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Opinión

4 de Octubre de 2014

Miguel Enríquez: La voluntad de resistir

Miguel se equivocó cuando sostuvo después del golpe, que este representaba solo la derrota del reformismo pero no de la revolución. Los 17 años de dictadura, el aplastamiento del movimiento popular y de las organizaciones de izquierda, los seiscientos militantes del MIR, ejecutados o hechos desaparecer son el resultado de una derrota de todos. La represión no distinguió entre reformistas y revolucionarios.

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Miguel Enríquez YT
En estos días se conmemoran 40 años de la muerte en combate de Miguel Enríquez. Para quienes vivimos ese periodo serán días de fuerte emoción. Tendremos también oportunidad de profundizar la reflexión sobre lo que hicimos o dejamos de hacer. La del MIR es la historia dramática de un exterminio. Nos corresponde a quienes sobrevivimos la obligación de prestar testimonio sobre esa experiencia.

Esta conmemoración no será una gran noticia para los medios. Es un hecho que la historia la escriben los vencedores. Usando y abusando de esa condición han conseguido relegar la figura de Miguel a una cierta marginalidad conforme a la leyenda negra del MIR como una organización constituida por un puñado de extremistas sin mayor significación.

Pero, la batalla por la memoria continúa. Mario Amorós, presenta estos días, a Miguel Enríquez. Un nombre en las estrellas (Ediciones B, 2014) viene a llenar un gran vacío. Su libro presenta la biografía de un hombre excepcional. La historia de uno que murió con tan solo treinta años de edad pero que en su paso por este mundo no perdió el tiempo. Por el contrario, es impresionante todo lo que consiguió hacer en la universidad, la política y el amor.

“No caminamos en el aire sino sobre las huellas de los compañeros caídos”. La afirmación es de Eduardo Galeano. La derrota que sufrió el movimiento popular en septiembre de 1973 fue brutal e inapelable. Todo se desmoronó o fue destruido a sangre y fuego. La República, los partidos, la amistad cívica, las confianzas, los liderazgos, todo quedó sepultado.

El marasmo que siguió al golpe de septiembre de 1973 fue completo. Fue un momento en el que salió a flote lo peor de la sociedad chilena: traiciones, renuncias, miedos y cobardías. El sacrificio de Allende fue la nota disonante. Con su gesto generó un piso ético que pudo iniciar la construcción paciente y laboriosa de un movimiento de resistencia democrática.

La muerte en combate de Miguel Enríquez el 5 de octubre de 1974 es el segundo pilar ético en que se sustentó ese proceso. Salvador Allende y Miguel Enriquez han entrado así a la historia como la encarnación de una cuestión crucial: la voluntad de resistir.

En la batalla por la historia, Salvador Allende es un claro triunfador. La conmemoración de los cuarenta años del golpe el 2013, fue un estallido de memoria que relegó definitivamente al más bajo fondo de la historia al golpe, los golpistas y los cómplices pasivos.

Sin embargo, la figura de Miguel sigue siendo todavía borrosa y desconocida para una gran mayoría. A nadie le puede extrañar que la actitud de la derecha frente a la figura de Miguel esté envuelta en una mezcla de silencio, indiferencia y deformación. Es, sin embargo, menos comprensible que una parte importante de la izquierda oficial haya, voluntaria o involuntariamente, compartido esa reacción. En el 2008 en la inauguración del XXVIII Congreso del Partido Socialista, en presencia de las más altas autoridades del país y del socialismo se hizo un sentido homenaje a los caídos producto del golpe. Encabezados por Allende, figuraban en la lista muchos otros nombres, todos sin duda merecedores de ese homenaje. Hasta último minuto pensé que escucharía el nombre de Miguel. En vano. En ese momento sentí y así lo comenté a algunos compañeros, que el proyecto de hacer del Partido Socialista la casa común de la izquierda chilena no era tal, que había espacio para mártires de un sector pero se dejaba de lado a Miguel, líder de otro sector y héroe indiscutible del conjunto de la resistencia. Fue una ruptura afectiva que, ahora me doy cuenta, anticipó mi renuncia política posterior.

El tributo a un héroe no puede impedir la mirada crítica. No éramos pocos los que sosteníamos que la polarización de la sociedad chilena estaba llegando a un punto que precipitaría el colapso de la democracia que, por “burguesa” que fuera, abonaría el terreno para el despliegue de la barbarie. Miguel se equivocó cuando sostuvo después del golpe, que este representaba solo la derrota del reformismo pero no de la revolución. Los 17 años de dictadura, el aplastamiento del movimiento popular y de las organizaciones de izquierda, los seiscientos militantes del MIR, ejecutados o hechos desaparecer son el resultado de una derrota de todos. La represión no distinguió entre reformistas y revolucionarios.

Hubiese preferido que la historia transcurriera por otros derroteros. La izquierda chilena sería sustancialmente mejor si hubiese podido contar con esos centenares de cuadros del MIR que perecieron en los años de plomo de la dictadura.

En países como Uruguay y Brasil, dirigentes clave de las izquierdas revolucionarias pudieron sobrevivir. Ese es el caso de Dilma en Brasil. Es también el de Pepe Mujica en Uruguay. Ellos sobrevivieron y fueron electos por los ciudadanos para conducir los destinos de sus países. Miguel corrió una suerte distinta. Hace ya mucho que no está entre nosotros, cayó abatido luchando, pero por su valentía y consecuencia figurará para siempre entre los grandes de Chile.

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