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Nacional

23 de Diciembre de 2014

“La promesa carcelaria”, el cuento con que Tania González ganó un taller literario en la cárcel de mujeres

La mujer que se hizo pasar por enfermera y médico cirujano de la Universidad de Chile ganó con este cuento el taller impartido por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura 2013, que terminó con la publicación de textos de reclusas de todo el país. La ex jefa de carrera de la U. del Mar, que cumplirá dos años en prisión la próxima semana, podría conocer hoy el veredicto del tribunal.

Por

tania gonzalez

La promesa carcelaria

Soledad… era su nombre. Mujer con experiencia carcelaria, de baja estatura, con rasgos toscos, pelo largo y liso, le decían la india.

Era la hora del encierro, esa noche apareció la yuta, le tocaba a la cabo, aquella que llamaban La Quintrala, ya que nunca reía. Su rostro era tosco, sin emociones. Su rostro se mantenía impávido ante las emociones humanas. Soledad Romero, gritó, mañana tienen tribunales, éramos varias las notificadas, pero esta vez era especial para la india, todas sabíamos que iría a buscar su sentencia, todas sabíamos en una suerte de lealtad y confiabilidad.

La india, fue la primera en entrar a la ducha, siempre era la primera en ocupar la ducha, la antigüedad constituye derechos que debes respetar o quizás simplemente aceptar para así sobrevivir en este mundo hostil. Una vez que ya estábamos todas listas, bañadas con esa agua que nos recuerda una y otra vez que somos castigadas por nuestros delitos, la yuta nos hace salir una a una, la Sole fue la primera en salir, sabíamos perfectamente que nos dirigíamos al viejo gallinero, lugar con olor a perro, perro mojado, a miseria, lleno de basura, todo mojado. Ahí se sentía aún más la prisión, con olor a cárcel. Todas fumaban y tratábamos de movernos de un lugar a otro. La Sole se encontraba sin miedos, sin angustias, solo su aspecto producía inseguridad e imposición. La india se imponía solo por su presencia, luego sentimos que el carro que nos trasladaría a los tribunales de Justicia, aquí viene la misma mierda de siempre, comentaba Soledad. Nos sacan del gallinero para llevarnos a la sala de abogados, donde una vez más nos quitan nuestra dignidad, nos desnudan, nuestra ropa sale pieza por pieza, nos gritan, nos insultan y nos tiran o nos enrostran nuestros delitos. Luego nos esposan, subimos al carro, que no es sino una jaula transportable. La Sole me dice: tú te quedas a mi lado, pero la cabo le grita: india tú sabes que no puedes estar con la población penal. Comenzamos nuestro recorrido, hemos llegado. Se escuchan varios bajando, una a una, en fila y en silencio, volvemos a celdas frías, muros altos de cemento y este frío que se puede sentir en los huesos.

Las horas transcurren y ya no sentimos nuestras manos, la Sole se encuentra en una celda al frente de la nuestra, comenzamos eun diálogo, sólo para tratarnos de mantenernos en píe:

– Estas tranquila, pregunta la india
– Si, tu sabís que estoy tranquila que vengo a buscar sentencia y yo doy cara, total la cárcel no me va a comer, responde Soledad con esa seguridad que siempre he admirado
– Pero cómo crees que te irá esta vez
– Yo creo que éstos me van a tirar por lo menos diez años, si eran más de cien los kilos y de la buena, pos cabra, tú sabes que yo tengo ficha y pa’que voy a salir, si gano más adentro que afuera.

Me quedo en silencio, como el diálogo: corto, pequeño, sin lograr comprender por qué o cómo se pueden dar situaciones como éstas y las grandes diferencias de las necesidades y vivencias humanas. De repente un fuerte grito me saca de mis reflexiones. Nos hacen salir en fila, una por una, nombrando nuestros nombres y apellidos, avnazamos, nos trasladan, atenazando escaleras, túneles y pasillos que se hacen interminables, de aspecto lúgubre, fríos, tenebrosos, como si fuéramos a una corte de donde saldrán nuestras sentencias.

Soledad en todo momento se encuentra custodiada por una gendarme, trata de hablarnos pero le gritan, la empujan, la hacen sentirse miserable, pero mirándole me acuerdo de lo que siempre repetía: cabrita lo que no te mata te hace más fuerte. Nuevamente estamos en la celda con asientos de cemento, sin agua, sin comida, con frío, cansadas. ¡Parecemos prisioneras! Escucho a lo lejos la voz de Soledad, le pregunto: cómo estás, cómo te fue. Ella responde, te lo dije pos cabra, diez años, pero igual estoy contenta. Y a ti como te fue: yo me voy en libertad Sole, respondí. Por fin podré estar con mi familia. Sólo sentí, desde la distancia la alegría en su rostro. Por primera vez veía a la india llorar, pero de felicidad porque sabía que eso era lo mejor para mi. Luego llegó el carro. Nos transportaron separados, sólo se cruzaron nuestras miradas de agradecimiento y confiabilidad. El regreso se hizo una eternidad, hasta que llegamos a nuestra carreta, a nuestro patio, a nuestra familia que por mucho tiempo cobijo nuestras penas y alegrías, testigos de tantas vivencias que marcaron la vida de cada una de nosotros. La india continúa en su espacio, con su cubrecama rojo y su pieza llena de fotos de todas sus amigas, me llama y me dice: ha llegado tu turno y me pega en la muralla, como una más de sus hijas. Te irá bien cabra, escucha bien lo que voy a decir, no lo repetiré, la vida es una profesión, un auto, una casa, una linda ropa. La vida es vivir el día a día, como si fuera el último, debes buscar que es lo que te hace realmente feliz y luchar por eso. Por eso yo soy feliz con mi carreta, mis cosas y por sobre todo, porque soy la india, a la que respetan, la que tiene ficha y con la cual siempre podrás conseguir lo que tú sabes. Nos vemos en diez años más. No vuelvas mas, la propia vida si quiere nos volverá a reunir.

Y así a ha transcurrido el tiempo, esa fue la última noche que supe de la india, hasta que una noche junto a mi nieto, acostados en la cama y escuchando las noticias, se escucha: fue arrestada la señora Soledad Romero, alias la india, fue encontrada con doscientos kilos de cocaína pura. Se observa su rostro descubierto y la periodista le pregunta: ¿se encuentra arrepentida por lo que hizo? Responde con calma: mira cabrita, yo soy la india, tengo ficha y doy cara.

Esa noche tome una decisión largamente postergada, me enrole y rompí una promesa que selle hace diez años para no volver. Era domingo, día de visita: estaba sola, con su misma vestimenta, pelo largo y negro. Se encontraba de espalda, giró cuando escucho mi voz: india soy yo. Ella me responde: sabía que vendrías porque las amigas nacen aquí pos cabra y tú siempre fuiste una de ellas… Desde ese domingo, no obstante los resquemores de mi nieto, la visito una vez al mes.

*Por Tania González Correa, CPF Santiago

Cuento Tania Glez

Cuento Tania Glez 2

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