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Nacional

1 de Marzo de 2015

La Escuela de Monaguillos de Juan Ignacio González

Creada por el polémico obispo de San Bernardo, esta iniciativa pretende despertar “el llamado a la vida consagrada” en pequeños desde los seis años de edad. La escuela ya suma doscientos acólitos y su inspiración fue una conversación entre el obispo González y el Papa Francisco I en Roma. Aquí la historia del que podría llegar a ser el gran semillero de sacerdotes de la Región Metropolitana.

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Es el segundo domingo de diciembre, la misa del medio día, la catedral, ubicada en la Plaza de Armas de San Bernardo, está repleta.

En la entrada izquieda luce un Jesús crucificado hiperrealista y suena fuerte el órgano que marca el comienzo de una misa tridentina, lo que quiere decir que se celebra según el antiguo rito del Misal romano.

La ceremonia es oficiada por el obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González, quién deja a un lado su báculo y bendice el cáliz, mientras lo acompañan algunos asistentes y tres monaguillos, el menor de ellos, que no sobrepasa los cinco años y tiene Síndrome de Down, sigue con atención los movimientos del obispo y cada tanto sacude su pequeña sotana roja.

Los monaguillos que esta mañana acompañan al obispo, son parte de los casi doscientos niños que asisten a la Escuela de Monaguillos de la diócesis de San Bernardo. Una iniciativa motivo de orgullo para Juan Ignacio González, quien, sentado en su oficina, ubicada en el tercer piso al costado de la Catedral, cuenta a The Clinic cómo surgió esta idea.

“En octubre de 2013 viajé a Roma y, después de una Santa Misa con el Papa, le pedí conversar con él. El lunes, a las once de la mañana, ya tenía una audiencia”, dice el obispo. Antes de continuar, toma un IPad y busca un archivo. “Con este aparato, le mostré al Papa esta foto”, sigue entusiasmado.

En la imagen se ve al mismo niño con Síndrome de Down que ofició la misa con el obispo hace unos minutos, “El Papa se emocionó porque es un niño Down. Luego le dije ¿Se da cuenta Santo Padre que acá (en Europa) ya no quedan niños Down? Él me dijo. ¿Tenés’ una Escuela de Monaguillos? Le contesté que tenía monaguillos, pero no una escuela, y me dijo ´tenés´ que hacerla. Ahí están las vocaciones”, afirma para concluir su historia de inspiración.

Juan Ignacio González (59), fue ordenado diácono el año 1993, numerario del Opus Dei, estudió Derecho en la Universidad Católica. Egresó a fines de la década de los 70’ y llegó a Carabineros como procurador y después pasó a la dirección de personal de la institución en la que alcanzó al grado de capitán. Simpatizante de Augusto Pinochet, también estuvo en comisión de servicio en La Moneda a fines de los 80’ y fue parte del Ministerio de Secretaría General de la Presidencia (Segpres). El 10 de octubre de 2003 Juan Pablo II lo distinguió como Obispo de San Bernardo, relevando a Monseñor Orozimbo Fuenzalida, al mismo tiempo fue capellán general de la Universidad de los Andes.

Para sus detractores, la figura de González en San Bernardo se vuelve polémica cuando se apunta a su relación con el Opus Dei. “Yo sólo tengo una cercanía espiritual con el Opus”, dice y apunta el dedo índice hacia el cielo. Pero esa proximidad con “La Obra” es respaldada por un canal de televisión local, una radio comunal, una revista que llega a los 20 mil ejemplares y el Hospital Parroquial donde incluso se imparte el Programa Procef de cuidados con el método Billings. A eso se suma la llamada “Misión Territorial” donde participan niños de San Bernardo dispuestos a evangelizar a sus vecinos y, ahora, la Escuela de Monaguillos.

La Diócesis de San Bernardo se formó en 1987, el año de la visita del Papa Juan Pablo II, y hoy se extiende por algunas de las comunas más vulnerables del país: San Bernardo, Buin, Paine, Calera de Tango, La Pintana, El Bosque y Pirque. Una de sus últimas iniciativas fue despertar la fe y las ‘vocaciones’ en los niños de San Bernardo y las comunas aledañas. Así nació la Escuela de Monaguillos.

Este proyecto, que no posee un lugar físico, es tenaz en su organización y, además de la formación, las parroquias, se programan reuniones mensuales a las que asisten pequeños desde los seis años donde se les concientiza en temas como el rechazo al aborto y lo que significa ‘sentir el llamado’ a la vida sacerdotal.

A la escuela asisten alrededor de doscientos niños cada semana entre los 6 y los 16 años y para llevar acabo esta labor, en abril del año pasado se creó la “Pastoral Vocacional Diocesana” integrada por los sacerdotes Raymond Anagboso, Víctor Castillo y Oscar Herrera, quienes están a cargo de los niños y se reúnen en la parroquia San Víctor de San Bernardo, El Colegio San Bernardo Abad (para la zona de El Bosque y la Pintana) y el Colegio Cardenal Caro de Buin.

Para el obispo González, el trabajo con los niños es una de las piedras angulares de la estrategia para aumentar las alicaidas vocaciones sacerdotales en la iglesia, antes de terminar la entrevista enfatiza que cuando Orozimbo le entregó la Diócesis había 38 sacerdotes y hoy son 63. “Con 41 parroquias, 7 comunas y más de 250 comunidades cristianas, vamos en crecimiento”, remata.

“EL LLAMADO DE DIOS”
Buin es otra de las comunas de la Diócesis. Es mediodía en el último domingo de diciembre, la vida en la Plaza de Armas es lenta, hay más de 30 grados de calor, pero el verano no detiene a los feligreses que colman las bancas de madera de la iglesia Los Ángeles Custodios. Un coro entona villancicos y el sacerdote, Ernesto Guajardo, comienza la misa con la ayuda de seis monaguillos, el menor no sobrepasa los seis años. Al final del servicio, el padre pide bendiciones para el obispo González y también para que “surjan nuevas vocaciones de esta Iglesia”, recalca.

Vicente (11), un niño enjuto y de voz pausada cuenta que comenzó como monaguillo cuando hizo la primera comunión en la capilla Las Turbinas. El sacerdote encargado de la catequesis le preguntó si le interesaba el servicio en el altar. A cargo de su preparación quedó “el Padre Ernesto” y en abril comenzó a asistir a las reuniones de la Escuela de Monaguillos.

-Esta escuela es una oportunidad, porque no hay actividades para los niños en Buin y se aburren- dice Minerva Ahumada, su madre quien trabaja como parvularia en el Colegio Cardenal Caro. Para ella, la Escuela de Monaguillos ha sido una solución para “el flagelo” de la delincuencia y la drogadicción que acecha a los niños de la comuna. “Tengo cuatro hijos, me cuesta pagar una actividad extra programática para ellos”, explica.

Consultado por The Clinic uno de los catequistas de San Bernardo –quien prefiere mantener su nombre en reserva- dedicado a la ayuda en las poblaciones, profundiza en el tema y comenta que todo comenzó con el Seminario Menor Máter Dei, una institución que pretendía ‘ayudar’ a niños de educación básica y media a discernir sobre su vocación y que cerró el año pasado. Una práctica que existió en los años cuarenta y que casi quedó extinta con el Concilio Vaticano II.

Allí, los niños estaban toda la semana aprendiendo sobre sacerdocio y ahora que está cerrado, cree que la diócesis necesitaba una alternativa para reemplazarlo. El catequista cuenta que es padrino de un joven que pasó por allí, a quien preparó para su confirmación. “Partió como monaguillo y según el cura de la parroquia él ‘le veía vocación’, le dije que no me parecía, conocía a su familia y el niño sólo quería ser acólito. Me dijo que de todos modos conversaría con sus padres”, recuerda.

La familia creyó que el Seminario Menor sería una solución a la pobreza, ya que se encargarían de sus estudios. “El niño estuvo tres años en el Seminario Menor, finalmente se salió de todo. Hay un poco de presión en ese tipo de cosas, la actual Escuela de Monaguillos es otra de las iniciativas del obispo que busca reemplazar con más fuerza la desaparición de Máter Dei”, explica.

En una segunda visita en enero a la misma iglesia, Max (13), otro de los monaguillos de esta iglesia, dice que lo contactaron en la capilla de San Andrés, donde le preguntaron si “quería servir en la liturgia”, eso fue hace tres años y aún se siente confundido sobre su futuro.

-No sé si quiero ser sacerdote todavía, me gusta ordenar las cosas en el altar, es “entrete”- dice encogiéndose de hombros.

Pero para lo que él es un juego, para su familia es una certeza.

– A su papá y a mí nos gustaría que el niño fuera sacerdote, de hecho, el resto de la familia lo ve como futuro sacerdote- dice su madre Fabiola Marchant (52).

Ella es profesora de educación básica en el Colegio Alto Jahuel -su marido un camionero de la empresa Carozzi- con voz parsimoniosa dice que esta Escuela de Monaguillos más que un beneficio “fue una bendición”.

Max, en medio de la misa ordena vinajeras, está atento al cáliz, pero casi siempre le toca preparar el incienso. Dice que en las reuniones “los curitas” le hablan sobre temas valóricos, por ejemplo como el aborto, que los monaguillos más grandes son separados de los más pequeños y al primer grupo ya se les habla de “la vocación”. “Nos dicen que si sentimos ‘el llamado’, tenemos que ir nomás, poh”, dice Max y se mete las manos al bolsillo.

Bárbara Marchant, su tía, una mujer robusta, lo acompaña a la iglesia cuando su mamá no puede. Dice que con su sobrino monaguillo, de alguna manera, cumple su sueño frustrado de seguir la “vida consagrada”. Quiso ser monja, pero tuvo que optar por cuidar a su madre enferma.

-Chuta, Max me deja con el corazón inflado, es el orgullo de la familia- comenta y se emociona.

La madre de Max confiesa que su hijo desde que era pequeño no celebraba la Navidad, sino “el cumpleaños del niño Jesús”, que siempre fue “medio índigo” y que la Escuela de Monaguillos lo ha aproximado a esa devoción que corre por sus venas, una devoción hereditaria.

Max es amigo de Matías (12) un pequeño moreno con lentes de carey amarillo y una chasquilla tiesa que peina cada tanto con la mano. Dice que es monaguillo desde hace un año, cuando hizo la catequesis en la Capilla San Andrés, al igual que otros niños. Asiste al liceo 131 de Buin. Su madre, Cristina Muñoz (38), es dueña de casa. Matías dice que le gustan las actividades extra programáticas que realizan, por ejemplo este mes fueron a la piscina y a la laguna Aculeo, donde jugó a la pelota con sus amigos toda la tarde.

-En diciembre fuimos al seminario mayor de San Bernardo, fueron los monaguillos de toda la diócesis y los curitas nos hablaron de “la vida consagrada”- recuerda.

Pero su madre habla por él. “No tengo aprehensiones en que sea sacerdote ah, todo lo contrario, sería una bendición para nuestra familia”, dice antes de marcharse.

En la misa de las once y media del 25 de enero, el tema de las vocaciones es el centro de la prédica en Buin. El padre Ernesto abre la liturgia con un encendido discurso y con su rostro flemático habla sobre “el llamado de Dios”. Sus palabras retumban en las paredes de la iglesia y parecen clavarse en las conciencias de las familias. “Deben estar atentos” para “cuando llegue y cómo llegue el llamado (…) Puede surgir en una misa, en una casa, en los niños…”.

El sacerdote insiste que las vocaciones pueden brotar en lo más profundo del núcleo familiar. “Pidamos que de esta comunidad e iglesia, surjan nuevas vocaciones”, remata el sacerdote. Los feligreses obedecen, bajan la cabeza y oran.

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