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Opinión

8 de Mayo de 2015

“Cambiemos la Constitución, pero ese no es el gran cambio”

Ante la pregunta “¿en qué creer ahora?”, la actriz que militó en la resistencia cultural de los 80 y apoyó a Lagos el 99 responde que la crisis política puso al descubierto una crisis cultural mucho más profunda, de la que solo una revolución educativa nos podría sacar. Mientras tanto, mandaría a todos los políticos a hacer biodanza, aunque no se trata, aclara ella, de new age.

Patricia Rivadeneira
Patricia Rivadeneira
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“Lo que está en crisis es la democracia y ese no es un problema chileno sino global: la gente ya no se siente representada por dirigentes a los que se ve obligada a elegir. Ciertas jerarquías de poder han perdido legitimidad, en un mundo donde las relaciones están pasando de ser piramidales a ser transversales, por las nuevas tecnologías y por la manera en que la gente se comunica.

Pero a medida que estas jerarquías y sus barreras empiezan a desaparecer, ahora se hace más evidente que hay algo que está deteriorado en la cultura. Es como si cada vez que uno habla de política los grandes problemas del ser humano quedaran marginados, es muy raro. Las aspiraciones del ser humano pertenecen, no sé, a la parroquia…

Es verdad que estamos comandados por una elite que hizo agua, que si alguna vez tuvo valores los perdió y fue canibalizada por este sistema que premia la codicia. Pero los que no están en la elite también quieren llegar a ella, y cuando llegan se integran a las mismas plutocracias mafiosas y cómodas… Porque mientras más escalas y más plata tienes, te vuelves más conformista y más cómodo, y todos miran para el lado y dicen “bueno, pero si yo hago lo mismo que los demás, ¡todos lo hacen!”. Como que hubiese una falta de sinceridad con nosotros mismos que es más profunda y ahora se hace evidente. Entonces con cambiar al capitán no vas a salvar el barco. Hay que cambiar de barco.

Parafraseando a Claudio Naranjo, yo sigo pensando que el único camino para una transformación social es la educación. No veo que esto pueda cambiar mucho mientras no tengamos dirigentes y personas más plenas, y no más “felices”, porque la felicidad a estas alturas se relaciona con tener más poder y más plata. Y con tener amor, pero ese amor de la teleserie… En una sociedad judeocristiana, que se supone que está basada en el amor, resulta que esa palabra está fuera de lugar en todos los ámbitos de la vida pública: en la academia, en la economía, en la burocracia, incluso en la familia. Como que la palabra amor fuera parte de un mundo que ya no le interesa a nadie… Entonces con esta crisis nos damos cuenta de que los valores a los que aspirábamos fueron abducidos, consumidos por el sistema mercantil que ya se ha hecho cargo hasta de nuestra felicidad –a través de la industria farmacéutica de los antidepresivos– y de la cultura y de la contracultura también. Incluso te diría que se echa de menos a Dios, porque cuando la gente todavía creía en Dios estábamos mejor. Hasta eso se perdió, porque la derecha que dice creer no cree.

Entonces, la única posibilidad que veo es cambiando nuestro sistema educacional. Pero no para hacer lo mismo con más recursos, sino cambiando el sentido de qué significa educar, qué queremos aprender. Queremos aprender a ser personas y no solo a pasar por la vida como idiotas producidos por la sociedad donde tu horizonte es si vas a ser el jefe o el empleado.

Y uno piensa “no po, no podemos cambiar el sistema de mercado y financiero porque somos un país chico y tenemos que estar en este planeta”. Pero justamente por ser un país pequeño en el jardín de atrás, con una cierta estabilidad económica y social y además un país joven, es que tenemos la oportunidad de hacer un cambio en la educación más radical, más jugado, más excéntrico. Si fuimos el experimento para los Chicago Boys, ¿por qué no podemos ser el experimento para un sistema educacional que no solo nos entrene para el saber y la competencia, sino también para una cultura y una comunidad basadas en la fraternidad, en los valores más profundos, para que haya nuevas generaciones que vean en el planeta un lugar donde convivir y no un recurso para consumir? No tenemos por qué seguir copiando la miseria.

Si queremos soluciones parche, claro, cambiemos la Constitución robótica que nos dejaron estos hueones por una más humana. Nos conviene, sí, pero no es el gran cambio. Soñaría que Chile pueda ser un experimento más arrojado, escuchando a nuestros grandes sabios. Casi todas las grandes mentes que hay en Chile coinciden en lo mismo… Naranjo, Soublette, Maturana, dicen más o menos lo mismo.

¿Cómo se puede implementar una educación así? Tal como se crearon las escuelas y las universidades actuales. Podrían crearse programas que integren saberes y prácticas que no tienen que ver con aprenderse materias ni con “debo hacer esto para tener esta nota, para poder pasar”. Por ejemplo, yo mandaría a todos los políticos a hacer biodanza. En la biodanza se desarrolla la solidaridad y la integración de tus partes racional, emotiva e instintiva. Porque la cultura occidental quedó traumada por el daño que le hizo la Iglesia Católica al desterrar los instintos del ser humano. Todo lo que ha aportado Freud con la sicología no se puede negar, pero todavía esa salud siquiátrica pertenece al mundo de lo privado. Si se integraran esos otros ámbitos, seguramente tendríamos gente con más instrumentos para comprender lo que andamos buscando, que no es vivir interdictos por hacer plata.
Yo frecuento espacios donde realizan esas prácticas y veo que la gente funciona mucho mejor. De hecho, trabajo ahora biodanza con una jueza que se ve que está en otro estado de conciencia, mucho más abierta, más presente…

¿Parece un poco loco? A mí no me parece nada de loco. ¿No es más loco lo que pasa ahora, la gente enajenada haciendo trabajos que no le importan? ¿Es menos loco que la gente sea homofóbica, que un mínimo porcentaje de los chilenos tenga más que todo el resto? No veo por qué sea tan loco que la gente practique una danza comunitaria –o la meditación, por ejemplo– que apunte a conocerse mejor y establecer relaciones más fluidas. Cuando uno piensa, este señor que tiene todos esos millones que están no sé dónde, que nunca va a poder gastar, que no le sirven a nadie, ¿para qué los tiene? Eso no nos parece loco y más encima es aplaudido. Todo el sistema nuestro es escalar, nunca estamos en un espacio de comunión, solidario, salvo cuando hay terremotos o cosas así.

En Europa, después de sus sucesivas guerras y sus masacres salvajes, lograron un reencuentro, sin embargo no han logrado un renacimiento espiritual. Son sociedades que tienen resuelto el bienestar, pero en esa comodidad donde te achanchas y hay una cierta decadencia, un sinsentido. Porque si el sentido de la vida es tener poder y éxito, eso por definición solo lo pueden tener unos pocos, entonces los otros se quedan sin sentido. Creo que en Italia la Montessori está en un billete, pero hay muy pocas escuelas Montessori porque los comunistas preferían mandar a sus hijos a los jesuitas. Son esquemas patriarcales de poder que se han ido reproduciendo y no permiten que construyamos maneras más libres de pensar y de vivir. Y te hablo con cero retórica new age, a la que huele cualquier cosa que se salga de la lógica capitalista. ¿Por qué la gente amó tanto a Mujica? Porque tenía la espontaneidad de alguien que entiende el sentido del ser, y lo tiene que haber entendido en sus largos años de prisión.
Uno diría que no tiene por qué ser la política la que se encargue de este cambio cultural, pero tiene que hacerlo porque en el actual sistema hay intereses financieros y políticos que están bloqueando esa posibilidad. Y permitir el desarrollo humano sí tendría que ser un rol de la política”.

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