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Opinión

3 de Abril de 2014

Crónicas de la diferencia

No digo nada nuevo cuando digo que Pedro Lemebel es único, un fenómeno. “Uso el término fenómeno en su doble acepción: es un escritor original y un prosista notable y, para sus lectores, es un freak, alguien que llama la atención desde el aspecto y rechaza la normalización ofrecida”, escribe Monsiváis. Su sensibilidad es poderosa […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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No digo nada nuevo cuando digo que Pedro Lemebel es único, un fenómeno. “Uso el término fenómeno en su doble acepción: es un escritor original y un prosista notable y, para sus lectores, es un freak, alguien que llama la atención desde el aspecto y rechaza la normalización ofrecida”, escribe Monsiváis. Su sensibilidad es poderosa y singular. Pedro Lemebel es un fenómeno de la literatura latinoamericana de este tiempo.

Su prosa, así como la de Mellado, la de Lihn, invita la imitación, tal es su poder magnético. Y es así porque son escrituras que logran traer la experiencia a la página y parecer genuinas (y tal vez serlo) cuando cualquier lector más o menos instruido sabe de antemano que no existe algo semejante a la transferencia directa entre la mente y el teclado, que algo se pierde en el trayecto y que algo también se gana. Escribe Monsiváis: “En cada uno de sus textos, Lemebel se arriesga en el filo de la navaja entre el exceso gratuito y la cursilería y la genuina prosa poética y el exceso necesario”. El exceso ocupa un lugar central en la construcción del estilo: la desmesura sirve para ratificar la diferencia. El barroquismo es la máscara elegida para presentarse ante una sociedad que rechaza los gestos y la experiencia asociados al maquillaje de la “loca”. Detrás de ese exceso y esa acidez crítica lo que hay es rabia e ironía, un cierto tipo de dolor pero también una alegría confiada, adulta a su manera, de saber que lo que uno es, el carácter, es inevitable, pero también de vez en cuando causa de modesta celebración.

Sin embargo, el barroquismo con el paso del tiempo es cada vez más atenuado, como anota Ignacio Echeverría en el prólogo a “Poco hombre”. Esto se puede advertir con facilidad en esta antología. Hay crónicas, como “Loco afán”, donde dice “Digo minoritariamente que un me-ollo o ranura se grafía en su micropolítica constreñida. Estítica por estética, desmontable en su mariconaje striptisero, remontable en su desmariconaje oblicuo, politizante para maricomprenderse”. Conviene agregar que la atenuación del barroco también se da al interior de las crónicas. Lemebel sabe muy bien cuándo ser excesivo y cuando claro, pese a que asevera “Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino útil”. Y las hay otras, como “La política del arte relámpago”, donde el barroquismo está contenido, y la claridad le gana a los remolinos útiles.

Hay un enorme poder en el amaneramiento, en salir del clóset y enfrentarse al mundo desde la diferencia; en enfrentar a los suyos, aislados pero jamás débiles, y rechazar el “determinismo homófobo” (el concepto es de Monsiváis); en seguir pensando diferente metido de lleno en la diferencia. En “Manifiesto”: “Usted cree que pienso con el poto / y que al primer parrillazo de la CNI / Lo iba a soltar todo /No sabe que la hombría/ Nunca la aprendí en los cuarteles / Mi hombría me la enseñó la noche / Detrás de un poste”. Su virilidad es distinta, es objeto de un descubrimiento, pero sobre todo de una decisión. ¿Es la hombría de un “poco hombre” o la de un hombre, a secas?

“Las orquídeas negras de Mariana Callejas”, “El abismo iletrado de unos sonidos”, “Zanjón de la aguada”, “Éramos tantas tontas juntas”, “El beso de Joan Manuel”, “Loco afán”, “La esquina de mi corazón”, etc., buena parte de las mejores crónicas de Lemebel están presentes en “Poco hombre”. Hablar de cada una de estas crónicas exige un espacio distinto a este. Basta decir lo siguiente: Lemebel es uno de los mejores prosistas de este país, uno de sus mejores cronistas, un (mucho o poco) hombre que ha sabido ver los márgenes de la sociedad con un resentimiento feroz y productivo, cuyo desprecio por la oligarquía chilena ha sido rabioso pero también hilarante, jamás hipócrita, casi siempre valiente. Lemebel es mejor escritor, y lo seguirá siendo, que muchos de los autodenominados escritores serios de este país que solían tomarse cortitos de whisky importado en esa casita en el Arrayán, esa oscura casa en los faldeos de un cerro o una cordillera.

FICHA LIBRO:
Poco hombre
Pedro Lemebel
Ediciones UDP, 2013,
280 páginas

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