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Opinión

30 de Abril de 2015

Editorial: La musiquilla de las pobres esferas

Días atrás, fui invitado a conocer ALMA, el observatorio astronómico más moderno del mundo. No se trata de un telescopio, sino de 66 antenas que se mueven por la cima de unas montañas del Desierto de Atacama buscando señales del universo. Descubren galaxias, de esas como la Vía Láctea, a la que pertenece la Tierra […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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telescopio estrellas A1

Días atrás, fui invitado a conocer ALMA, el observatorio astronómico más moderno del mundo. No se trata de un telescopio, sino de 66 antenas que se mueven por la cima de unas montañas del Desierto de Atacama buscando señales del universo. Descubren galaxias, de esas como la Vía Láctea, a la que pertenece la Tierra y cerca de 400 mil cuerpos celestes como ella. Mirando el cielo en el desierto, una noche, el astrónomo José Maza exagera: “sin gran esfuerzo, desde aquí alcanzamos a ver cien mil galaxias”. Lo dice para explicar que en los laboratorios de ALMA, pueden divisar lo inimaginable. Científicos de distintas partes del mundo están buscando ahí, a una hora de San Pedro, el origen del universo. En esa enormidad de tiempo y espacio, habitamos nosotros, tan insignificantes como la raíz de una lechuga, y tan determinantes. El planeta cruje, y mueren diez mil seres humanos aplastados por sus recientes construcciones milenarias. De pronto, una ola inmensa, proveniente de los cerros, arrasa con algunos de los pueblos más secos del mundo. Los volcanes hacen erupción, y sus fumarolas recorren continentes. Pero por obra y magia de nuestra biología, todo acontece acá, donde el universo es más grande todavía. En torno al hoyo negro del PS, se movieron varias galaxias. Escalona generó energías centrífugas y centrípetas de igual intensidad, aunque a la luz de los resultados, las centrífugas alcanzaron una mayor expansión. Entre sus compañeros de partido, a estas alturas, hay quienes lo detestan. Dicen que se volvió loco, que no es el mismo, que está convertido en una momia más pesada que la del Plomo. Según otros, en cambio, los locos son quienes no quieren ver lo urgente que es enmendar el rumbo, antes de que sea demasiado tarde. Un viejo socialista me dijo que con Escalona, este partido experto en escisiones, podía volver a quebrarse. Otro de la misma calaña, me dijo que Isabel Allende era lo peor que podía pasarle al gobierno, porque en momentos de dificultad no bastaba con alentar. En el gobierno, sin embargo, están felices, porque aseguran que con la compañera Allende dirigiendo a los socialistas, Pizarro a los democratacristianos, Quintana a los pepedé y un tal Velasco a los radicales, se le allana el camino al firmamento. En La Moneda dicen que con esos amigos leales al mando de los partidos de la coalición, se ordenan las constelaciones. Pero no hay voluntad humana que ordene las constelaciones. Cuando mucho, la razón puede intentar identificarlas, transparentar sus modos de funcionamiento en la medida de nuestra inteligencia, dejando siempre un amplio margen a la duda, porque en la política, todavía más que en la ciencia, jamás alguien tiene la última palabra. No sé si sea el conformismo la mejor receta en tiempos de turbulencia, ni si, como celebran en La Moneda, garantice la gobernabilidad. Es curioso, pero los antiguos autoflagelantes son los nuevos autocomplacientes. Quizás sea más fácil descifrar los secretos del cosmos que las veleidades del alma humana. Si yo fuera la presidenta, desconfiaría de mi felicidad.

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