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Cultura

29 de Mayo de 2015

John Banville, escritor irlandés: “Los egos de los artistas fallidos podrían destruir el mundo”

John Banville no es un escritor, sino dos. Con su nombre real firma libros que le han valido casi todos los premios literarios (todavía no el Nobel), mientras bajo el seudónimo de Benjamin Black escribe best sellers policiales cuyo protagonista resuelve crímenes en el Dublín de los años 50. Visitó Chile por primera vez y conversó con The Clinic sobre su aversión por los escritores exitosos y su pánico a los fracasados, a los que teme casi tanto como a la Iglesia católica.

D. R.
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John-Banville-Foto-Cristián-Rau

“La Torre es el mejor libro de poesía jamás publicado en un volumen”, exclama John Banville sentado en la amplia terraza del hotel, con vista a la piscina y a la cascada del jardín. En sus manos sostiene la obra cumbre de su compatriota W.B. Yeats publicada en 1928, y lee en voz alta un pasaje del poema “Navegando hacia Bizancio”: “Purificad mi corazón, deseo / unido a un animal agonizante / que no sabe qué es y convocadme / al artificio de la eternidad”.

Se le nota contento. Es su última entrevista del día y, vestido de traje gris y pañuelo color sangre, le ha pedido a su agente unos minutos para beber un par de copas de vino blanco junto a su mujer antes de empezar la conversación. “Es el escritor en lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante”, ha dicho George Steiner sobre el escritor que firma como John Banville. “Es lo mejor que le ha pasado a la novela negra desde Raymond Chandler”, afirmó Laura Fernández en El Mundo de España sobre Benjamin Black, su alter ego que escribe policiales para ganarse la vida.
Nacido en Wexford, un pequeño pueblo de 8 mil habitantes al sur de Irlanda, Banville cuenta que la mentalidad provinciana y opresiva de su localidad lo obligó a arrancar de ahí. La pobreza y el poder de la Iglesia católica le pesaban como una losa de hormigón. “A los 7 años me amenazaron muchas veces con que si no iba a la iglesia estaba condenado al infierno”, recuerda.

En Chile está en cartelera la película “El Bosque de Karadima”, basada en los abusos sexuales a menores cometidos por un carismático cura de la élite. Usted ha escrito mucho sobre el abuso de la Iglesia católica en Irlanda y estos temas cruzan buena parte de sus libros firmados por Benjamin Black.

Yo tengo bastante simpatía por cualquier persona que sea adicta a algo: la bebida, el sexo o las drogas, pero lo que me resulta terrible son las personas que son esclavas de sus apetitos. ¿Puedes imaginarte la vida de esos niños que han sido destrozadas por estos adictos? En ese sentido, la hipocresía de la Iglesia en Irlanda o en Chile es despreciable. Esto sucede hace mucho tiempo y en todo el mundo. Lamentablemente, los seres humanos no cambian. Siempre hemos sido los mismos. Basta recordar que para los griegos la pedofilia era algo absolutamente normal. La vida es muy complicada, y yo sería el último en condenar a nadie. Tengo muy claro lo ruin y débil que puedo ser, y sé que sería capaz de hacer cualquier cosa si las circunstancias lo requirieran. Ninguno de nosotros es inocente.

El cura sudafricano Desmon Tutu, premio Nobel de la Paz, decía que no existen personas monstruosas sino hechos monstruosos cometidos por personas.

Estoy absolutamente de acuerdo. Ninguno de nosotros es bueno o malo, somos criaturas de nuestras propias circunstancias. Yo he sido lo bastante afortunado para no verme expuesto a robar o a matar a nadie, pero si las circunstancias hubiesen sido distintas, probablemente me habría visto obligado a cometer algún acto horrible. Todos somos capaces de cometerlos. Si pensamos en la época victoriana del siglo XIX, Londres era una ciudad de parejas respetables y matrimonios ejemplares. Sin embargo la prostitución infantil proliferaba por toda la ciudad, y eso era aceptado por la sociedad. Ahora nos parece espantoso y nos preguntamos cómo pudieron hacer algo semejante, pero en esa época era perfectamente normal. Entonces deberíamos ser más precavidos cuando pensamos que somos mucho mejores que las civilizaciones que nos precedieron. Hemos aprendido muy poco.
Usted ha dicho que la Iglesia católica viene dictando hace mucho tiempo las reglas de nuestras vidas.

En Irlanda fue así hasta los años 90, cuando descubrimos los crímenes que había cometido la Iglesia y eso repercutió en la pérdida de su poder. Recuerdo exactamente el momento en que me di cuenta de que todo había cambiado. Fue hace 12 años mientras escuchaba un programa de radio en el que una periodista irlandesa hizo un comentario acerca de la ridícula indumentaria que vestía un obispo que estaba con ella. Y el religioso la reprendió: “No debería hacer burla de nuestros hábitos”. A lo que ella respondió: “Lo siento, pero ¿por qué no?”. Ahí me di cuenta de que Irlanda había cambiado, antes nadie se atrevía a hacer un comentario de ese tipo.

Pero la Iglesia tiene paciencia, y sabe que la gente necesita de la fe. Las personas necesitan creer que serán salvadas y que esta vida tiene sentido en la medida que un paraíso nos esté esperando. Todos necesitamos tener esperanza en algo. Y la Iglesia esperará. Y en un futuro no muy lejano habrá una crisis económica, o una guerra, o un virus que nos atacará, y todos volveremos tranquilamente a la Iglesia a implorar por nuestra salvación. Somos infantiles y nunca maduramos, aunque creamos que sí lo hacemos.

“GREAT FUCKING BOOK”

Usted tiene fama de ser un escritor para escritores. David Simon, el creador de The Wire, decía que su axioma al escribir la serie televisiva era: “Que se joda el espectador medio”. ¿Está de acuerdo?
No, en absoluto. Yo escribo para la gente. De hecho, la mejor crítica sobre mis libros la hizo un hombre en 1989 y consistió en solo tres palabras. Resulta que una mañana, antes de abordar el tren, un obrero que pasaba en bicicleta me reconoció y me dijo: “Great fucking book”, por El libro de las pruebas. Ese es el mejor cumplido que he recibido hasta ahora.
Yo no escribo para escritores. Son aburridos. En lo único que están interesados es en el dinero. Detesto los festivales literarios porque está repleto de escritores, y me fastidian especialmente los exitosos. La peor cosa que puede pasar en este mundo es darle éxito a un escritor. Los ves sentados ahí, pagados de sí mismos, diciendo: “Soy un gran hombre”. Y no es cierto. Al interior de ese gran hombre hay un pequeño individuo que grita como un loco por salir afuera.

¿Existen la buena y la mala literatura?
Hay buena literatura y otra que no lo es tanto. Soy muy cuidadoso de ir por ahí condenando a escritores como pésimos, porque es muy difícil escribir, incluso un libro malo, y la persona que lo escribió gastó sangre, sudor y lágrimas en ese trabajo. Pero me producen mucha lástima los escritores fallidos. Creo que el fracaso en la literatura es tan destructivo que termina por carcomer el alma de las personas, y los escritores fracasados que conozco son la gente más amargada del mundo. Siempre he sentido pánico de ellos. Un escritor fracasado destruiría todo con tal de tener un éxito. Y no hablo solo de los escritores, me refiero a los artistas fracasados. Les tengo miedo y los evito. Pienso en los grandes monstruos del siglo XX. Hitler, un pintor fracasado. Mao y Stalin, poetas fracasados. Hay que tener mucho cuidado con los artistas fallidos.
Sus egos son tan grandes que podrían destruir el mundo.

En ese sentido, ¿el arte es otra forma de religión?
Yo creo que es un sustituto. Supongo que todos necesitamos algo que sea más grande que nosotros mismos para poder seguir viviendo.

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