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Opinión

10 de Abril de 2014

Metáforas de la Educación

Qué hace tanta metáfora ahí en el centro del debate político chileno. Qué hace tanta figura literaria en la boca de unos y de otros. Si miramos la historia veremos cómo la imagen retórica se instala como manto interpretativo de períodos en los cuales coexiste la sensación de que algo grande puede estar pasando o […]

Pablo Paredes
Pablo Paredes
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Qué hace tanta metáfora ahí en el centro del debate político chileno. Qué hace tanta figura literaria en la boca de unos y de otros. Si miramos la historia veremos cómo la imagen retórica se instala como manto interpretativo de períodos en los cuales coexiste la sensación de que algo grande puede estar pasando o algo grande puede pasar.

El debate educacional, al igual que el debate político general chileno, se ha ido plagando de estos acercamientos literarios. Así, como algunos se apuran en declarar “un nuevo ciclo”, otros dicen temer de una “Nueva Pillería”, o la Derecha -sin rigurosidad, pero con clara intencionalidad- hablan de “Transantiago Educacional” o “Transantiago Tributario” o, según la necesidad, Transantiago de lo que sea.

Aparecen las aplanadoras y las retroexcavadoras. Pesadas máquinas de construcción llevan los discursos de un lado y otro, y a través de la prensa se aviva una guerra de figuras literarias que calienta los ánimos a poco tiempo de que se comience a discutir, en detalle, la reforma educacional.

No tengo nada contra las metáforas, al contrario. Sin embargo, el momento actual no se trata sólo del terreno de las abstracciones. Hay aquí políticas concretas, números, indicadores y sobre ese campo político-ideológico es que las metáforas deberían actuar.

El problema es que lo que ha tendido a pasar es que temas importantes que afectan el día a día y el mañana de nuestros estudiantes, se quedan fuera de la discusión y el debate público se centra en las acusaciones cruzadas de “estar caricaturizando”. El problema es, por ejemplo, que poco y nada hablamos de la inexistencia de la educación superior técnico-profesional pública, o de la falta de planificación que hay de la oferta de carreras y programas de estudio, que deja a cientos de jóvenes titulados cada año sin posibilidades de encontrar trabajo.

Es que varios se atreven con la metáfora, pero pocos con el fondo del texto. Pocos dicen de frentón algo que es evidente: El mercado ha sido un fracaso en la autorregulación, en lograr que las carreras que efectivamente tengan una salida profesional y ha sido incapaz de relacionar las necesidades urgentes que cada espacio productivo de nuestro país necesita.
No obstante las tensiones y las diferencias no dejan de aflorar, de encontrar su grieta y hacer erupción (cuesta escaparse de las figuras literarias). Se abre el debate de cuántos recursos públicos recibirán universidades estatales y cuántos las universidades privadas. Se discute de temas que hasta hace poco eran dogma. Y en buena hora porque, justamente estas son las áreas que deben ser revisadas a fondo. No podemos no hablar de la situación de desventaja en la que dejó la dictadura a los planteles estatales, es imposible -e impresentable para la sociedad toda- no discutir respecto a cuál es el trato que el Estado debe dar a la educación superior, técnica y universitaria.

Vamos a los números (que también deben ser leídos). Un 16% de la matrícula la entregan instituciones de educación superior estatales, a las que no se les permite endeudarse por períodos mayores a cuatro años y que no pueden crecer en matrículas más allá del 6% anual y cuyo presupuesto es financiado sólo en 18% por el Estado. Si acordamos que estas cifras demuestran que estamos en crisis, pues lo lógico sería hacer algo distinto a lo que hemos hecho en las últimas décadas y definir claramente que los planteles estatales deben tener un trato preferencial.

Es que además lo que entendemos por “lo público” es también un concepto en disputa, en el que urge instalar figuras literarias pero sobre todo visiones políticas con co-relato constitucional. Es que somos muchos quienes promulgamos que no se puede desconocer que la obligación de las instituciones del Estado es servir al país y responder a los valores republicanos. Considerando además que el evidente problema con las instituciones privadas es que aunque pueden auto imponerse estos valores, con la misma facilidad pueden dejar de cumplirlos, dados sus intereses privados.

Urge retomar la discusión sobre la productividad del país, la relación de esta productividad con la formación universitaria y técnica a nivel regional, el papel que jugarán ahí las instituciones del Estado como punta de lanza y la necesaria política de no solo dar un trato preferencial del Estado a sus instituciones, sino de avanzar a que ellas sean el reflejo de un Estado participativo, regional y un nuevo modelo de desarrollo.

Es importante que temas como estos no se pasen por alto, ni se asuman como naturales al sistema, como ocurrió por décadas con el lucro. En las omisiones del debate público tienden a haber razones ideológicas, más evidentes que nunca en el conflicto educacional. Se ve claro en la incomodidad de la Derecha, y los sectores conservadores en general, frente a los anuncios y tono del ministro Eyzaguirre, que no pueden ser sino una señal de que efectivamente nos encontramos frente a una oportunidad histórica. Uso la palabra oportunidad, pues en ella conviven la posibilidad de ser o no ser, dependiendo de las voluntades políticas y su correlación de fuerzas. Y también el riesgo de que si no se instalan ciertas discusiones importantes, graves falencias del sistema no cambiarán y seguirán reproduciendo desigualdades.

Dicho esto, resulta evidente que las discusiones recientes y el enojo del Rector Sánchez ponen de manifiesto que, por primera vez en 40 años, el Estado quiere romper con el supuesto que sostiene que se tratará a todas las instituciones de la misma manera. De la misma forma, esperamos que muchos supuestos más se vayan rompiendo, quebrando y eliminando. Esto, no con la idea de que pase una retroexcavadora, ni la máquina que sea. Sino para que podamos inventar nuevas formas y empezar a reconstruir lo que la dictadura y el modelo neoliberal destruyó tras su paso sobre las políticas educacionales y productivas chilenas.

*Coordinador Nacional de Revolución Democrática.

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