a los que lucharon, pero otra es reconocer cuales acertaron en el camino para terminar con la dictadura y cuales se equivocaron sembrando toda la secuela de sangre y dolor que significa equivocarse luchando contra una dictadura. Una cosa es denunciar las deficiencias de lo hecho los últimos 20 años y otra es develar que nada de lo que marca hoy la política podría haber existido sin esos 20 años.

Las patrias tienen peldaños. Cada uno que se alcanza solo se explica por los anteriores peldaños recorridos. Ni en la caverna originaria la realidad partió de cero. Hay una egolatría ciega en quienes creen que la historia parte con ellos y este libro es un antídoto a eso. Obliga a meditar en lo ocurrido, interpela a todos sus actores, entrega material para que la historia del mañana salga mejor.

Porque nada garantiza que los logros de ayer sean patrimonio seguro del futuro, hay que explorar nuestros éxitos, pero también nuestros errores y fracasos.

Sergio parte hablándonos de “la religión revolucionaria” que existía en Chile y América Latina en ese tiempo. La convicción extendida de que la realidad era insoportablemente injusta y la fe en que el fin del capitalismo era el camino mágico para superarla.

No es arbitrario afirmarlo. Si me atengo a Chile yo mismo me sorprendí hace un año atrás cuando buscaba estadísticas históricas y me encontré que los 10 años antes de la UP el PIB había crecido un 48% y el per cápita en más de un 21%. No era el marasmo social la clave donde buscar las razones de una radicalización nacional y continental. Era un entorno donde las ruedas de la historia rodaban hacia la revolución: fin de los imperios coloniales, Vietnam desafiando a EEUU, Mayo del 68 en París y Praga, reforma agraria respaldada por Kennedy, revolución cultural de Mao, Concilio Vaticano II y teología de la liberación, la joven Revolución Cubana, el Che en Bolivia, difusión del marxismo, etc.

También el país giraba a izquierda. La derecha se desmoronaba. La DC se inclinaba hacia la “vía no capitalista de desarrollo”. La izquierda radicalizaba posiciones, llevada por el torrente internacional dominante en el mundo y América Latina.

El libro es elocuente para mostrar esa sobre ideologización cegadora.

Mis referencias al Programa de la UP que contribuí a redactar y que reproduce Sergio, reflejan con sinceridad mi conclusión idéntica reiterada desde hace años.

Lo digo porque si bien había demandas de justicia social en la sociedad chilena, la respuesta mágica de la revolución socialista nos habla más de una izquierda con una ideología autosuficiente para responderlo todo con una consigna pero, como bien dice Sergio, con una ausencia asombrosa de estrategia para medir correlaciones de fuerzas, priorizar tareas, considerar la realidad internacional de América Latina y las sensibilidades de EEUU y la URSS luego de la Revolución Cubana, convocar fuerzas mas allá de si misma para abordar una o más tareas. La fe en que la historia la hacen los pueblos y eran invencibles, reemplazaba la consideración a la realidad, quizás por culpa de ese supuesto infundado y eufórico de que yo soy “el” pueblo, aunque tenga una minoría de votos. “El pueblo soy yo” es el émulo mesiánico de “el estado soy yo” de Luis XIV y fuente de los mayores errores y monstruosidades históricas de la izquierda. (El miércoles leía en la prensa declaraciones de Roxana Miranda declarando a la suya como la “candidatura del pueblo” aunque en las encuestas bordea el 1% de apoyo.).

Dicho esto, debo confesar que me afecta recorrer el camino del libro. Me duele la UP. Hubo que esperar hasta 2011 para que en Chile se viviera, aunque sea en un grado menor, el sentimiento de protagonismo popular de millones que al fin se sentían sujetos de la historia. Era impresionante. Las marchas de un millón de personas hasta poco antes del golpe, el 44% que vota el 73 por la UP a pesar de todo. Quizás las imágenes de ese protagonismo provocó en esa ciudadanía movilizada de hoy, una empatía con aquellos tiempos, con Allende.

Si algo queda de la UP, maquillando su derrota política, es esa pasión del protagonismo popular y la inmensidad ética de Allende muriendo en La Moneda. Me emociona esa sintonía con algo que ha sido tan esencial en mi vida. Pero, por lo dicho, no me gustaría que esa imagen fuera la sola herencia del tiempo de la UP.

Desnudar la historia como hace Sergio Muñoz, es una contribución al futuro. A fin de cuentas, sabíamos que un cambio tan revolucionario y masivo, en todos los frentes, provocaría una resistencia tenaz. El problema es que sabiéndolo, no pudimos vencerla. Si fuimos derrotados es porque algo hicimos mal y la magnitud de los errores solo puede medirse a la luz de la magnitud de las consecuencias.

Tiene costos intentar desentrañar la historia en vez de contentarse con el himno épico. Pero es ahora que tiene sentido hacerlo, cuando los oídos y mentes de una nación se han abierto cono nunca antes en 40 años para saber de lo ocurrido.

Tratar de hacer transparente lo que ocurrió, ajeno a la tentación de arrastrar agua al propio molino, es una obra cultural de futuro. Es educar, no arengar.

Los peldaños de la historia no son dispersables. La UP no comienza el 4 de Noviembre de 1970 y los que la aplastaron en 1973 tampoco. Allende es inseparable de la historia previa de Chile y Pinochet no se entiende sin Allende, así como el proceso social y político de recuperación democrática posterior y también lo que viene. Los embarazos de la historia, tienen gestación lenta.

****

De los tiempos de la dictadura destaco en el libro dos tesis.

La dictadura fue un todo coherente. No fue solo barbarie. La locura asesina inicial, propia de quienes se sentían inseguros de su poder, se transformó progresivamente en una violencia fría, sistemática, ejercida sobre todo lo que podía amenazarla, aunque no fuera sino en sus fantasías. Fue el aniquilamiento de los contrarios, el disciplinamiento al golpismo y la subordinación a Pinochet que no era evidente en los primeros tiempos.

Pero la coherencia no era solo en la represión. Como señala Sergio, no es separable la represión, de su propósito de destruir lo existente y construir un nuevo estado y una nueva economía, inspirado por ideólogos civiles como Jaime Guzmán en lo político y los Chicago Boys en economía. Es cierto que algunos pueden haber estado en la economía sin mezclarse directamente en las labores de la Dina, pero la violencia era condición para remodelar Chile. Dictadura, represión, nueva institucionalidad y nueva economía fueron caras distintas pero indispensables para un único proyecto fundacional.

Sin embargo, ese mismo todo coherente, por duradero que resultara como casi todas las experiencias autoritarias, lo hacía inviable en el largo plazo. Y este es un segundo rasgo trascendente de la dictadura. En el mundo de fines del siglo XX ya no era viable la represión como sustento permanente de un gobierno; y pretender construir una economía abierta al mundo es imposible si el mundo no te acepta. Lo expresaré en dos imágenes. Cuando Aylwin aun no asumía hizo una gira al exterior: en dos semanas fue recibido por más jefes de estado que Pinochet en 17 años. Puede ser la dictadura quien originó la apertura económica al mundo; otros también lo habrían hecho como condición de vida en un mundo globalizado. Pero solo la democracia podía lograr esos tratados de libre comercio con mercados de más de 3.000 millones de seres humanos que contenían el 85% del PIB mundial.

En 1983, 7 años antes de la asunción de Aylwin, ya era mayoría en la población el anhelo de cambio democrático, como consigna Sergio (pag 173). El todo coherente de la dictadura comenzaba a hacer agua. Y así como la derrota de la UP fue política y solo como consecuencia armada; la derrota de la dictadura fue también política y por consecuencia – por que en el campo de las armas solo vencen los armados – fue una derrota no violenta, inevitablemente pactada. Los pueblos solo pueden ganar cuando su fuerza político-social deja en evidencia que las cosas no pueden seguir igual; que la violencia pierde fuerza frente a los desarmados y deben resignarse al cambio. Por eso es habitual que en regímenes autoritarios el cambio es pactado, gradual, no por aniquilamiento del adversario, no por goleada. Así ocurrió en toda AL al agotarse las dictaduras de seguridad nacional, por citar solo realidades cercanas. Lo importante en el caso de Chile es que hubo una conducción política lúcida que lo entendió, desechó el camino de las armas y apostó a algo que hoy parece normal o banal, pero entonces era discutible y riesgoso: la lucha social, las alianzas políticas, el voto ciudadano, el acatamiento de las FFAA de la derrota política de la dictadura como se vivió en la dramática noche del plebiscito.

Hoy en algunos puede sonar claudicante una salida pactada que no intentó destruir la dictadura piedra sobre piedra. Algunos lo intentaron y fracasaron rotundamente. Pinochet y las FFAA no fueron derrotados militarmente y no estaban dispuestos a ser tratados como si lo hubieran sido. Intentar su aniquilamiento nos tendría probablemente aun hoy esperándolo y con una carga mayor de represión y muerte. La vida demostró que era el único camino y fuimos estos “claudicantes” los que debimos luego como gobernantes sacar de las cárceles a los restos del naufragio de las opciones armadas que agregaron derrota a los dolores que provocaba por sin necesidad de excusa la represión de la dictadura.

Luego viene una historia más cercana y por ende más conocida. Pero no por eso menos necesaria de analizar. Los porqué del gradualismo; las razones de los cambios en el modelo económico que se expresaron en vastas y profundas políticas sociales impensables bajo dictadura, pero sin destruir la lógica de una economía de mercado abierta al mundo; la opción en los primeros años por combatir la pobreza más que la desigualdad; los cambios sucesivos a la constitución y la defensa irrestricta de esa institucionalidad que nos permitía gobernar pero cuyo acatamiento dificultaba cambios institucionales y sociales que hoy suenan evidentes y posibles.

Definir ese cambio impresionante de Chile, admirado internacionalmente, como un cambio pusilánime, es no entender mucho y, perdóneme que lo diga en primera persona del singular. Los invito a que miren y se miren. Los que fuimos clandestinos en Chile aun a sabiendas que si nos atrapaban nos mataban no sin previas torturas, los que estuvimos en las cárceles de la dictadura, a los que no nos intimidó una represión que era algo más que un guanaco o una lacrimógena o una comisaría fugaz para volver por la noche al calor de la cama en tu hogar, los que arriesgamos vida y libertad por la libertad de todos, los que fuimos capaces de enfrentarnos con nosotros mismos para saber en que nos habíamos equivocado para ahora vencer, los que estuvimos dispuestos a construir un país mejor para todos incluidos los que nos persiguieron sin escrúpulo y que quizás habrían saludo con euforia la noticia de nuestra muerte, calzamos poco con el perfil de una manga de pusilánimes.

Estoy orgulloso de lo que hicimos. Pertenezco a la más joven generación que alcanzó a gobernar con Allende y lo tengo en mi corazón. Pero esa misma generación tuvo una segunda oportunidad que casi nunca la historia otorga a quienes han sufrido una derrota de esa magnitud. En esos 20 años lo hicimos mejor, revolucionamos más y de manera más permanente la realidad de Chile que en los tres años de la UP.

Obviamente todo eso no es sino el peldaño desde el cual avanzarán los que ahora deben gobernar. Es una buena noticia para toda generación que no existen los paraísos terrenales ni las sociedades comunistas finales. Siempre habrá cuestiones nuevas por las cuales luchar e injusticias contra las cuales luchar. Pero les toca a otros comenzar la tarea de la que deberán rendir cuentas a otras generaciones.

Cuando siento bien terminada la tarea que a mi generación tocó en medio de conmociones monumentales vividas por la humanidad y por Chile, no me atrae la idea de seguir a cargo. Prefiero esta más amable tarea de intentar legar a la cultura que modelará el Chile de mañana, de leer, escribir y comentar libros de amigos como Sergio; y de seguir el actuar de los que gobiernan sea para ayudar si lo piden o para juzgarlos, como todo ciudadano hace con sus gobernantes.

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