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Opinión

27 de Diciembre de 2013

Editorial: Allamand

Meses atrás, antes de sumirse en la depresión, antes de que Golborne cayera en desgracia (o lo hicieran caer) y él se convirtiera en el candidato presidencial de la derecha, mientras esperábamos un ascensor, le comenté a Longueira que no debía ser fácil entenderse con Allamand, y me contestó “te equivocas, es lo más fácil […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Meses atrás, antes de sumirse en la depresión, antes de que Golborne cayera en desgracia (o lo hicieran caer) y él se convirtiera en el candidato presidencial de la derecha, mientras esperábamos un ascensor, le comenté a Longueira que no debía ser fácil entenderse con Allamand, y me contestó “te equivocas, es lo más fácil que hay entenderse con Allamand: todo lo que dice que es, no es”. Dudo que Longueira tuviera en mente contradecir a Parménides.

Lo suyo fue siempre el trabajo de campo y no la filosofía. Su conclusión provenía de la experiencia. Los conflictos que tuvieron durante la Transición fueron muchos, pero quizás la mariconada más rimbombante que Allamand le hizo a Longueira –un duro que cree en la palabra-, fue cuando el año 2007 diseñaron juntos en el Senado un proyecto laboral que Allamand, adelantando por la berma, presentó como propio y sin mencionarlo. “Si tú estás trabajando en equipo, estás trabajando en conjunto, entonces, lo mínimo es una lealtad. Y bueno, (Allamand) la rompió”, aseguró el coronel de la Udi. Es revelador que los enemigos más enconados de Allamand sean todos de su Alianza.

Sus verdaderos rivales son esos con los que compite directamente. Para las últimas elecciones senatoriales no dudó en sacar del camino a Catalina Parot -la misma que hasta el día antes dejó los pies en la calle trabajando por su candidatura para la primaria presidencial-, con tal de hacerse de un escaño en el Parlamento. Él, que alguna vez denunció el acoso de los “poderes fácticos”, aplastó a su colaboradora con el apoyo de don Carlos Larraín, el factótum. La Parot se habría enterado por la prensa de la movida para hacerla a un lado. Con Piñera tiene desde hace rato una batalla de tipo personal. Una competencia inmisericorde que lo ha llevado siempre a tomar el bando de sus adversarios. Algunos dicen que es envidia pura y dura. En su momento, se cuadró con Lavín en lugar de apoyar a su correlegionario, y siendo su samurái, con una katana afilada en la roca del rencor, ayudó a descabezar a la Udi y RN.

Vio rodar las cabezas de Longueira y Piñera por las laderas del cerro Santa Lucía. Sobran los que sostienen que Allamand solo trabaja para sí mismo. No tiene mayores problemas en cambiar de opinión si su objetivo del momento así lo requiere. Mientras fue pre candidato a la presidencia, defendió a brazo partido la obra de su “amigo Sebastián”, como más de una vez le llamó en público. Pero Allamand tiene algo de niño picota y taimado. No está dispuesto a que Piñera “se la haga” de nuevo. Las últimas críticas desplegadas en su contra –todas ciertas, en mi parecer- están más teñidas por la rabia personal que por el diagnóstico honesto. Mal que mal, fue ministro de su gobierno. Sus acusaciones cuentan con todas las características de una allamanada.

Ahora resulta que él, que nunca movió un dedo por Evelyn Matthei, que representó el peor diagnóstico de lo que pasaba en Chile para las elecciones y que apostó por no llamar dictadura al régimen de Pinochet, se alza como una blanca paloma para culpar de todo a su “amigo Sebastián”. Es claro que comenzó la noche de los cuchillos largos, el desastre de Cancha Rayada, donde ya no hay ejército que valga y todos se matan entre sí.

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