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Opinión

16 de Junio de 2014

Memorias de un actor sin pituto. Capítulo 2: Dominga

Estoy lejos de ser un gigoló. Por ética y por performance. No estoy en mi mejor momento, así que fui claro. Señora, yo no soy Richard Gere, le dije. Soy un actor profesional, que vino hasta acá motivado por la curiosidad que tenemos todos los actores. Si usted quiere sexo lo tendrá, pero yo lo haré como un personaje de ficción, no como Antonio Reyes, continué. ¿Qué personaje?, preguntó directa. Primero hablemos de plata, lancé yo. El silencio dio paso a una conversación que me hizo estar cerca de lo que yo supongo debe ser una reunión entre un director y un actor.

Antonio Reyes
Antonio Reyes
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Memorias_Largo_2s
Un actor que deja de trabajar de garzón debe saber que puede volver al oficio en cualquier momento, por lo que mi renuncia fue en buenos términos. Mi último día en el bar fue lento, aunque atendí a una mujer de unos 50 años, una MILF, que se volvió loca cuando le dije que era actor. Me dio su tarjeta y la llamé días después por inercia. Quizás con la duda existencial de que no me haya salido la pega de Quijote de la Mancha por estatura. ¿Acaso no puede haber un Quijote distinto en este país? A la mierda. La decepción pasó rápido por la intriga de que me haya citado a su casa un sábado, a eso de las 8 PM. Debo reconocer que su nombre me generó cierto morbo. Dominga. ¿Su apellido? No pregunte tanto, me dijo y colgó.

No es que me tuviera mucha fe, pero sabía que la cosa iba a ir por ese lado. Si a la media hora me engrupió con que yo tenía un aire a Ricardo Darín. Y sinceramente, debe ser la mentira más grande que me han echado en la vida. Dominga tenía todo preparado. Gardel de fondo, para que me sintiera como en casa. Según ella, le atraía la mezcla chileno-uruguaya, la pasividad del Río de la Plata y la desfachatez del Mapocho estaban en mis ojos. Cuento corto. La mina quería sexo. Ni más ni menos que sexo. Lo primero que pensé fue en mi madre chilena y mi padre uruguayo. En la decepción que sería para ellos. Luego pensé que estoy lejos de ser un gigoló. Por ética y por performance. No estoy en mi mejor momento, así que fui claro. Señora, yo no soy Richard Gere, le dije. Soy un actor profesional, que vino hasta acá motivado por la curiosidad que tenemos todos los actores. Si usted quiere sexo lo tendrá, pero yo lo haré como un personaje de ficción, no como Antonio Reyes, continué. ¿Qué personaje?, preguntó directa. Primero hablemos de plata, lancé yo. El silencio dio paso a una conversación que me hizo estar cerca de lo que yo supongo debe ser una reunión entre un director y un actor.

El trato sería el siguiente. Dos veces a la semana, en horario vespertino, pero apenas por dos semanas. Le inventé que después me iría a África para hacer teatro infantil en las aldeas de Nigeria. Así me aseguraba que el contrato fuera definido y que no se pusiera hueona. Un millón de pesos líquido, con boleta de honorarios. Y en la glosa deberá decir “Servicios de actuación para proyecto particular”. Lo vespertino fue un requisito especialmente pensado por el mundial. Claro. Si dejaba de trabajar como garzón, necesitaba una pega que me permitiera ver los partidos acostado, y sin moverme del lugar donde arrendaba una pieza en Plaza Italia. Sigo con lo más importante. Cada vez que lo hiciéramos, que no superaría los 90 minutos, yo encarnaría a un personaje distinto. Y mi exigencia fue clara. Una maquilladora y un sastre, además de todo el vestuario previamente listo. Mi lista de cuatro personajes se la anoté en un papel.

1) Jack Sparrow
2) Charles Chaplin
3) El Guasón (en la versión de Heath Ledger)
4) El Quijote de la Mancha (en versión propia)

Dominga estuvo de acuerdo con todo y se mostró reconfortada de mi propuesta, aunque tuvo una duda. No quiero ser pesada, pero como que tú no tienes mucho el tipo físico del Quijote de la Mancha, sostuvo. Estuve a punto de pararme, mandarla a la chucha y salir de su casa, pero me contuve. Esas son las condiciones, tómelo o déjelo, arremetí. Me concentré en sus labios para ver como decía: trato hecho. Ah y no me diga más que me parezco a Ricardo Darín. No es necesario, soy profesional. Nada más que decir. Su mirada de aceptación fue estimulante.

Al día siguiente me junté con Pancho, quien había rechazado una pega para hacer de Fuleco, la mascota de Brasil 2014, en un supermercado del barrio alto. Le conté con lujo de detalles lo de mi nuevo trabajo. Me confesó que él lo había pensado un par de veces cuando estaba terminando la carrera. Finalmente decidió que no estaba preparado para ser gigoló. Me miró un rato callado y me puso la mano en el hombro. Yo no soy gigoló, le dije. Soy actor.

*Aquí el primer capítulo de Memorias de un actor sin pituto.

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