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Cultura

25 de Septiembre de 2014

Juan Carlos Urtaza, poeta y exboxeador: “La cuenta hasta diez empieza siempre”

Pupilo de Martín Vargas, nacido y criado en San Miguel, el poeta Juan Carlos Urtaza bien podría dejarse querer por la institucionalidad cultural. Knock out y No hay mano, sus dos libros publicados, ya le han valido el favor de la crítica y una traducción al inglés. Pero prefiere tomar distancia y cuidar su “mundito”. Hoy trabaja de garzón en Puerto Montt, hasta donde llegó para volver a levantarse de la lona y escribir sin esperar mucho a cambio: “Un vino y el fuego prendido es mejor que trabajar en el GAM”.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

POETA-BOXEADOR_FOTO-ALEJANDRO-OLIVARES

“En este ring empezó todo, a los 16 años”, dice Juan Carlos Urtaza (32), hijo, nieto y hermano de boxeadores. Es el ring de la Federación Chilena de Boxeo, en San Miguel, su comuna de toda la vida. Lo acompaña Ricardo, su padre, quien vio truncada su carrera por los dos dedos que perdió a los 13 años trabajando en una panificadora. “Las manos me las regaló mi padre / él las guardó para mí / cuando perdió las suyas”, se lee en No hay mano, segundo libro de Urtaza.

Cuesta empezar la entrevista. Padre e hijo, sentados al borde del ring, se entretienen con historias de “la época de oro”. Que Godfrey Stevens, que Raúl Astorga, que los hermanos Molina. “En esa foto está Julio Gómez, que murió hace muy poquito y era amigo de nosotros. Fue sexto en el ranking del mundo y entrenó acá a los cabros, tú hiciste guanteo con él”, le recuerda Ricardo a su hijo. Pero aclara de inmediato: “Este es de la escuela de Martín”.

Las historias de Martín dan para otro rato, aunque para ellos no se trata de un ícono pop. “Martín fue tocado por una vara, nació con una luz –cuenta Juan Carlos–. La primera vez que lo vi yo estaba corriendo aquí, llegó, saludó a mi papá y yo lo vi y se me anudó la garganta. Era él”.

Ese día empezó la carrera como boxeador de Juan Carlos Urtaza, 63 kilos 500 gramos, categoría medio liviano ligero. “Peleas habré hecho unas setenta. Perdí muchas menos de las que gané y me quitaron muchas que debería haber ganado. Uno iba a pelear al sur y podías sacarle la cresta al compadre, pero igual los jueces locales la iban a dar empate o ibas a perder por puntos”.

¿Eras bueno?
Sí, era un buen peleador. Y no pude ser mejor, hice lo que tenía que hacer. Me tocó una buena generación, estaba Martín dirigiendo esa escuela y creo que en Chile no había mejores peleadores que nosotros, así de sencillo, en mi peso no creo que hubiera alguien mejor cuando yo estuve. Pero hubo campeonatos y no estuve. Finalmente lo más grande que gané fue la experiencia de estar con Martín Vargas, ésa fue mi medalla. Él tenía a cargo a varios pupilos y a todos les dedicó un poquito de tiempo, dentro de su gran locura como persona, como es él, un tipo intenso, mal genio el viejo, en los buses roncaba y no te dejaba pasar. Pero nos transmitió esa pachorra de que si tú te subías al ring tenía que ser para ganar.

¿Alguna vez te noquearon?
Nunca. Pero entrenando varias veces quedé medio grogui, es como un limbo, la mente se te va y vuelve. Era como digo en un poema: “con la cabeza llena de golpes y de sueños”. Yo no sé si habrá sido absurdo, pero de verdad creí en algún momento que podía ser campeón del mundo. Aunque no lo haya logrado atrapar, tuve ese sueño en mis manos.

Ya casi nadie sueña con eso.
Porque el mundo del boxeo está caído. El boxeo chileno está muriendo, pegando sus últimos gualetazos de ciego.

¿Cómo se encontraron el boxeo y la poesía?
Cuando yo boxeaba sentía que toda esa atmósfera se iba a ir, se iba a perder. A veces trataba de contarle a alguien lo que sentía yendo desde el camarín a subirme al ring, ese tipo de nervio, y no podía describirlo, el compadre no ponía la misma cara de asombro. Entonces ahí decidí que tenía que apretarle un poco el cogote a las palabras y hacerlas que empezaran a girar en torno al mismo baile que yo había dejado inconcluso cuando dejé de pelear.

¿Recién ahí apareció la poesía?
No, antes de salir de Cuarto Medio yo escribía y era un buen lector. Y desde lo que hablaba tu abuelo hasta lo que te iba repitiendo tu padre, tus tíos, uno se va armando un pequeño diccionario propio en el cual te sientes cómodo al hablar. Entonces antes de colgar los guantes yo sabía que lo único que podía reemplazar esa emoción era escribirla, plasmarla. Y ahora es definitivamente donde estacioné mi lancha, aquí quiero anclarme.

KNOCK OUT

Los poemas de Knock out (2009), el primer libro de Urtaza, transcurren en los diez segundos que tiene un boxeador caído para pararse. El último poema, el 10, apenas dice esto: “Un hombre que pone fin a su resistencia”.

Si nunca te noquearon en el ring, ¿por qué en Knock out te quedas en la lona?
Me pareció más atractivo que el tipo del libro se quedara en la lona, pero después del libro la continuidad la hace el lector, y al menos para mí, el tipo se levantó. Si yo fuera ese personaje, yo sí logré levantarme.

¿Pero después de los 10?
Pero después de los 10, ése es el asunto. A mí me tocó el boxeo cuando ya iba cayendo, por lo tanto conozco más boxeadores que se quedaron en la lona que boxeadores que se pararon, no sólo en el ring, sino en la vida en general. Muchos eran buenos y podrían seguir peleando, pero están obligados a trabajar en una fábrica… El boxeador no corre detrás de su sueño sólo con el peso de su cuerpo, corre con todos sus atados, porque tú puedes ser campeón de Chile y no vas a entrar a la universidad becado. Como que el boxeo no entra en el plano de lo real, es como la poesía, algo inmaterial que sólo existe en la mente de las personas. Perfectamente nosotros salimos de este gimnasio y ya no existe el boxeo, y tampoco existe la poesía. Entonces obvio que los boxeadores de mis poesías no se paran, y si se paran es después de los diez. Al final, después de los diez es la vida que yo estoy viviendo.

¿Y qué pasa después de los diez?
Empiezas de nuevo y te vuelven a contar, vuelves a llegar a diez y empieza de nuevo. La cuenta empieza siempre. Yo me he visto derrotado muchísimas veces, no sólo en el deporte.

Pero al pasarte del boxeo a la poesía, sigues en la misma cuerda floja, ¿no?
Mira, yo siempre veía en el gimnasio a un boxeador que tenía cero condiciones, que nunca iba a tener su momento, pero entrenaba con la misma ambición que uno le ve a un campeón del mundo. Y un día, ya jodido, le pregunto “compadre, ¿por qué seguís entrenando, si no vai a ganar tu próxima pelea? Te buscan para hacerle carrera a boxeadores emergentes, ¡a lo mejor no naciste pa esto!”. Y el loco me dice: “Es que esto es lo que yo amo, no quiero hacer otra cosa”. Entonces entendí que esa locura con que los boxeadores enfrentan el asunto, ese paso en falso que están dando continuamente y que tú sabes que no los va a llevar a ninguna parte, es muy parecido a lo que pasa con los poetas. Es muy improbable que uno pueda vivir de la poesía, los premios te lo vienen a dar cuando ya estás viejo, cosa que puedas colgar el cuadro en la pared y morirte. No existe un apoyo que diga “mira, vamos a ayudarte ahora que tienes 32 años, para saber hasta dónde puedes crecer como poeta si no tienes que levantarte a las 7 de la mañana a cruzar la carretera para esperar una micro rural”. ¡Porque no pasaría nada! Uno necesita levantarse, necesita hacer esas cosas para que otras cosas te pillen.

Me decías antes de la entrevista que prefieres la poesía que se escribe en Puerto Montt a la onda experimental de Santiago.
Acá hay buenos poetas, pero existe mucho esto que llaman “el tecleo”, gente que con 30 años lleva 10 publicaciones. Yo soy de los que cree que un libro toma un tiempo, no sólo en hacerlo, sino un tiempo para que el libro llegue a ti, es la poesía la que te busca. Acá es al revés: andan en busca de algo y de tanto meterle tecleo al computador, al final terminan encontrando algo. Con ese tipo de poesía no estoy de acuerdo, es otro tipo de escritura y de concebir la creación.

¿Cómo funciona en tu caso?
Yo llevo un verso conmigo mucho tiempo, y de repente siento que se hermana con otra cosa, entonces recojo esa otra cosa. Después pasa otro tiempo y recojo otra cosa más, hasta que un día lo junto y armo todo. Pero hay que quedarse un poco callado para poder escucharse. Yo le estaba escribiendo un poema a mi abuelo y siempre lo reescribía y nunca encontraba nada. Y un día, tiempo después que mi abuelo había muerto, porque a él se lo pitearon en el puerto, relacioné que él nació y murió en agosto. Entonces ahí empezó: “Nació y murió en agosto sin pompas ni opulencias, no fue hombre de trigos limpios, amó, halló en la mujer el vicio de la mujer, y en ella, la locura de los días sin ella”. El texto se fue de una, todo eso que andaba buscando era pérdida de tiempo, era puro maquinearme. El Martín decía: “el knock out llega solo”. Si estás peleando bien, va a llegar. Pero si te desesperas por buscarlo, puedes encontrar una mano en contra, y la mano en contra es la que te tira.

Pero en la poesía no tienes rival.
Pero sí un lector exigente, y hay cosas donde no te puedes caer.

¿En qué cosas?
Yo trato de no manejar tantos conceptos, no traicionarme, no hacerme el listo. Porque no vengo de una familia muy letrada ni de un ambiente muy erudito, pero sí vengo de un ambiente donde la gente hace sus oficios con cariño, donde hay verdad en lo que se hace. Entonces no puedo ir ahora a Puerto Montt y decir “yo he visto la lluvia crepitar en el camino desde que era un niño…”, porque yo soy un santiaguino que llegó hace ocho meses y se está tratando de acostumbrar a toda esa lluvia. Amo ese lugar, pero alguien te lee y entiende altiro que eso no te pertenece.

Y el rótulo del “poeta boxeador”, ¿tiene más ventajas o desventajas?
Mira, a veces sirve, porque cuando hay estos encuentros de hueonaje que pasan puro tomando, como que no me huevean, mantienen distancia. Y para todos estos viejos medio intelectuales que abundan en la poesía, muy fomes, es un prejuicio porque me ven como un tipo medio tonto que quedó cagado con los golpes. Pero basta con que alguien tome tu libro y entienda que más allá de cualquier cosa a la que yo me haya dedicado, esto es poesía.

Te molesta entonces el cuestionamiento.
Es que el tema de “¿vas a seguir escribiendo de boxeo?” ha sido recurrente… Me encantaría escribir una novela, pero implica una paciencia enorme y el boxeo a uno lo hizo reaccionar rápido, tenías que moverte. En el fútbol un defensa puede rascarse los cocos, pero en el boxeo te descuidaste un segundo y cagaste. Vivo al ojo, vivo al ojo, vivo al ojo… Grandes peleadores han esperado que el otro baje una mano y así han ganado títulos del mundo. Entonces soy hiperkinético, es el mal que heredé del oficio.

¿Y eres mochero?
De repente te buscan pelea y a la primera me aguanto, a la segunda respondo. Pero en la calle la gente se pone nerviosa, cierran los ojos y tiran pa adelante. Donde hay que tener huevos es arriba de esta hueá (el ring). Yo he visto hueones choros en la calle, gordos, grandes, con cara de malo, con tajos, pero súbelo ahí, ponle un par de guantes y cagó. Y con público, las piernas se te chupan. Cuando yo fui a pelear a Coyhaique estaba lleno de pura de gente del lugar, más encima en esos pueblos son como todos parientes, y cuando te están presentando igual te late la cuchara.

Hay unos versos en Knock out que dicen: “Un hombre que no pestañea –memorízate eso– no puede ganar ni perder”.
Es que no sé si tú conoces a Martín en vivo, pero él tiene como los ojos de perro, de esos ojos que no pestañean. No te asustan ni te conmueven, pero es una mirada distinta que tienen los boxeadores, tú los miras y entiendes lo que está pasando. Es una mirada que tiene algo de bondadosa, pero de perro. Esa mirada de perro azul de la que hablaba García Márquez la tienen los boxeadores. Por eso no puede perder ni ganar, está ahí en el limbo.

¿El poeta que escribe eso pestañea?
Sí, yo no alcancé a tener esa mirada. Me faltaron unos 300 combos más.

PAÍS TRAICIONERO

Este largo y angosto país
no es más que un ancho y hondo cuadrilátero
donde no existen reglas
y se puede golpear por la espalda

¿Los chilenos golpeamos por la espalda?
Acá en San Miguel, de donde yo soy, fue un lugar de resistencia, y mucha gente de estos lugares fue asesinada, familias, gente que se fue a la cresta, que nunca más aparecieron… Entonces sí es un país traicionero, porque si te dai vuelta te caga nomás. Y la gente es así en todos los ámbitos, hasta las bibliotecas las atiende una vieja que no se da el tiempo de ir a buscar un libro si no lo conoce, te dice que no está. Y si a ti te preguntan por un tipo que es talentoso, tú tratai de desviar el tema.

¿Lo ves como algo chileno?
Yo no he podido conocer mucho afuera, pero en Argentina fui a presentar el No hay mano y la gente iba con entusiasmo, te decían “ah, tú eres el Urtaza”, ya habían visto por Internet, había interés, preparación. Acá he ido a lugares donde el compadre que me presenta no se sabe mi apellido. “Presento a Juan Carlos con sus libros que hablan de boxeo”. La despreocupación… Tenís que ser un groso y hacerla afuera para que aquí te pesquen. Entonces para no ir creando rencores es mejor irse bien lejos y hacer tu mundo, escribir lo que uno quiere sin pretensiones de llegar a ningún lugar. Al final, un vino y el fuego prendido es mejor que trabajar en el GAM. Yo estuve en la Fundación Neruda y no me sentí cómodo.

¿Por qué?
Porque era un lugar pacato, silencioso, frío, siempre había un “pero” para todo. Si a alguien se le ocurría una idea medio rupturista, “oye pintemos esto, hagamos esto otro”, siempre había un “no”, porque es un lugar que conserva el “qué dirán”, además se maneja un millonada de plata…

¿Cuando ganas un premio te importa?
Si es un reconocimiento de tus pares, igual importa. Ahora, si conlleva plata, mejor todavía, aunque no te lo den tus pares. Aquí se pelean a muerte el premio a la “Mejor obra editada”, porque son ocho palos. Al que se lo gane lo van a pelar, pero si no hubiera plata, nadie mandaría. En todo caso yo no digo que la poesía tenga que ver con ser pobre, tengo amigos que viven en Camino el Alba y son buenos poetas, aunque a ellos mismos les complica decir que son cuicos. A los cuicos les pasa eso, como que tratan de esconder ese mundo.

NO HAY MANO

¿Qué significa “No hay mano”, el título de tu segundo libro?
Quise mezclar dos cosas. Se dice “no hay mano” cuando alguien anda buscando algo, en general drogas, y no encuentra. Pero también para un peleador no tener mano es no tener nada: no hay posibilidades. Yo en ese tiempo estaba viviendo en una población en Lo Valledor y mis vecinos estaban metidos en la pasta o en la coca, y los que no, estaban muy en el copete, tirados en las esquinas… puta, un lugar muy abandonado. Estos parecen conceptos vacíos, pero anda a una población de estas y vas a ver que en la plaza están los arcos de los columpios, pero hace diez años que ya no existen los columpios. Esa pobreza se te va metiendo en el cuerpo y a mí también me estaba atrapando, por eso tuve que irme al sur.

Y te había agarrado fuerte la coca, ¿no?
Sí. Cuando llegué a vivir ahí, caché que mis vecinos tenían las tremendas camionetas, y claro, eran traficantes. Cuento corto, me metí con la coca y estuve tres años en eso. Me mandé cagadas, estuve detenido, pasé por el hospital…

¿Cómo fuiste cayendo?
Cuando yo boxeaba entrenaba de domingo a domingo, entonces después de retirarme sentía que me tuvieran amarrado, quise soltarme, hacerlas todas, me fui a la chucha. Además tomaba copete, todo junto… mucha gente prefería evitarme, con toda razón. No podía cortarlo, la única salida era venirse lejos. Donde vivo ahora quizás somos más pobres, pero es otra pobreza.

¿Por qué?
Porque el cabro chico de 12 años, el papá lo manda a buscar leña y el loco se trae así un tronco al hombro, pero no se ve cansado, ¿cachai? Y las cabras chicas andan pendientes de encerrar a las ovejas porque si no se las van a comer los perros… ¡yo nunca supe que los perros se comían a las ovejas! O la relación que uno tiene allá con el acto de prender fuego. Desde el cartón picado, las astillas secas, todo es un ritual, sentarse frente al fuego, ver como prende. Y el fuego es peor que una mujer, si le da la hueá no prende y no prendió.

¿Sientes que ya saliste?
Voy para el año sanito y podría decir que sí, pero uno sabe que hay gente que ha recaído. ¿Viste? Al final nunca terminas de pelear contra algo.

En tu poesía siempre está la niñez, los sueños que fueron, ¿llevas un sentimiento de pérdida?
No, no… Hace ocho meses que yo vivo encontrando cosas y dejé de perder. Y lo que perdí no lo quiero recuperar, me interesa conservar lo que tengo. Tengo una familia, un hijo, ahora voy a tener otro… Lo que perdí ya es cuento del otro que era yo. Ahora soy el que prende fuego.

¿La poesía te sirve para eso?
Me ayuda. Siempre pienso que con toda la pobreza y con todas las cosas que uno vivió cuando niño, perfectamente podría haber sido un hueón de mierda, y ahora es un hueón de mierda que tiene cierta gracia, que logra pintar la realidad de una forma distinta. Por eso quiero mantener este mundito mío sin mercantilizarlo ni estar maquineando por los Fondart. La poesía no tiene por qué decirlo todo, no tiene que impactar. La poesía para mí es algo sin pies pero que camina, que se mueve. Ese movimiento es el que me interesa, antes de envejecer y ponerme fome y tomar pastillas para hacer todo.

En No hay mano hablas de “la voz que todos quisieran oír”, que te dice “levántate”.
Eso me lo contó un peleador allá en Rahue. Decía que él siempre, cuando estaba caído, escuchaba la voz de su papá que le decía que se levantara. Y esto coincide, pero al revés, con que a Godoy le gritaban “¡agáchate, Godoy!”. Entonces yo creo que todos los boxeadores tenemos como un abuelo muerto a la orilla del ring que te está diciendo lo que tienes que hacer, y tú te esfuerzas en hacer todo lo contrario porque ésa es la idea, poner nerviosa a la gente, hacer sentir que te van a sacar la cresta. Por eso digo en el poema: “El abuelo muerto grita lo que no debo hacer / NO eres el Bombardero de Detroit / ni Alí / eres perico de los palotes / abúlico / todo mal papeado / con unos ojos así de grandes / y un corazón que no le cabe en el pecho… ¡Agáchate por las rechucha!”.

Ese boxeador de tus poemas siempre amaga con ser un niño. “Eres un niño con ideas nuevas, tú solo quieres pelear y nadie quiere pelear contigo”, dices también.
Es como un boxeador que se acuerda mucho de sus años pobres, que corre buscando sus viejas zapatillas blancas, sin comitiva, sin auspicio, sin fanaticada. Al final es no traicionarse, no ser tan cruel con lo que a uno le tocó vivir. Por eso mi boxeador no es Floyd Mayweather ni De la Hoya, sino más bien una mezcla entre Martín Vargas y un cabro chico, un pequeño tigre herido con el síndrome de Peter Pan.

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