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Opinión

10 de Septiembre de 2015

Columna: Bajemos el ruido

Carlos Cabezas
Carlos Cabezas
Por

Banderazo las afueras de las oficinas del Banco
*

Hemos tenido un año intenso en nuestro amado país. Hemos descubierto que, a pesar de todo el progreso material, vivimos muy precariamente en términos de sociedad. Hemos descubierto que somos malas personas, que somos corruptos, mentirosos y fraudulentos. Que aquellos a quienes elegimos para que nos representen, no nos representan, y que la manera de hacernos representar es con cierres de carreteras, huelgas y otras vías de presión.

Hemos descubierto que las buenas ideas tienen serios problemas con nosotros. Que somos capaces de desarticular la mejor idea con la mejor de las intenciones. Hemos asimilado un lenguaje mediático caricaturesco y sin espacio para la vida real, perdiendo los medios de comunicación entre los efectos especiales y las películas de acción que son las noticias. Estamos reconociendo, poco a poco, las partes (¿los miembros?) que componen el cuerpo acalambrado de nuestro país. Un cuerpo disociado por una cultura de competencia interna que hace muy difícil avanzar colectivamente. Sabemos que el país somos todos, que no sobra nadie, pero nos cuesta mucho reconocer espacios donde eso sea una realidad.

Y sin embargo, al parecer, amamos nuestro país. ¿Cuándo se nota? En el desastre natural, nuestro momento epifánico. Ahí nos damos cuenta de que tal vez somos mejores personas de lo que ventilan los diarios. Que hay otro modo de mirarse, otro modo de sentirnos poderosos. Que nos hace mucho bien tener la oportunidad de ayudar a otro. Entonces, aparece un cierto cariño por nosotros mismos, una cierta dignidad nacional.

Hasta que nos toca ponernos de acuerdo para ver cómo nos cuidamos y nos organizamos en el futuro. Ahí nos peleamos a muerte por quién tiene la razón, nos reventamos. Y aparece el ruido. Ese ruido que poco a poco va amplificándose y silenciando todo, mientras el mercado cuida su parte, los medios de comunicación buscan el apocalipsis perfecto y, finalmente, todos vivimos del ruido.
El actual nivel de ruido y toxicidad nos tiene en una emergencia de salud cívica. ¿Podemos detectar este desastre no natural y ser generosos para escucharnos mejor, para actuar como si el otro, el de enfrente, tuviese buenas intenciones?

Estamos todos de acuerdo en hacer reformas para atender las necesidades de educación, salud, igualdad y otras que, sabemos, nos harán mejores personas. Arrastramos sentimientos de injusticia social muy profundos y necesitamos esos cambios también para generar una catarsis. Pero cuando se hacen reformas importantes hay que pasar por algunas turbulencias, y eso no puede asustar a nadie. A las personas que dirigen el país las elegimos nosotros. Cuando votamos entendimos, entre otras cosas, que eran quienes tenían las mejores posibilidades de conducir esos cambios. No podemos actuar ahora como que fuimos todos estúpidos al momento de votar. Hagámonos cargo. Por un poco de dignidad personal ayudemos a quienes elegimos. Muchos de los errores que se han cometido, los cometemos todos. Que las necesidades sean muchas y las queramos hacer todas de una, nos ha pasado más de alguna vez. Estamos ansiosos, cuál es el problema. Si ya nos dimos cuenta de que estábamos abarcando demasiado para nuestra capacidad de entendimiento social, bajemos el ruido y escuchémonos. Las reformas se van a hacer de todas maneras y en algunos años más, cuando estén hechas, todos van a arroparse con ellas. Cuánto nos demoremos y nos desgastemos en eso, depende de nosotros, de que volvamos a pensar más allá de la próxima semana. Chillar, pifiar desde la galería, apuntar con el dedo, ayuda cuando Chile juega la Copa América y ya estamos todos de acuerdo y del mismo lado.

Querámonos un poco más. Bajemos el ruido.

*Músico. Líder de
Los Electrodomésticos.

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