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Opinión

5 de Agosto de 2014

Columna: Fea y caliente

¿Qué nos pasa cuando una chica se queja de que se siente fea? En general, sentimos que tenemos el deber moral de decirle “nooo, nada que ver”. Básicamente nos vemos empujados muchas veces –ya sea por cariño, o por tino social– a mentir. Pero sobre todo, porque nuestro aparato lector del entre líneas humano, entiende […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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fea y caliente

¿Qué nos pasa cuando una chica se queja de que se siente fea? En general, sentimos que tenemos el deber moral de decirle “nooo, nada que ver”. Básicamente nos vemos empujados muchas veces –ya sea por cariño, o por tino social– a mentir. Pero sobre todo, porque nuestro aparato lector del entre líneas humano, entiende que en esa queja hay en verdad una demanda hacia quien esté de testigo.

Sabemos de la presión y crueldad de la pirámide estética –y que es una mariconada con las mujeres más que con los hombres– porque el cuerpo de la mujer se ubica como un fetiche en la cultura del patriarcado. Nos damos cuenta, aunque a uno no le guste, que la fealdad trae dificultades que las bonitas se ahorran, como que los autos no te dejen pasar o el trato que se recibe en una entrevista laboral si el jefe es un macho, pero además de estas pequeñas o grandes desgracias con que las feas deben lidiar, se agrega otra aún peor y es que su libido molesta a los demás, siendo sancionada como “fea y caliente”. Como si no pudiera tener sentimientos ni desear ni ser pesada ni gritona; ya que todo su comportamiento se explica desde ahí: porque es poco agraciada.

Somos solidarias porque sabemos que todas podemos pasar a la categoría de feas o gordas en alguna etapa de la vida; aún cuando zafemos de estas últimas, sabemos que algún día seremos inexorablemente una vieja. Y en acto de apoyo generamos –en un simulacro colectivo– escenas de dignificación de estas etiquetas. Como esos libros sobre los beneficios de envejecer, desfiles de ropa XXL, la moda de la satanización de las flacas y el discurso de la gorda feliz. Pero estos relatos bien intencionados, huelen a envidia encubierta. Por que reconozcámoslo, en este mundo ser fea, gorda y/o vieja es una mierda.

Hasta acá, las opciones que nos han quedado son dos, y aunque parezcan distintas, reproducen el mismo problema. Una es entrar derechamente a la carnicería de la obsesión estética, y vamos poniéndonos o sacándonos cosas. Sufriendo siempre, porque la meta hoy es infinita. Y segundo, estas negaciones que mencionaba más arriba, que son de buena voluntad, pero se caen demasiado fácil.

Ambos caminos son parecidos porque en el fondo, cuando la gorda juega a la modelo, ¿no está alimentando la misma moral de la que padece? Porque sigue sosteniendo un lugar determinado del cuerpo de la mujer en el mundo; y porque la negación es siempre una forma de afirmación encubierta. Como las revoluciones que no son más que un cuarto de giro: se reproducen las mismas lógicas, pero de otro color.

La subversión sí es otra cosa. Significa subvertir los términos establecidos. En este caso, sería destruir la idea de la pirámide estética, más que incluir a los desagraciados en ella.
Lady Gaga, tiene esa virtud de utilizar los códigos de la cultura –la obsesión por el cuerpo, el porno y el consumo– para jugar a alterar sus significados. No por nada sus fans se autodenominan “Little Monsters”, no para decir que los monstruos también son bellos, sino que hace estallar esa categoría. Como si no necesitara el permiso de nadie, se autoriza a crear poniendo en tensión los símbolos que están naturalizados. Aún más interesante es que lo hace desde lo masivo, sin la excusa del artista incomprendido, ese de lenguaje hermético que no circula fuera de su gueto.

Otro ejemplo notable, es el gesto del columnista norteamericano Dan Savage. Quien frente a la homofobia del entonces senador republicano Rick Santorum, hace una campaña para nombrar con el apellido de éste al desecho del sexo anal. Hoy si se googlea Santorum, aparece su invención en primer lugar.

El mismo gesto hacen las disidencias sexuales con el término queer, que en principio era una ofensa, hoy se lo apropiaron positivamente.

Muchas veces la compasión y la integración que simula una homogeneidad no hace más que exaltar esas pirámides sociales que excluyen y esclavizan. Quizás cuando en vez de quejarnos de fealdad para recibir un cariñito, nos preguntemos, ¿y por qué tendríamos que ser todos bonitos? hagamos estallar este término.

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#Caliente#Fea#gritona

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