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Cultura

13 de Enero de 2015

Columna: Al bello aparecer de este lucero (qué es el filisteísmo)

Cuando se instaló la palabra lucro comenzó a hablarse del tema. Más allá de reformas en la medida de lo posible, se instaló el tema y eso es algo. Una palabra es un brote en el jardín del campo cultural, y ponerla en circulación –al igual que los medios que siembran cada día su maleza– […]

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rejas

Cuando se instaló la palabra lucro comenzó a hablarse del tema. Más allá de reformas en la medida de lo posible, se instaló el tema y eso es algo. Una palabra es un brote en el jardín del campo cultural, y ponerla en circulación –al igual que los medios que siembran cada día su maleza– es un recto al mentón en el campo político. Cualquier herramienta es un arma si se la empuña adecuadamente. Poner la palabra filisteísmo en circulación sería un triunfo en el karate de clases, en el ring político-cultural.

Filisteísmo se usa mucho en inglés, desde el S XIX hasta hoy. La imagen que se me viene a la cabeza es la siguiente. Ya la fachada de una casa habla de quién hay adentro: rejas electrificadas, ninguna planta ni flor, un par de pitbulls. U otra variante: el pasto cortado liso y nada menos que ¡un mástil! al medio. Ningún libro dentro de la casa, obvio. Y los famosos ojitos de UDI, mezcla de tristeza y odio.

Según la RAE, filistea es “una persona de poca sensibilidad artística o literaria”. Cerrazón de espíritu con respecto a las artes y cambios culturales y políticos. Aunque ojo, el curioso desprecio a la poesía, por ejemplo, puede ser fomentado por cierta gente, como Warnken o Pfeiffer, Romero o cualquiera de la derecha literaria: todo engolado, todo sagrado, clichés sin gracia subrayados hasta la náusea. Cero naturalidad, frescura, dialéctica, realidad. Qué dirá un médico de urgencias que ve cuerpos mutilados todos los días, un feriante que tiene que recibir un escopetazo o un tajo cada tanto, una secretaria o un estudiante de ingeniería que se amanece, qué pensarán de semejante gente especial como esos currutacos hablando giladas en un payaseo que se llamaba Valparaíso Puerto de Ideas. Es ofensivo, lejano, es precisamente el prestigio que no debe tener el relato, la palabra.

No es filisteísmo encontrar ridículo eso, o que nos haga reír una performance chamullenta. Sí lo es la brutalidad del clásico chileno medio que piensa solo en la plata o la del funcionario político que –no nos mintamos– sólo piensa en el cuoteo sin que le interese lo que está financiando: la superstición iluminista de las campañas de lectura y una serie de parches cuando son incapaces de sacar un IVA único en el mundo. Quizás el cine de verdad, o sea la poesía, o sea la narrativa de verdad, no tienen ni aspiran a un público amplio; en buena hora si se da el caso, pero toda esa gente debe explorar, hacer en paz su obra sin someterse a un jurado de algún partido político. Y enseñar a los que realmente tienen la cabeza abierta. Fomentar la cultura consiste en hablar de ella con naturalidad y sin auratizar, reificar o convertir en santos a quienes la producen o la produjeron, que en Chile son campeones para las animitas. Se trata de una cosa de uso, flujo, naturalidad, uso.

La palabra filisteísmo se empezó a usar en Alemania en 1689 en un conflicto entre ilustrados y pragmáticos. Corrió sangre y alguien usó una cita bíblica que desde entonces es sinónimo de gente que tiene esa costra mental. Ninguna culpa tiene la tribu semita o indoeuropea (se discute su origen) asentada cerca de Gaza en tiempos bíblicos. El nombre quedó así por una cita arbitraria. La usa Jonathan Swift, Heine, la usa Goethe, la usa Lenin, la usa Nabokov y la usa medio mundo en Estados Unidos actualmente. No se usa en Chile, donde los filisteos son el 99% de la población.
En la prensa, el filisteísmo se traduce como desprecio a cualquier uso de imágenes, relaciones, figuras, oraciones extensas o muy breves. En el fondo, desprecio a la escritura y una oda fascista a la uniformidad redactora. En El País de Madrid se preguntaron por la posibilidad de un español global. Tomó el guante el poeta mexicano Fabio Morábito. Señala que el verdadero problema lingüístico actual no es la globalización idiomática, sino la gradual supremacía de la redacción sobre la escritura. Mientras la escritura tiene su semilla en el uso oral del lenguaje, y de él se nutre, la redacción nace con una sordera crónica, desligada de los movimientos íntimos del habla, a la que sin embargo remeda groseramente, y de ahí su éxito y propagación inmensa, desde las revistas de avión hasta las académicas.

Hago taller en un sindicato de periodistas. La queja más frecuente es por esta mordaza: no se pueden usar subordinadas, frases largas, imágenes. No se puede relacionar cosas. La información reducida a arbusto sin ramas es entonces simple pérdida de tiempo entre un punto A y el punto B, mientras que en un artículo o ensayo cada paso es matiz o un descubrimiento. Por eso quizás la gente lee prensa de otros países en la web: The Guardian, Página/12, Perfil, Jacket Magazine, etc. No hay para qué someterse a la prensa nacional, dicen todos. De hecho, uno de los argumentos para no desarrollar ninguna idea por parte de los editores de los diarios, es el siguiente: “los estudios prueban que la gente no lee mayor cantidad de palabras de las que lee en las redes sociales”. De manera que quienes quieran salir de los 10 lugares para mirar culos en Santiago, los 10 chilenos sospechosos de tener el culo peludo o la nueva dieta a base de quizás qué cosa, deben armarse su diario en la web con retazos de prensa extranjera, un poco del Guardian, de Jacket Magazine, de la prensa argentina y ya está. Las hegemonías no quieren nuevos subjetivos. Con Nicanor Parra en poesía y con Ruiz en cine basta, punto, se acabó. Y a preocuparse de cosas más importantes, mierda: el cuoteo, el consumo y la cultura de corriente principal, sin cuestionarla.

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